Todos estos salesianos luchan sólo con la fuerza del espíritu y el orgullo del corazón por la dignidad de los más vulnerables en estas periferias
(Lucía López Alonso, enviada especial a Tamil Nadu).- Quedar atrapada en uno de los frecuentes atascos que conectan -porque cualquier espera es un enlace, una puerta abierta, una retención fructífera- la gran Chennai con las localidades que la bordean es una buena excusa para poder observar de cerca, de ventanilla a ventanilla, la mirada de los habitantes del sur de la India.
Los indios tienen jazmines en los ojos. Esos jazmines que las mujeres colocan también en las negras trenzas de su cabeza, para que el pensamiento cohabite con la naturaleza. Jazmines blancos que, rodeados por la oscuridad de su piel, permiten escudriñar el rojo de las venas de sus ojos.
Los salesianos llevan más de un siglo presentes en la región de Tamil Nadu. Acorralada en ese loco atasco -siempre también un intercambio, una oportunidad de relacionarse con el entorno durante una tregua inestimable-, miro los jeeps, las scooters, los cochecitos y los autobuses y me pregunto cuánta de la gente ahí congregada será religiosa. Cuántos consagrados pueden llegar a coincidir en un atasco de la capital del sureste del continente que parece, por su creciente número de vocaciones, ser la última esperanza del catolicismo. Y cuántos de ellos serán salesianos.
Yo estudié con los salesianos. Entre todos esos curas que me fueron llevando curso por curso a la iglesia -la estratagema de oro de cualquier niño para perder horas lectivas-, recuerdo a unos cuantos de enorme corazón. Por eso ha sido para mí una sorpresa conocer a los salesianos de Tamil Nadu; ser testigo de cómo estos sacerdotes invierten las estadísticas del mundo occidental: no solo son más sino que son mejores.
Sonriendo incesantemente, impresionando más por la naturalidad de sus acciones que por su discurso y viviendo no sólo en la teoría sino de veras en comunidad, marcan la diferencia respecto a esa Iglesia de Occidente que no termina de abrazarse a las reformas de Francisco.
Una mesa circular
Lo primero que conozco de los salesianos de la India es un refectorio. De nuevo esta habitación no tiene nada que ver con la idea que tengo de esos comedores monacales donde los religiosos europeos se alimentan en silencio, tal vez escuchando música clásica o mientras alguien recita oraciones o lecturas piadosas. Es un lugar familiar presidido por mesas siempre redondas, de esas que permiten compartir lo preparado dentro de las potitas. De esas que hacen que el servicio alcance a todo el mundo y se haga realidad la palabra comunión. Un cartel remata esta idea: «Feel at home».
Y es que incluso en las guías turísticas queda subrayado que para los naturales de Tamil Nadu la bienvenida, la acogida del otro, es lo más importante: mientras en todas las casas salesianas se encuentran letreros con la palabra welcome por doquier, en el umbral de las casitas familiares y de algunos comercios los kolams dan la bienvenida al paseante mediante formas dibujadas con pasta de arroz.Los kolams parecen juegos de tiza, significan «belleza» y se trazan al amanecer. Nunca he visto nada más poético.
«Esto no es una escuela, esto es una familia», me explica Father Maria Arokiam, actual director de la Don Bosco Boys Home, ubicada en Pondicherry. Me sirve un té sin preguntar porque en la India no se ofrece: directamente se entrega al prójimo todo lo que se tiene. Sincero, me cuenta que esos muchachos, cuando vivían en los slums, apenas comían una vez al día, y había grandes dosis de violencia en algunas de sus familias. Pienso si el sufrimiento que viene de nacimiento será menos doloroso. Miro a los chicos hacer sus morning works y no encuentro en ellos ni un ápice de rabia.
Llamar orfanato a ese centro me parecería una agresión. Y es que los salesianos velan porque a los más de sesenta niños que viven con ellos no les falte un baúl junto a las esterillas donde duermen, un reloj en la muñeca, un autocar de ida y vuelta al cole y chapatis y arroz con salsa de tomate para desayunar. Velan porque atraviesen la adolescencia sin preocuparse del dinero que no llega y centrándose, por el contrario, en estudiar y jugar.
