Es determinante para Francisco disponer de las personas adecuadas en el puesto adecuado
(José M. Vidal).- Fundador de la Comunidad San Egidio y ex ministro italiano, Andrea Riccardi es uno de los laicos de mayor prestigio en la Iglesia y, quizás por eso, se atreve a decir lo que muchos piensan y callan. En esa línea y tras la celebración del Sínodo pide al Papa Francisco «que cambie el gobierno de la Iglesia» y que se rodee de curiales que estén «en sintonía» con él y con su revolución tranquila.
En declaraciones a Giacomo Galeazzi de Vatican Insider, Riccardi asegura que «del Sínodo surgió la necesidad de reformar el gobierno central de la Iglesia». Y añade: «A la cabeza de los dicasterios, Francisco debe tener personas que estén en sintonía con él».
Para el fundador de San Egidio, está claro que «el gobierno actual de Francisco sigue siendo el de Benedicto XVI y es precisamente en su propio gobierno, donde Francisco está encontrar las mayores resistencias al cambio«.
De ahí que, a su juicio, «la reforma de la Curia no pueda limitarse a la reducción de algunos dicasterios», sino a cambios radicales y en profundidad de organismos y de personas.
Y recuerda, en este sentido, el ejemplo de Juan XXIII, que «también tenía una Curia hostil al cambio y, por eso, se centró en la convocatoria del Coniclio, iniciando un proceso de renovación que le ayudó a superar las dificultades».
Y concluye este tema diciendo: «Es determinante para Francisco disponer de las personas adecuadas en el puesto adecuado». Y cita el ejemplo de su Secretario de Estado, Pietro Parolin.
El catedrático de Historia explica también que la clave interpretativa del reciente Sínodo ya no pasa por el eje tradicionalistas-progresistas. Porque eso era, precisamente, lo que querían los más conservadores, que «intentaron vincularse a la figura del Papa emérito Benedicto XVI». Un intento roto por Francisco, al inicio del Sínodo, al reafirmar que «él es el Papa y que el Papa se llama Francisco».
Explica, asimismo, Riccardi que la pretensión del sector conservador en el Sínodo fue cerrar la posibilidad de que se debatiese cualquier cosa, sin darse cuenta de que «entonces no tendría sentido haber convocado el Sínodo».