Si el cumpleaños es un día para recibir lo deseado, Fr. Sathia lo pasa dando a los demás lo que desean
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(Lucía López Alonso, enviada especial a Tamil Nadu).- ¿Cómo celebra un salesiano de Tamil Nadu su cumpleaños? Father Sathiaseelan tiene un nombre que recuerda a la palabra verdad (Satya). Palabra que Gandhi fusionó con la palabra firmeza (agraha) para denominar su lucha no-violenta. Vive y trabaja cerca de Chengalpattu y hace unos pocos años ha celebrado sus bodas de plata como consagrado.
El día de su cumpleaños se ha levantado tan temprano como siempre, porque en el Sur de la India el sol sale antes de las seis de la mañana y los salesianos son sus fieles seguidores. Ha comenzado el día orando en la pequeña capilla de su comunidad. Una salita que frecuentan a lo largo de todo el día tanto religiosos como laicos, deteniéndose para persignarse o arrodillarse unos minutos entre labor y labor.
«Celebrate the moment», dicen los carteles. Y eso es lo que hacen los tamiles: sacralizar cada momento con la alegría y rezarlo a través de la absoluta presencia de la palabra gracias en sus vidas.
Por eso la puerta de la capillita, que es toda de cristal, está tan manchada de huellas dactilares. Porque lo sagrado hay que tocarlo. Las vacas pasean libremente por la India precisamente porque lo sagrado hay que tocarlo en vez de encerrarlo en remotos artefactos. Por eso esa puerta manoseada es transparente y está justo en el recibidor de la casa: para que la imagen de Jesús llegue a cualquiera, también a los que no se atrevan a cruzar la segunda puerta.
En el desayuno ha encontrado que en el corcho del comedor los chicos le han preparado un collage de felicitación: fotos, flores de papel y globos le van a sonreír durante todo el día. «U r special for us«. Y es que Fr. Sathia no vive solamente con otros religiosos: su hogar es también el hogar de muchos chavales que estudian en el Pollytechnical College que él dirige y que, aunque ahora están concentrados en sus exámenes, no han olvidado dejarle unos limones sobre la mesa de su despachito. Regalos de Dios.
El cumpleaños de Fr. Sathia continúa en el poblado gitano que han construido los salesianos. Se monta en el coche y, sin necesidad de conductor, conduce hasta esa parte del campo en la que empiezan a verse los huts (cabañas rurales de techos de hoja de cocotero habituales en esta región) levantados con la iniciativa y el dinero de los salesianos de Tamil Nadu.
Gracias a ellos, la población gitana hace tiempo que tiene techo, agua y una escuela para sus hijos. Antes de esto, no tenía nada. Una mujer aquejada de fiebre se acerca sudando a Fr Sathia. Le pide la bendición. Él pone sus manos en su cabeza. La toca sin miedo como habría hecho Jesús. Porque en Tamil Nadu se bendice tocando en vez de trazando la cruz en la fría distancia.
Cantando, como siempre, el salesiano anima a los niños a conseguir un ritmo entre todos, palmeando. Les regala caramelos y se monta de nuevo en el coche -en otras ocasiones es la bici su medio de transporte preferido- sin haber contado a ninguno de ellos que hoy es su cumpleaños. Sin necesitar siquiera el estrecho protagonismo de una felicitación.
Y es que, si el cumpleaños es un día para recibir lo deseado, Fr. Sathia lo pasa dando a los demás lo que desean. Sirviendo en cada gesto, es una de esas personas que aprovecha cada ocasión en que tiene algo en la mano para ofrecérselo a quien esté en ese momento a su lado.
Oficia la última misa del día en una parroquia que los salesianos llevan construyendo más de siete años (y aún falta rotular el nombre en su fachada occidental), porque ellos siempre, siempre, dan prioridad a las escuelas. Ya luego llegarán las iglesias. Y qué más darán los nombres mientras no se pueda. La satisfacción de la santidad no reside en las palabras sino en los gestos.
El crucificado del altar está rodeado de esas luces de colores que a los occidentales siempre recuerdan a las de las discotecas. Claro, es que las misas en tamil son un concierto. Canciones, canciones, y la campanilla en el momento de la consagración. Dios está en los pequeños júbilos.
Concluida la misa, la fiesta continúa ahí mismo: fieles y consagrados comparten un pastel de cumpleaños. Fr. Sathia ha querido agradarles a todos y, de hecho, ha nombrado a cada uno de ellos desde el altar.
Procede de un modo radicalmente diferente a las personas que suelen arrastrar con ellas el arrepentimiento de tener vergüenza a expresar los sentimientos. Firmeza por una buena cusa. Sadagraha. Sirve a sus hermanos un café irlandés que ayer preparó en secreto, para brindar con ellos. Sabe que Dios está en la gente y en ningún otro sitio. Ha cumplido los cuarenta y siete.