Casi un tercio del clero incumple el celibato, apunta The Boston Globe

Hijos de curas: una realidad silenciada que podría afectar a 4.000 personas en todo el mundo

Los obispos irlandeses, pioneros en aplicar medidas para "asegurar el bienestar" de madres y niños

Hijos de curas: una realidad silenciada que podría afectar a 4.000 personas en todo el mundo
El hijo del padre Sullivan busca la tumba de su padre The Boston Globe

Hace unas semanas, los obispos irlandeses aprobaron una normativa, en virtud de la cual "el bienestar del niño es primordial. El sacerdote debe asumir sus responsabilidades personales, legales, morales y financieras"

Casi uno de cada tres sacerdotes no cumple con el celibato, según una reciente investigación de «The Boston Globe», que aborda la difícil cuestión de los hijos de los clérigos. Uno de ellos, apunta un desafío impactante: «Si sólo el 1% de los 400.000 curas que hay en el mundo tuviera un hijo, habría como mínimo 4.000 personas que podrían necesitar ayuda emocional, y de todo tipo, por parte de la Iglesia».

Cada una de las historias que presenta The Boston Globe son trágicas. Pero lo más impresionante acaso sea el gran número posible de esas vidas difíciles: las de los miles de niños engendrados por sacerdotes, que vivieron marcados por el secreto, la vergüenza, la ilegitimidad, el rechazo o el abandono, relata Infobae.

«No se puede conocer su número exacto, pero con más de 400.000 sacerdotes en todo el mundo, muchos de ellos inconstantes con su promesa de celibato, el potencial para niños no planeados es brutal», escribió Michael Rezendes en el informe especial del diario de Massachusetts, publicado en la sección Spotlight con fotos de Suzanne Kreiter y videos de Emily Zendten.

 

 

Según las estimaciones del hijo de un sacerdote que fundó Coping International -«una organización de voluntarios de la salud mental que promueve el bienestar de los hijos de los curas católicos y sus familias en el mundo»-, Vincent Doyle, si sólo el 1% de esos 400.000 sacerdotes tuviera uno, «habría como mínimo 4.000 hijos e hijas de sacerdotes que podrían necesitar ayuda emocional y de otra clase por parte de la Iglesia».

El fenómeno ha sido tan acallado que un libro de hace casi tres décadas, A Secret World (Un mundo secreto), de A.W. Richard Sipe, se mantiene como estudio principal sobre el celibato eclesiástico. Allí se señala que el 30% del clero católico tiene relaciones sexuales regulares u ocasionales con mujeres, mientras que aproximadamente el 50% cumple con la promesa de mantenerse célibe.

Uno de los casos que relevó The Boston Globe es el de Jim Graham, quien durante décadas se preguntó por qué su padre, John Graham, lo trató con tanta frialdad, mientras que con sus hermanas fue más cariñoso.

Tenía 48 años cuando enfrentó a sus tíos Kathryn y Otto, quienes finalmente le mostraron un recorte de diario donde se veía a un hombre extremadamente parecido a él con un alzacuello de clérigo. «Sólo los protagonistas lo saben con certeza», le dijo la mujer, «pero es posible que éste sea tu padre».

 

 

La foto correspondía al obituario del reverendo Thomas Sullivan. En ese momento Graham miró con otros ojos al hombre que lo había criado, quien había tenido un divorcio contencioso con su madre -le había probado, supo luego, la infidelidad con el cura- y había obtenido la custodia de los tres niños. «Para él debo haber sido un recordatorio constante del hombre que le robó a su esposa», dijo a Rezendes.

«Los hijos e hijas de los sacerdotes suelen crecer sin el amor y el apoyo de sus padres, y con frecuencia se los presiona o se los escarnece para que guarden en secreto la misma existencia de esa relación», escribió el periodista. «Son las víctimas desgraciadas de una iglesia que, durante casi 900 años, ha prohibido a sus sacerdotes que se casen o tengan relaciones sexuales, pero nunca ha establecido normas para lo que los curas o los obispos deben hacer cuando un clérigo es padre de un niño».

Tampoco el Vaticano ha tomado provisiones para la manutención financiera o el apoyo emocional de las madres y los niños en estos casos. De esa manera, cada individuo trata su caso como una crisis personal.

Algunos sacerdotes cuentan la verdad a sus hijos e hijas. Pero otros no. En particular entre los niños dados en adopción, que pueden crecer sin saber la identidad de sus padres biológicos.

