El Evangelio es el antídoto contra el espíritu de desesperación que parece extenderse como un cáncer en una sociedad externamente rica, pero que a menudo experimenta el vacío
(Jesús Bastante).- En todos los rincones de la Tierra. Primero Brasil, después Tierra Santa, cada miércoles y domingo en la plaza de San Pedro. Y esta madrugada en el estadio de Daejeon, donde Francisco celebró una multitudinaria misa. Más de 70.000 personas, en su mayor parte jóvenes, procedentes de toda Asia, acompañaron al Papa, quien les pidió que «rechacen modelos económicos inhumanos, que crean nuevas formas de pobreza y marginan a los trabajadores«.
Francisco llegó en tren, y no en helicóptero como estaba previsto, hasta el estadio, en la que supuso su primera aparición pública ante los católicos surcoreanos. Antes de que arrancara la Eucaristía con motivo del Día de la Asunción de María (que coincide con la Independencia de Corea del imperio japonés), Francisco quiso detenerse para mantener un breve y emotivo encuentro con familiares de las víctimas del naufragio mortal del Sewol.
El ferry se hundió el 16 de abril en aguas del sudoeste del país, dejando 294 personas muertas y 10 desaparecidas, la mayoría de las cuales eran estudiantes de secundaria en un viaje escolar hacia la isla de Jeju.
«¡Levántate, resplandece!», es uno de los lemas de la visita del Papa argentino a Corea del Sur. Y el fulgor que ofrecieron esta mañana (madrugada en España) las decenas de miles de fieles fue impresionante. Un encuentro de culturas, de razas y de vigor, unidas en torno al Evangelio y a la figura de Bergoglio, que no dejó de repartir sonrisas, abrazos y bendiciones durante su trayecto hasta el estadio de Daejeon.
Ya en la homilía, pronunciada en italiano y traducida simultáneamente al coreano, Francisco incidió en que la Asunción de María nos muestra como «llamados a participar plenamente en la victoria del Señor sobre el pecado y la muerte«.
«Esta es nuestra vocación, la gran señal» por la que «nos invita a tomar conciencia del futuro que Jesús nos ofrece». Francisco recordó que «los coreanos, tradicionalmente celebran esta fiesta a la luz de su experiencia histórica, reconociendo la amorosa intercesión de María en la historia de la nación y en la vida del pueblo».
«La libertad cristiana nos permite ver las realidades terrenas con una nueva luz espiritual, con libertad para amar a Dios y los hermanos con un corazón puro», añadió Francisco, quien pidió a la Virgen, como «madre de la Iglesia en Corea» que «nos ayude a ser fieles a la libertad que recibimos en nuestro Bautismo«.
«Que haga que la Iglesia de este país sea más plenamente levadura de su Reino en medio de la sociedad coreana. Que los cristianos de esta nación sean una fuerza generosa de renovación espiritual en todos los ámbitos de la sociedad», clamó el Papa, quien pidió con fuerza a los católicos del país «que combatan la fascinación de un materialismo que ahoga los auténticos valores, y el espíritu de competición desenfrenada que genera egoísmo y hostilidad. Que rechacen modelos económicos inhumanos, que crean nuevas formas de pobreza y marginan a los trabajadores, así como la cultura de la muerte, que atenta contra la dignidad de todo hombre, mujer y niños».
«Estáis llamados a valorar este legado y transmitirlo a las generaciones futuras. Lo que requiere una renovada conversión a la Palabra de Dios y una intensa solicitud con los jóvenes, los necesitados y los débiles de la sociedad» pidió Francisco, quien señaló cómo «María nos muestra que nuestra esperanza es real, y también hoy, com ancla segura y firme, que nos aferra allí donde Cristo está sentado en su gloria».
«Esta esperanza, queridos hermanos y hermanas, la esperanza que nos ofrece el Evangelio, es el antídoto contra el espíritu de desesperación que parece extenderse como un cáncer en una sociedad externamente rica, pero que a menudo experimenta el vacío. Esta desesperación ha dejado secuelas en muchos de nuestros jóvenes. No os dejéis nunca robar la esperanza«
«Usar la libertad con sabiduría para ser signos de esperanza, que encontrará su cumplimiento en el Reino eterno, allí donde reinar es servir», culminó el Pontífice.
