El cardenal Blázquez reconoce que la Iglesia no siempre reaccionó "débidamente" ante los abusos del clero
(José M. Vidal).- ¿Hay alguien que pueda perdonar a un monstruo pederasta que lo violó 200 veces en cuatro años e hizo lo mismo con otros 150 niños? Daniel Pittet lo ha conseguido y cuenta su «duro y largo» proceso de sanación en un libro, prologado por el Papa Francisco.
En él, Bergoglio asegura que se trata de «un testimonio necesario, precioso y valiente». Y, en la presentación de la obra en Madrid, el cardenal Blázquez, casi emocionado, reconoce que la Iglesia no siempre reaccionó «debidamente» frente a los abusos del clero a menores.
‘Le perdono, padre’ (Mensajero) se titula el relato y, desde el título, Daniel Pittet alude a la catarsis final de su largo calvario. Porque, desde los 9 a los 12 años, «bajó a los infiernos» y fue sometido a todo tipo de abusos sexuales por parte del padre Joël Allaz. A un ritmo de una vez por semana, el religioso capuchino depredador abuso del niño Daniel más de 200 veces.
Y, sin embargo, con tan sólo 12 años y, una vez que se liberó del depredador, porque lo trasladaron de colegio, Daniel fue capaz de perdonarle. Eso sí, «con un perdón de niño». «Con doce años, me arrodillé ante el Santísimo Sacramento y pronuncié estas palabras: ‘Jesús, `perdono a este pobre imbécil, porque tienes dos caras y no puedo evitarlo, pero libérame de sus garras«.
¿Cómo fue capaz de hacerlo?, le preguntan continuamente a Daniel. Hoy, con 58 años, una familia y seis hijos, dice sentirse «en pie», precisamente gracias a ese gesto. «Fui capaz de perdonar al cura que me violó, porque, por un lado era un sacerdote que cumplía con su deber, aunque, por el otro, fuese un cerdo que me violó doscientas veces. Perdonar me hizo un hombre libre».
Pero el perdón completo llegó «sólo hace tres meses, cuando me entrevisté con mi abusador y me di cuenta de que era un enfermo y de que su vida también había sido un infierno». En esa entrevista, cara a cara, el padre Joël, su abusador, le confesó:
-Tengo una doble personalidad. Una parte de mí es normal y la otra, monstruosa. Soy consciente de lo que hice y me digo: ¿Cómo es posible? Iré al infierno.
-Pida perdón de Dios y estaremos juntos en el paraíso, le contestó Daniel.
Por eso, Daniel explica que «el perdón no elimina el problema ni la herida ni el sufrimiento, pero, gracias a él, ya no me siento atado a mi verdugo, ya no estoy bajo su dependencia, he roto las cadenas que me ataban a él y que me habrían impedido vivir».
En la Iglesia, lo peor y lo mejor
De todas formas, Daniel entiende perfectamente a la gente que no puede perdonar. «Es complicado. Para conseguirlo hay que romperse del todo y tocar fondo. Y, desde ahí, pasar página, porque la vida es corta». O, incluso, como en su caso, conservar la fe y proclamar que se sigue sintiendo «hijo fiel de la Iglesia, en la que encontró lo peor y lo mejor, pero la bondad supera con creces a la maldad».
Entre el perdón de los 12 y la sanación de su libro-testimonio a los 58, la historia traumática y dura de «como sobrevivir a una infancia rota»: dejó el seminario de los capuchinos y, con la depresión a cuestas, intentó labrarse un futuro. A duras penas, y con mucha ayuda psiquiátrica durante más de 20 años, consiguió rehacer, poco a poco su vida. Hoy, es bibliotecario en Friburgo, está casado y tiene seis hijos.
El golpe de gracia de su sanación le vino del Papa Francisco, con el que estuvo colaborando durante tres años, para escribir el libro «Amar es darlo todo». Cuando terminó la obra y la tradujo a 16 lenguas, Francisco le preguntó:
-Daniel, ¿de donde sacas las fuerzas?
-Del Espíritu Santo, de San José y de Santa Teresita.
-¿Hay algo más?
-Sí, cuando era niño, fui violado por un sacerdote
-¿Has escrito algo sobre eso?
-Sí, pero será el testamento para mis hijos
-Por favor, ¿puedes traducirlo al español y mandármelo?
Lo tradujo, se lo entregó al secretario del Papa y, al día siguiente, Francisco lo mandó llamar: «He llorado». Y, acto seguido, le entregó un prólogo para su testimonio. En él, entre otras cosas, escribe: «Doy gracias a Daniel, porque testimonios como el suyo hacen caer el muro del silencio, que ahogaba los escándalos y los sufrimientos, y proyecta luz sobre una terrible zona de sombra de la vida de la Iglesia. Abren el camino a una justa reparación y a la gracia de la reconciliación, y ayudan asimismo a los pederastas a tomar conciencia de las terribles consecuencias de sus actos».
Daniel Pittet agradece a Francisco su «tolerancia cero» y asegura que «hace todo lo que puede», para acabar con esta plaga, aunque sigue encontrando resistencias y renuencias en parte del episcopado y del clero.
Tolerancia cero
No es el caso del cardenal Blázquez, arzobispo de Valladolid, que, emocionado, da las gracias a Daniel por su testimonio, porque «escribirlo, publicarlo y leerlo es un ejercicio de verdad que libera». Por eso, al igual que el Papa, el purpurado pide a la Iglesia española que «afronte la verdad con valentía y con tolerancia cero».
Blázquez anima «a defender la dignidad de los débiles» e invita a las víctimas a denunciar, «algo que no esa fácil y que trae muchas complicaciones», para que los abusos «sean reconocidos y corregidos de raíz, sin paños calientes».
Por eso, el cardenal de Valladolid aboga porque «la formación humana y cristiana de niños, adolescentes, jóvenes y adultos se abra a este campo tan sensible de sufrimiento y humillación de las personas., Nuestra catequesis se tiene que abrir a este campo. Mirar para otra parte o encubrir es un error. Hay que llamar a las cosas por su nombre».
«Es preciso mirar a lo ocurrido, para que no vuelva a suceder más», dijo el jesuita José María Rodríguez Olaizola, consejero delegado del Grupo de comunicación Loyola. El también jesuita Pablo Guerrero le pidió a la Iglesia española «valentía y castigos ejemplares y justos, para reparar los abusos cometidos», asi como una petición explícita de perdón «por no haber sabido proteger, por minimizar o por no creer a las víctimas».
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