Y el que no quiera estudiar con libros podrá decidir formarse profesionalente allí mismo, en restauración o carpintería, o quizá en el St. Joseph Technical Institute para jóvenes, donde los salesianos tienen módulos de mecánica, informática, comercio y mecanografía, de nuevo gratuitos. Y cuando llegue el domingo irán todos de pic-nic a la playa. Porque fathers y boys comen siempre en corro, ya sea en la mesa o en el suelo al aire libre, como cualquier familia, donde lo imprescindible no es lo material sino que los niños rían.
Karaikal, el kaleidoscopio
Karaikal, antiguamente colonia francesa lo mismo que Pondicherry, es un kaleidoscopio, lo primero, de naturaleza. Adelfas, palmeras, ficus, potos y aloes se mezclan en derredor de la parroquia y el College of Education and Research Institute de los salesianos. Fundadores también del DBICA (Don Bosco Institute of Communication Arts), los salesianos enseñan ahí el dulce arte de enseñar a jóvenes que podrían trabajar en un futuro en colegios como los suyos: el St. Dominic Savio Govt. Aided School o el Don Bosco Higher Secondary School.
«Hapiness comes from your Heart» and «Health is wealth» son algunos mensajes que pueden leerse junto a la fecha en la parte superior de los encerados de las clases. Mensajes en inglés coronando lecciones de lengua tamil o del oficial hindi. Porque Karaikal también es un kaleidoscopio de costumbres y modos de expresión.
Y de religiones, puesto que los salesianos conforman sus proyectos con chicos musulmanes, cristianos e hindúes. Las tres religiones convergen en la India en floreros rebosante de flores, centros de meditación y oraciones ecuménicas. Un mismo cuerpo espiritual que puede percibirse de la misma forma en lo proyectos de los salesianos. Está muy claro: «Life is like a box of chocolates».
Chinna chinna aasai
El dios de las pequeñas cosas, como el título de aquella novela, está dentro de los deseos de estos salesianos e incluso dentro de sus canciones favoritas de las Kollywood movies: Fr. Sathia, rector de la politécnica salesiana de Pondy, entona «chinna chinna aasai», popular estribillo que viene a decir que a él le gustan las cosas chicas, chiquitas, como volar como un pajarito. Como un bombón, un lápiz nuevo para la escuela o el amor que Fr. Paulraj Maniam entrega a esos niñitos que están dibujando tan sólo cogiéndolos en brazos.
Sí, un cura cantando. Todos ellos lo hacen no en el altar acarreando sus labios un pesado latín, sino en medio de la hermandad de la sobremesa. Porque cantar alarga la vida. Fr. Johnson me pregunta por Enrique Iglesias, María Carey y Jennifer López. Tras más de 25 años siendo salesiano, sonríe igual que un quinceañero.
Fr. Jayapalam Raphael, el provincial, dedica después de la misa unas palabras a los compañeros enfermos o ya mayores. Son amigos, al margen de las jerarquías. Y son pastores (su prioridad es cuidar a la gente) al margen del poder.
La misa, por cierto, es una celebración con sillas de plástico y cantos de verdad. Veo cómo los niños, con unos zapatos que parecen heredados de alguien adulto, se arrodillan en un baile para rezar. Y la rejilla de la silla parece su personal y casero confesionario. Me quedo con dos momentos: el minuto en que se fue la luz y todos aplaudieron cuando los ventiladores -irrenunciables angelitos guardianes en todos los techos tropicales- retomaron el funcionamiento, y el momento en que el arzobispo dijo algo en tamil y todo el mundo echó a reír y yo pensé dios mío, un arzobispo que te da la mano sin esperar que le beses el anillo, un arzobispo desprendiendo aprecio en lugar de prendido en una pompa de poder. En mi niñez vi cosas parecidas pero nada igual.
La fuerza del espíritu
Recuerdo esas palabras de Mahatma Gandhi dirigidas a los ingleses: «Nosotros consideramos que lo que ustedes representan es lo opuesto a la civilización». Por otro lado, encuentro a todos estos salesianos luchando sólo con la fuerza del espíritu y el orgullo del corazón por la dignidad de los más vulnerables en estas periferias; emprendiendo la bella pero larga tarea de destrozar las fronteras del sistema de castas y al tiempo preocupándose de dar lo inmediato (alimento, techo, trabajo, afecto y calma). Y entonces creo que son ellos, desde la devota mente india, los que les están diciendo a nuestros obispos-príncipes que su curia representa lo opuesto a lo que ha de ser la Iglesia.
Ya es hora de que en Roma se haga lo que debería ser hecho.