Asistimos al avance de los nuevos desiertos, creados por una cultura del egoísmo y de la indiferencia hacia los demás
(José M. Vidal).- Misa del Papa en el campus de la Universidad de Nairobi. El acto central de su visita a Kenia. Una eucaristía vivida y sentida, cantada y bailada en medio de un manto de lluvia. En su homilía, Francisco pide una «sólida vida familiar» y que «se rechace «el prejuicio y la discriminación, porque estas cosas no son de Dios».
En la espera, los coros cantan y bailan como sólo saben hacerlo en África. El día amanece nublado y, a veces, lluvioso, pero los keniatas le ponen ritmo, música y alegría. Una música pegadiza, sincopada, ritmada y repetitiva.
El altar en forma de casa típica del país. El Papa lleva una casulla sencilla, con un diseño africano y una mitra, también muy africana. Muchos de los cantos de la misa, entre ellos, el Kyrie son en swahili.
Entre cantos y bailes, un grupo de mujeres llevan hasta el altar el leccionario, expresando su alegría por escuchar la palabra de Dios. Una oración con todo el cuerpo y el alma.
Primera lectura del profeta Isaías: «No hay ningún Dios fuera de mí».
El salmo 22 en swahili, cantado por una monja nativa y la respuesta del coro y del pueblo. Todo va a otro ritmo, mucho más lento y los cantos y ritos se hacen de una forma mucho más pausada.
Lectura del Evangelio de Mateo: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»
El Papa predica en italiano y un sacerdote traduce sus palabras al inglés, mientras la esplanada se llena de paraguas de todos los colores.
Algunas frases de la homilía del Papa
«La palabra de Dios habla a la profundidad de nuestro corazón»
«La profecía del Evangelio se cumple en todas partes donde es predicado»
«La sociedad de Kenia ha sido bendecida por una sólida vida familiar y el respeto a los ancianos»
«La salud de cualquier sociedad depende de la salud de la familia»
«Sostener las familias en su misión en el seno de la sociedad»
«Acoger a los niños como una bendición y a defenfder la dignidad de todo hombre y toda mujer»
«Todos somos hermanos y hermanas de la única familia humana»
«No despreciar a las mujeres y amenazan la vida de los incentes no nacidos»
«Misión especial de las familias cristianas irradiar el amor de Dios»
«Asistimos al avance de los nuevos desiertos, creados por una cultura del egoísmo y de la indiferencia hacia los demás»
«Aquí, en el corazón de esta Universidad, hago un llamamiento especial a los jóvenes»
«Los grandes valores de la tradición africana os guíen en el empeño de formar una sociedad que sea siempre justa e inclusiva»
«Rechazad todo lo que conduce al prejuicio y a la discriminación, porque estas cosas no son de Dios»
«Dios es la Roca sobre la que estamos llamados a construir»
«El Hijo de Dios es la Roca»
«Quiere que construyamos nuestra vida sobre el fundamento de su Palabra»
«El Señor nos pide que seamos discípulos misioneros, que irradien la verdda, la belleza y la potencia del Evangelio»
«Canales de la gracia de Dios»
«Cunstruir una casa sólida»
«Que Jesús guíe vuestras familias por la via del bien toda vuestra vida y que bendiga a todos los habitantes de Kenia con su paz»
«Sed fuertes en la fe. No tengáis miedo, porque pertenecéis al Señor»
«Mungu awabariki Kenia»
Y la gente prorrumpe en aplausos ante las palabras finales del Papa en swahili.
Texto íntegro de la homilía del papa en español
La Palabra de Dios nos habla en lo más profundo de nuestro corazón. Dios nos dice hoy que le pertenecemos. Él nos hizo, somos su familia, y Él siempre estará presente para nosotros. «No temas», nos dice: «Yo los he elegido y les prometo darles mi bendición» (cf. Is 44,2-3).
Hemos escuchado esta promesa en la primera lectura de hoy. El Señor nos dice que hará brotar agua en el desierto, en una tierra sedienta; hará que los hijos de su pueblo prosperen como la hierba y los sauces frondosos. Sabemos que esta profecía se cumplió con la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Pero también la vemos cumplirse dondequiera que el Evangelio es predicado y nuevos pueblos se convierten en miembros de la familia de Dios, la Iglesia. Hoy nos regocijamos porque se ha cumplido en esta tierra. Gracias a la predicación del Evangelio, también ustedes han entrado a formar parte de la gran familia cristiana.
La profecía de Isaías nos invita a mirar a nuestras propias familias, y a darnos cuenta de su importancia en el plan de Dios. La sociedad keniata ha sido abundantemente bendecida con una sólida vida familiar, con un profundo respeto por la sabiduría de los ancianos y con un gran amor por los niños. La salud de cualquier sociedad depende de la salud de sus familias. Por su bien, y por el bien de la sociedad, nuestra fe en la Palabra de Dios nos llama a sostener a las familias en su misión en la sociedad, a recibir a los niños como una bendición para nuestro mundo, y a defender la dignidad de cada hombre y mujer, porque todos somos hermanos y hermanas en la única familia humana.
