Cuando se acabe la guerra, los palacios e infraestructuras se reconstruirán, con la ayuda de la comunidad internacional.¿Pero quién podrá sanar las heridas profundas que han lastrado los corazones, o eliminar el odio? ¿Cuánto tiempo llevará?
(Cameron Doody).- El cardenal Mario Zenari es el nuncio en la desgarrada Siria, «el nuncio de todos los sirios», como él mismo se define. Cada vez que se pone el capelo rojo se acuerda de la sangre de los niños mártires de la guerra. «Los niños están pagando el precio más alto del conflicto», lamenta el prelado.
No cabe la menor duda de que los más de 400.000 muertos en estos seis años de guerra en Siria constituyen un auténtico desastre. Pero hay también otra tragedia que asola al país no menos desgarradora si bien algo menos conocida, afirma el purpurado al National Catholic Register. Son los once millones de sirios o bien exiliados directamente o bien internamente desplazados. «En general, los que emigran son jóvenes bien educados», deplora Zenari, la ausencia de los cuales ha creado un «vacío» importante en el país que el cardenal predice traerá consigo «consecuencias graves» en el futuro. «Una sociedad y una Iglesia sin jóvenes es una sociedad sin futuro», se lamenta.
Pero aún sin estos jóvenes que han emigrado, ¿qué tipo de futuro pueden esperar los sirios, víctimas de una guerra que va mutando entre una lucha contra el Estado Islámico, una guerra subsidiaria entre EEUU y Rusia, y otras muchas contiendas también? Zenari echa la vista atrás para explicar que el principal escollo para la paz es el hecho de que demasiado a menudo los combatientes han hecho la vista gorda a los derechos humanos fundamentales.
«Desgraciadamente, en estos seis años de guerra, se han cruzado muchas veces varias líneas rojas, con impunidad total: ataques con armas químicas; hospitales, escuelas, mercados populares y campos de refugiados todos destrozados». Y por si todo esto fuera poco, el cardenal rememora los dos «brazos» que han abofeteado el país una y otra vez. El del hambre -«sitiados de pueblos y barrios enteros», recuerda Zenari- y el de la sed, como cuando tanto Damasco como Alepo se vieron sin agua hasta durante meses.
¿Y la lección de todo esto? «La comunidad internacional ha de multiplicar los esfuerzos para que se adopte y observe el alto el fuego, para permitir el acceso a la ayuda humanitaria», declara el prelado. Y es que cuantos más agentes internacionales se impliquen en el proceso de la paz en el país, más probabilidades habrá de que las armas callen. Zenari cita como ejemplo de esto la jornada de oración y ayuno por la paz en Siria y en el mundo convocada por el Papa Francisco en septiembre 2013. Acontecimiento que, casualidad o no, anticipó solo por cuestión de semanas un importante acuerdo para desmantelar el arsenal químico en el país.
Eso sí, el conflicto en Siria no deja de ser un conflicto regional, según el cardenal Zenari, con lo que si los países de Oriente Medio no terminan de resolver sus desavenencias y desacuerdos, «es difícil esperar una paz sólida y duradera».
A este nivel regional, el prelado defiende el desarrollo de lo que llama un «secularismo positivo», que más que a la mera separación y distinción entre religión y Estado, apuntaría también a una situación en la que todo ciudadano tenga los mismos derechos y deberes, sea de la religión que sea. Con protecciones especiales, así mismo, para las minorías.
En la medida en la que atraería a elementos del «islam moderado», prosigue el cardenal, este «secularismo positivo» también tiene potencial como antídoto al terrorismo. «El terrorismo debe combatirse», recuerda el cardenal, «intentando eliminar sus causas profundas, que están en las raíces de su propagación. Tenemos que recuperar el terreno en el que nace y prospera»: precisamente al apelar a estos musulmanes moderados del país a los que les repelen las barbaridades del Estado Islámico.
Dicho esto, y con el corazón apenado por las atrocidades de las que es testigo día tras día, lo que le sigue preocupando más al cardenal Zenari es la reconstrucción del país que un día tendrá que venir.
«En Siria, incluso la persona y la cohabitación social están destruidas», reflexiona. «Cuando se acabe la guerra, los palacios e infraestructuras se reconstruirán, con la ayuda de la comunidad internacional. ¿Pero quién podrá sanar las heridas profundas que han lastrado los corazones, o eliminar el odio? ¿Cuánto tiempo llevará?»
Las preguntas retóricas van acompañadas por lamentos especiales por los niños -testigos de «violencia y crueldad de todo tipo»- y por los cristianos, cuya huida de Siria el cardenal califica como «un empobrecimiento para toda la nación». Su ausencia no solo hace más difícil las tareas de reparación y sanación que tanto urgen en el país –pues su número se ha reducido a menos de la mitad en estos seis años– pero al tener que huir también corren el riesgo de perder todo vínculo con la herencia de las Iglesias orientales que reclaman como suyas.
«Para ayudar a los cristianos a que se queden», recuerda el cardenal, «es necesario apoyarles económicamente, con casas, trabajo, seguridad, etc. Pero también necesitan un apoyo espiritual, para entender e implementar mejor su misión en Siria, es decir, ser la ‘sal de la tierra’ en Damasco, Homs y Alepo». Cimientos, en otras palabras, con los que realizar el «deber evangélico y cívico» que acompaña el haber nacido cristiano en Siria.
Y es que aunque no naciera en Siria, este «deber evangélico y cívico» de ser «sal de la tierra» en el país es precisamente el compromiso que ha adquirido el cardenal italiano. Deber que realiza por los niños muertos de los que se acuerda cuando se pone su solideo rojo, y que dedica, dice, a todos -católicos, ortodoxos, protestantes y musulmanes- quienes le consideran «el cardenal de todos los sirios».
Del honor que el pontífice le otorgó en noviembre de 2016 al hacerle el único cardenal nuncio del mundo, Zenari afirma que «fue un gesto extraordinariamente elocuente del Papa Francisco, muy agradecido por todos los sirios». Pero no es que se duerma en sus laureles. Ahora le toca, dice, «un compromiso aún más grande». «Ahora, más que nunca, siento que tengo que hacer todo lo posible como el nuncio de todos los sirios».