Éste es el texto de la homilía del Papa en Daejeon:
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
En unión con toda la Iglesia celebramos la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma a la gloria del cielo. La Asunción de María nos muestra nuestro destino como hijos adoptivos de Dios y miembros del Cuerpo de Cristo. Como María, nuestra Madre, estamos llamados a participar plenamente en la victoria del Señor sobre el pecado y sobre la muerte y a reinar con él en su Reino eterno.
La «gran señal» que nos presenta la primera lectura -una mujer vestida de sol coronada de estrellas (cf. Ap 12,1)- nos invita a contemplar a María, entronizada en la gloria junto a su divino Hijo. Nos invita a tomar conciencia del futuro que también hoy el Señor resucitado nos ofrece. Los coreanos tradicionalmente celebran esta fiesta a la luz de su experiencia histórica, reconociendo la amorosa intercesión de María en la historia de la nación y en la vida del pueblo.
En la segunda lectura hemos escuchado a san Pablo diciéndonos que Cristo es el nuevo Adán, cuya obediencia a la voluntad del Padre ha destruido el reino del pecado y de la esclavitud y ha inaugurado el reino de la vida y de la libertad (cf. 1 Co 15,24-25). La verdadera libertad se encuentra en la acogida amorosa de la voluntad del Padre. De María, llena de gracia, aprendemos que la libertad cristiana es algo más que la simple liberación del pecado. Es la libertad que nos permite ver las realidades terrenas con una nueva luz espiritual, la libertad para amar a Dios y a los hermanos con un corazón puro y vivir en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Cristo.
Hoy, venerando a María, Reina del Cielo, nos dirigimos a ella como Madre de la Iglesia en Corea. Le pedimos que nos ayude a ser fieles a la libertad real que hemos recibido el día de nuestro bautismo, que guíe nuestros esfuerzos para transformar el mundo según el plan de Dios, y que haga que la Iglesia de este país sea más plenamente levadura de su Reino en medio de la sociedad coreana. Que los cristianos de esta nación sean una fuerza generosa de renovación espiritual en todos los ámbitos de la sociedad. Que combatan la fascinación de un materialismo que ahoga los auténticos valores espirituales y culturales y el espíritu de competición desenfrenada que genera egoísmo y hostilidad. Que rechacen modelos económicos inhumanos, que crean nuevas formas de pobreza y marginan a los trabajadores, así como la cultura de la muerte, que devalúa la imagen de Dios, el Dios de la vida, y atenta contra la dignidad de todo hombre, mujer y niño.
Como católicos coreanos, herederos de una noble tradición, ustedes están llamados a valorar este legado y a transmitirlo a las generaciones futuras. Lo cual requiere de todos una renovada conversión a la Palabra de Dios y una intensa solicitud por los pobres, los necesitados y los débiles de nuestra sociedad.
Con esta celebración, nos unimos a toda la Iglesia extendida por el mundo que ve en María la Madre de nuestra esperanza. Su cántico de alabanza nos recuerda que Dios no se olvida nunca de sus promesas de misericordia (cf. Lc 1,54-55). María es la llena de gracia porque «ha creído» que lo que le ha dicho el Señor se cumpliría (Lc 1,45). En ella, todas las promesas divinas se han revelado verdaderas. Entronizada en la gloria, nos muestra que nuestra esperanza es real; y también hoy esa esperanza, «como ancla del alma, segura y firme» (Hb 6,19), nos aferra allí donde Cristo está sentado en su gloria.
Esta esperanza, queridos hermanos y hermanas, la esperanza que nos ofrece el Evangelio, es el antídoto contra el espíritu de desesperación que parece extenderse como un cáncer en una sociedad exteriormente rica, pero que a menudo experimenta amargura interior y vacío. Esta desesperación ha dejado secuelas en muchos de nuestros jóvenes. Que los jóvenes que nos acompañan estos días con su alegría y su confianza no se dejen nunca robar la esperanza.
Dirijámonos a María, Madre de Dios, e imploremos la gracia de gozar de la libertad de los hijos de Dios, de usar esta libertad con sabiduría para servir a nuestros hermanos y de vivir y actuar de modo que seamos signo de esperanza, esa esperanza que encontrará cumplimiento en el Reino eterno, allí donde reinar es servir. Amén.