En obediencia a la Palabra de Dios, también estamos llamados a oponernos a las prácticas que fomentan la arrogancia de los hombres, que hieren o degradan a las mujeres, y ponen en peligro la vida de los inocentes aún no nacidos. Estamos llamados a respetarnos y apoyarnos mutuamente, y a estar cerca de todos los que pasan necesidad. Las familias cristianas tienen esta misión especial: irradiar el amor de Dios y difundir las aguas vivificantes de su Espíritu. Esto tiene hoy una importancia especial, cuando vemos el avance de nuevos desiertos creados por la cultura del materialismo y de la indiferencia hacia los demás.
El Señor nos hace otra promesa en las lecturas de hoy. Como Buen Pastor, que nos guía por los caminos de la vida, Él nos promete habitar en su casa por años sin término (cf. Sal 23,6). También en este caso vemos cumplida su promesa en la vida de la Iglesia. En el Bautismo, Él nos conduce hacia fuentes tranquilas y reaviva nuestra alma. En la Confirmación nos unge con el óleo de la alegría espiritual y de la fortaleza. Y en la Eucaristía nos prepara una mesa, la mesa de su propio cuerpo y sangre, para la salvación del mundo.
Necesitamos estos dones de gracia. Nuestro mundo tiene necesidad de ellos. Kenia necesita estos dones. Ellos fortalecen nuestra fidelidad en medio de las adversidades, cuando parece que estamos caminando «por el valle de las sombras de la muerte». Pero también cambian nuestros corazones. Nos hacen más fieles discípulos del divino Maestro, vasos de misericordia y de amorosa ternura en un mundo lacerado por el egoísmo, el pecado y la división. Estos son los dones que Dios en su providencia les concede para que contribuyan, como hombres y mujeres de fe, en la construcción de su país, con la concordia civil y la solidaridad fraterna. De manera particular, son dones que hay que compartir con los jóvenes, que aquí, como en otras partes de este gran continente, son el futuro de la sociedad.
Aquí, en el corazón de esta Universidad, donde se forman las mentes y los corazones de las nuevas generaciones, hago un llamado especial a los jóvenes de la nación. Que los grandes valores de la tradición africana, la sabiduría y la verdad de la Palabra de Dios, y el generoso idealismo de su juventud, los guíen en su esfuerzo por construir una sociedad que sea cada vez más justa, inclusiva y respetuosa de la dignidad humana. Preocúpense de las necesidades de los pobres, rechacen todo prejuicio y discriminación, porque -lo sabemos- todas estas cosas no son de Dios.
Todos conocemos bien la parábola de Jesús sobre aquel hombre que edificó su casa sobre arena, en vez de hacerlo sobre roca. Cuando soplaron los vientos, se derrumbó, y su ruina fue grande (cf. Mt 7,24-27). Dios es la roca sobre la que estamos llamados a construir. Él nos lo dice en la primera lectura y nos pregunta: «¿Hay un dios fuera de mí?» (Is 44,8).
Cuando Jesús resucitado afirma en el Evangelio de hoy: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18), nos está asegurando que Él, el Hijo de Dios, es la roca. No hay otro fuera de Él. Como único Salvador de la humanidad, quiere atraer hacia sí a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, para poder llevarlos al Padre. Él quiere que todos nosotros construyamos nuestra vida sobre el cimiento firme de su palabra.
Por eso, después de su resurrección y en el momento de regresar al Padre, Jesús dio a sus apóstoles el gran mandato misionero, que hemos escuchado en el evangelio de hoy: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20).
Este es el encargo que el Señor nos da a cada uno de nosotros. Nos pide que seamos discípulos misioneros, hombres y mujeres que irradien la verdad, la belleza y el poder del Evangelio, que transforma la vida. Hombres y mujeres que sean canales de la gracia de Dios, que permitan que la misericordia, la bondad y la verdad divinas sean los elementos para construir una casa sólida. Una casa que sea hogar, en la que los hermanos y hermanas puedan, por fin, vivir en armonía y respeto mutuo, en obediencia a la voluntad del verdadero Dios, que nos ha mostrado en Jesús el camino hacia la libertad y la paz que todo corazón ansía.
Que Jesús, el Buen Pastor, la roca sobre la que construimos nuestras vidas, los guie a ustedes y a sus familias por el camino de la bondad y la misericordia, todos los días de sus vidas. Que él bendiga a todos los habitantes de Kenia con su paz.
«Estén firmes en la fe. No tengan miedo». «Porque ustedes pertenecen al Señor».
Mungu awabariki! [Que Dios los bendiga]
Mungu abariki Kenya! [Que Dios bendiga a Kenia]