Cuando los hijos conocen su identidad desde pequeños, la herida emocional es honda. «Todo lo que yo quería era que él me llevara a tomar un helado y dijera en público ‘Estoy tan orgulloso de mi hija'», dijo a The Boston Globe Chiara Villar, una mujer de 36 años que vive en las afueras de Toronto porque allí nació cuando su madre, María Mercedes Douglas, siguió a su padre, el sacerdote Anthony Inneo, a su misión.

«Me preguntaba por qué él no podía ser mi papá. Empecé a echarme la culpa a mí misma», recordó la mujer su infancia de sentimientos de indignidad y vergüenza, y heridas como los cortes que solía hacerse.

Villar pasó sus primeros años feliz junto a un hombre al que llamaba «Papi». Pero cuando comenzó a ir al jardín de infancia le explicaron que era un secreto y que si alguien le preguntaba por él debía identificarlo como su tío.

«A puertas cerradas era mi papá, pero de pronto, cuando caminaba hacia el auto de mi mamá, me decía ‘Ok, Chiara, que Dios te bendiga’. Era como Dr. Jekyll y Mr. Hyde», recordó la mujer al periódico.

Lo hayan sabido en la infancia o lo hayan descubierto de adultos, los hijos de sacerdotes, en su mayoría, han sufrido por haber tenido ese destino.

«A muchos la verdad los hizo añicos, y sus sentimientos de desilusión y abandono pueden conducir a vidas marcadas por relaciones rotas, abuso de sustancias y pensamientos suicidas», escribió Rezendes. «A muchos se les rompe la fe en la iglesia, al reconocer que una institución considerada un faro de la verdad moral ha permitido, o ha dejado pasar, que los sacerdotes tuvieran hijos y rehuyeran a las responsabilidades de apoyo, atención y amor de un padre».

En la práctica, según el informe, es infrecuente que los curas asuman la responsabilidad legal y financiera de la paternidad, y las madres de los niños no suelen presionarlos ni iniciarles acciones legales.

«En 10 casos que The Boston Globe estudió en profundidad, sólo dos de las madres recurrió a los tribunales para obtener manutención de menores, mientras que las otras dejaron a la voluntad del sacerdote la decisión de cómo mantener a su descendencia, y encontraron escasa ayuda». Seis de los niños no recibieron apoyo paterno para su alimentación, su salud o su educación. Y algunos de los curas que hicieron aportes de manutención los condicionaron a que sus identidades se mantuvieran en secreto.

«En algunos casos, la exigencia de secreto era innecesaria», analizó Rezendes. Las madres eran católicas devotas y miraban a los padres de sus niños no sólo como tales, sino como representantes de Dios. «En su deferencia resuena la de las víctimas de abuso sexual de un clérigo, con frecuencia reacias a denunciar a sus abusadores porque imaginaban que ellas eran culpables de algún modo por lo que se les había hecho, dado que sus abusadores eran considerados hombres santos».

Hace tres años, el Comité sobre Derechos del Niño de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) solicitó al Vaticano que «estime la cantidad de niños engendrados por sacerdotes católicos, descubra quiénes son y tome todas las medidas necesarias para asegurar que se respeten los derechos de esos niños a conocer y a recibir el cuidado de sus padres».

 

 

Hace unas semanas, los obispos irlandeses aprobaron una normativa, en virtud de la cual «el bienestar del niño es primordial. El sacerdote debe asumir sus responsabilidades personales, legales, morales y financieras«. Dichas pautas buscar asegurar «el bienestar» de los hijos de los sacerdotes y las madres de los pequeños. A su vez, se insiste en que «el sacerdote debe asumir sus responsabilidades personales, legales, morales y financieras». El documento también afirma que «es importante que la madre y el niño no queden aislados o excluidos».

Aunque el Papa Francisco no se ha pronunciado sobre este tema en concreto, siendo arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Bergoglio aseguró en 2010 que si uno de sus sacerdotes le confesaba que tenía un hijo, le respondería que sus obligaciones «superaban su vocación». En consecuencia, escribía en el libro Sobre el cielo y la Tierra, el clérigo «debe dejar el ministerio y cuidar del hijo, aun si decide no casarse con la mujer».

En Amoris Laetitia, Francisco recuerda que «si un niño viene a este mundo en circunstancias indeseadas, los padres y otros miembros de la familia deben hacer todo lo posible por aceptar a ese hijo como un regalo de Dios, y deben asumir la responsabilidad de aceptarlo con ternura y afecto».

El dictamen de los obispos irlandeses resulta especialmente relevante, dado que Francisco presidirá en Dublín el próximo verano el Encuentro Mundial de las Familias, donde probablemente el papa pueda encontrarse con algunos hijos de sacerdotes.

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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