También nosotros somos enviados como mensajeros y testigos de la paz. El mundo nos necesita como mensajeros y testigos de la paz
(José M. Vidal, enviado especial a Tierra Santa).- Misa del Papa Francisco en el estadio internacional de Ammán. Un estadio que ya acogió a Juan Pablo II en el año 2000 y a Benedicto XVI en 2009. Ante miles de refugiados palestinos, sirios e iraquíes, el Papa implora el don de la paz, que «hay que buscar pacientemente y construir artesanalmente».
El estadio está a rebosar y los cantos animan la espera del Papa. Sobre todo un himno dedicado al Papa: «Bienvenido, bienvenido, siervo de Cristo/ Bienvenido, bienvenido, Papa Francisco».
En el estadio, 1.400 niñas y niños, que van a recibir la primera comunión.
Comienza la procesión de entrada en un día radiante de sol en Ammán. En el cielo azul, vuela un rosario formado por globos.
Al lado del altar, en forma de tienda del desierto, un cristo, rodeado por dos grandes fotos de San Juan Pablo II y San Juan XXIII.
El Papa lleva un báculo muuy sencillo de madera, terminado en una cruz. Hace viento y el Papa se sujeta el solideo.
Tras las lecturas, la homilía del Papa.
Algunas frases de la homilía del Papa
«Nos encontramos no lejos del lugar en el que el Espíritu Santo descendió sobre Jesus»
«El Espíritu que prepara, unge e invita»
«El Espíritu se posa sobre Jesus para prepararlo a su misión de salvación»
(Un golpe de viento se lleva el solideo del Papa, que ni se inmuta)
«La misión del Espíritu Santo es generar armonía y paz»
«La variedad es siempre enriquecimiento»
«Invoquemos el Espíritu Santo, para que prepara el camino de la paz y de la unidad»
«El Espíritu Santo unge»
«Nos hace capaces de amar a los hermanos»
«Son necesarios gestos de hermandad y de reconciliación, para alcanzar la paz»
«Que el Padre nos unja»
«El Espíritu Santo envía»
«También nosotros somos enviados como mensajeros y testigos de la paz»
«El mundo nos necesita como mensajeros y testigos de la paz»
«El mundo nos pide llevar la paz y testimoniar la paz»
«La paz es un don, que hay que buscar pacientemente y construir artesanalmente»
«Os abrazo a todos en este Espíritu»
«Mi corazón se vuelve a los numerosos refugiados cristianos provenientes de Palestina, Siria e Irak. llevad a vuestras familias mi saludo y mi cercanía»
«Que el Espíritu os prepare para el encuentro con los hermanos más allá de las diferencias religiosas»
«Con su misericordia, que sana las heridas y las incomprensiones»
Texto íntegro de la homilía papal
En el Evangelio hemos escuchado la promesa de Jesús a sus discípulos: «Yo le pediré al Padre que les envíe otro Paráclito, que esté siempre con ustedes» (Jn 14,16). El primer Paráclito es el mismo Jesús; el «otro» es el Espíritu Santo.
Aquí nos encontramos no muy lejos del lugar en el que el Espíritu Santo descendió con su fuerza sobre Jesús de Nazaret, después del bautismo de Juan en el Jordán (cf. Mt 3,16). Así pues, el Evangelio de este domingo, y también este lugar, al que, gracias a Dios, he venido en peregrinación, nos invitan a meditar sobre el Espíritu Santo, sobre su obra en Cristo y en nosotros, y que podemos resumir de esta forma: el Espíritu realiza tres acciones: prepara, unge y envía.
En el momento del bautismo, el Espíritu se posa sobre Jesús para prepararlo a su misión de salvación, misión caracterizada por el estilo del Siervo manso y humilde, dispuesto a compartir y a entregarse totalmente. Pero el Espíritu Santo, presente desde el principio de la historia de la salvación, ya había obrado en Jesús en el momento de su concepción en el seno virginal de María de Nazaret, realizando la obra admirable de la Encarnación: «El Espíritu te llenará, te cubrirá con su sombra -dice el Ángel a María- y tú darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús» (cf. Lc 1,35). Después, el Espíritu actuó en Simeón y Ana el día de la presentación de Jesús en el Templo (cf. Lc 2,22). Ambos a la espera del Mesías, ambos inspirados por el Espíritu Santo, Simeón y Ana, al ver al Niño, intuyen que Él es el Esperado por todo el pueblo. En la actitud profética de los dos videntes se expresa la alegría del encuentro con el Redentor y se realiza en cierto sentido una preparación del encuentro del Mesías con el pueblo.
Las diversas intervenciones del Espíritu Santo forman parte de una acción armónica, de un único proyecto divino de amor. La misión del Espíritu Santo consiste en generar armonía -Él mismo es armonía- y obrar la paz en situaciones diversas y entre individuos diferentes. La diversidad de personas y de ideas no debe provocar rechazo o crear obstáculos, porque la variedad es siempre una riqueza. Por tanto, hoy invocamos con corazón ardiente al Espíritu Santo pidiéndole que prepare el camino de la paz y de la unidad.
En segundo lugar, el Espíritu Santo unge. Ha ungido interiormente a Jesús, y unge a los discípulos, para que tengan los mismos sentimientos de Jesús y puedan así asumir en su vida las actitudes que favorecen la paz y la comunión. Con la unción del Espíritu, la santidad de Jesucristo se imprime en nuestra humanidad y nos hace capaces de amar a los hermanos con el mismo amor con que Dios nos ama. Por tanto, es necesario realizar gestos de humildad, de fraternidad, de perdón, de reconciliación. Estos gestos son premisa y condición para una paz auténtica, sólida y duradera. Pidamos al Padre que nos unja para que seamos plenamente hijos suyos, cada vez más conformados con Cristo, para sentirnos todos hermanos y así alejar de nosotros rencores y divisiones, y amarnos fraternamente. Es lo que nos pide Jesús en el Evangelio: «Si me aman, guardarán mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que les dé otro Paráclito, que esté siempre con ustedes» (Jn 14,15-16).
Y, finalmente, el Espíritu envía. Jesús es el Enviado, lleno del Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros somos enviados como mensajeros y testigos de paz.
La paz no se puede comprar: es un don que hemos de buscar con paciencia y construir «artesanalmente» mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana. El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre del cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza.
Con este espíritu, abrazo a todos ustedes: al Patriarca, a los hermanos Obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los fieles laicos, así como a los niños que hoy reciben la Primera Comunión y a sus familiares. Mi corazón se dirige también a los numerosos refugiados cristianos provenientes de Palestina, de Siria y de Iraq: lleven a sus familias y comunidades mi saludo y mi cercanía.
Queridos amigos, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en el Jordán y dio inicio a su obra de redención para librar al mundo del pecado y de la muerte. A Él le pedimos que prepare nuestros corazones al encuentro con los hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser con el aceite de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las controversias; que nos envíe, con humildad y mansedumbre, a los caminos, arriesgados pero fecundos, de la búsqueda de la paz. Amén.