Unidos ya en el ecumenismo de la sangre y en el ecumenismo de la caridad, el ecumenismo del altar y de la comunión no puede tardar
(José M. Vidal).- Contento, satisfecho y siempre sonriente, el Papa Francisco se despide de Suecia. Tras una visita que ha sido un éxito clamoroso, a pesar de las dificultades que encerraba. Bergoglio se ganó el corazón de los luteranos y enorgulleció a los católicos, minoría de «sal y levadura».
El Papa llega al aeropuerto en un pequeño utilitario con la martricula SCV1. A los pies de la escalerilla del avión, se despide de los presentes, mientras sujeta el capelo blanco con la mano por el viento que sopla, en un cielo encapotado.
Se despide de todas las autoridades y se detiene especialmente con la arzobispa de Estocolmo, Jackelén, con la que charla un buen rato. Sin grandes protocolos y sin alfombras rojas ni bandas de música ni discursos oficiales.
Después, coge su maletín negro, se agarrá al pasamanos de las escalerillas y sube al avión de Alitalia. Al llegar al descansillo, se vuelve y saluda con la mano. Y dice adiós a Suecia, donde deja un gratísimo recuerdo.
Concluye uno de los viajes más difíciles del Papa. No por el país a visitar, la pacífica Suecia. Ni por los peligros externos, sino por las asechanzas internas. Francisco quiere y practica el ecumenismo de la cercanía, del abrazo y de los pequeños pasos. Por eso, quiso ir personalmente a Lund (Suecia), para celebrar, con los hermanos luteranos, los 500 años de la Reforma.
Un gesto así, antes del Concilio, hubiese sido pecado. Después, una osadía. Y, ahora, para los rigoristas católicos y protestantes, un despropósito. Porque sigue habiendo católicos que consideran el ecumenismo, es decir la eventual unión de los cristianos, tan querida por el propio Cristo, como «el cáncer de la fe».
Pero este Papa-Creso todo lo que toca lo convierte en oro y, a pesar de los rigoristas, con su presencia, con sus palabras, con sus gestos y con su sonrisa conquistó el corazón de todos los suecos de buena voluntad y dio un paso más en el ansiado sueño de la unidad plena entre católicos y protestantes.
Unidos ya en el ecumenismo de la sangre y en el ecumenismo de la caridad, el ecumenismo del altar y de la comunión no puede tardar.