"En estos cinco años con el papa Francisco, han pasado cosas que nunca pensé que ocurrirían"

Ariel Álvarez: «Jesús es el gran sanador porque no hacía magia, sino que daba amor»

"Dio lo más grande que tenía para dar, y desde ahí, es un ejemplo válido para toda persona"

Ariel Álvarez: "Jesús es el gran sanador porque no hacía magia, sino que daba amor"
Ariel Álvarez, biblista argentino RD

Jesús fue alguien que dio todo lo que tenía. Si cada uno de nosotros hiciera eso, el mundo sería completamente distinto

(Jesús Bastante).- «Lo original de Jesús es que dio todo lo que tenía para dar, y que muchos de nosotros nos vamos a morir siendo proyectos de ser humano». El que estas palabras pronuncia es el biblista argentino Ariel Álvarez, quien en su paso reciente por España habló con RD sobre su vocación de divulgador laico del contenido y mensaje de las Sagradas Escrituras para el mundo del siglo XXI.

 

Nos encontramos en el Centro San Camilo, de los Hermanos Camilos, en Tres Cantos, con Ariel Álvarez. ¿Cómo estás?

Hola, gracias por esta invitación.

Estamos en un lugar incomparable. No sé si has tenido oportunidad de conocer el centro de día. El Centro de Humanización para la Salud.

Sí. José Carlos (Bermejo) me lo explicó y quedé asombrado cuando lo conocí, porque parece que cada detalle de esta casa tiene algo que transmitir, además de una historia en sí misma; está llena de metáforas y de mensajes. Lo cierto es que quien se viene a instalar aquí por razones tristes de su familia, encuentra una contención espiritual muy importante.

A veces uno se imagina que Jesús estaría en un sitio así, acompañando a la gente y a sus familias, con esa dulzura que transmiten los camilos de Tres Cantos.

Sí. Cuando uno lee los evangelios se imagina que Jesús ofrecía toda esta contención de humanidad, incluso física, que nosotros tratamos de ofrecer desde otra perspectiva. Pero esto habla mucho de lo que hacía Jesús.

Ariel es biblista. Está en España porque acaba de dar una serie de cursos, justo aquí, sobre los temas que estamos abordando al comienzo de esta charla, de Jesús y la salud. ¿Jesús es el gran sanador, o hasta qué punto eso es un mito?

Jesús es el gran sanador porque no hacía magia, sino que daba amor. Si al Evangelio le arrancáramos las páginas en las que Jesús cura, nos quedaríamos con muy poquitas hojas porque gran parte de su ministerio lo dedicó a sanar a los enfermos. No solamente sanación física, sino también espiritual, emocional. Creo que el gran descubrimiento de la exégesis moderna es que los milagros de Jesús no eran una violación de las leyes de la naturaleza porque él era todopoderoso y podía hacer cualquier cosa. Si Jesús hubiera obrado así, nosotros, ahora no podríamos hacer los milagros.

No podríamos imitarle.

Claro, y él nos mandó: «vayan y hagan lo mismo que yo hago». Y nos envió a curar enfermos. Pero yo me pregunto cómo puedo curar a un leproso, si Jesús le cambiaba la piel.

Si quitamos la ciencia quieres decir, claro.

Y aún con la ciencia, ¿cómo, hoy, viene un leproso a mí, lo toco y le curo, o resucito a un muerto, o hago caminar a un paralítico en un instante? Creo que los relatos del Evangelio apuntan en otro sentido; a esta sobredosis de amor que Jesús ponía en su comunidad y que hacía que la gente cambiara de vida y realmente sanara, que tuviera una salud distinta.

Nosotros los cristianos, que hemos sido enviados a curar enfermos, -porque todos tenemos esa obligación- estamos estancados porque no nos salen ese tipo de actitudes mágicas y, mientras tanto, no hacemos nada. En cambio, si comprendiéramos que lo que tenemos que hacer es poner todo el amor que podamos, donde sea que estemos, habría muchos más milagros de los que vemos cada día.

Milagros bien entendidos porque, en muchas ocasiones, nos centramos en la literalidad de los textos y no pensamos en esa actitud de corazón y en ese amor, que es el que realmente cura.

Lo que pasa es que tenemos, lamentablemente, en la Iglesia, una mala definición de milagro; la tomada de santo Tomás, que es la suspensión de las leyes de la naturaleza. Entonces, cuando hay una curación, la hacemos analizar por médicos. Y si se determina que no tiene una explicación científica y que se han violado las leyes de naturaleza, entonces tenemos un milagro.

Es lo que pasa cuando se declara un santo, por ejemplo, como ahora Pablo VI, que se lo está por canonizar porque se ha detectado algo que no tiene explicación. Esto es absurdo, porque aunque no lo podamos explicar hoy, puede que dentro de cincuenta años sí. Cuántos milagros que pasaban hace trescientos años, como cuerpos incorruptos, santos que levitaban, los mismos estigmas, todas estos fenómenos hoy tienen explicación científica, hoy tienen su explicación.

No podemos seguir diciendo que los milagros son la suspensión de las leyes de la naturaleza. Y además, cuando leemos los evangelios, ningún evangelista, al escribir los milagros de Jesús, pensaba que Jesús violaba las leyes de la naturaleza porque no conocía estas leyes. Cuando veían a Jesús caminar sobre las aguas, no conocían la ley de la gravedad, simplemente veían que hacía algo fuera de lo común.

Ahora podemos decir que el milagro es una actividad fuera de lo común, tenga o no tenga explicación no importa, donde mi fe me dice que Dios ha pasado por ahí.

En el fondo, es poca fe en la rotunda humanidad de Jesús, porque si centramos su vida en que hizo cosas sobrenaturales e imposibles para cualquier mortal, nos está constriñendo mucho en ese sentido; Jesús no sería verdadero humano, y la encarnación es precisamente eso.

No es solamente falta de fe en la humanidad de Jesús, sino falta de fe en nosotros, porque nosotros somos los herederos de la presencia de Jesús, ya que nos mandó hacer lo mismo que él. Es más, dijo: «ustedes harán obras más grandes que las mías». Y, sin embargo, ahí estamos, atascados sin poder reaccionar.

Pero eso, ¿qué implica de cara a la vida de un cristiano?, por un lado. Y también, de cara a la concepción de la estructura porque, si somos capaces de hacer más de lo que él hizo, estamos llamados a ampliar esa obra. Eso choca con la institución, que pone límites, marca normas…, es complicado. Y, sin embargo, la institución, entiendo que es necesaria.

Sí, pero la institución la formamos las personas y las personas estamos cambiando. Y a medida que cambien las personas, cambiará la institución.

De ahí que este tipo de cursos bíblicos que estamos dando aquí y en otras partes, lo que busca no es cambiar la institución, no tengo yo tanta esperanza. Pero ves que va cambiando la gente, se van abriendo mentalidades, se va creyendo de una manera distinta, y llegará un momento en que la misma institución se va a dar cuenta de que ya no representa a la fe de la gente y tendrá que renovar ciertas cosas, porque la gente ha renovado su mente, que es lo que importa.

¿Cómo crees que debemos leer hoy la Biblia: como un libro histórico, como un libro que tiene unas partes históricas y otras que no…? ¿Como algo absolutamente metafórico o como una mezcla de todo?

La Biblia es la historia de un pueblo, pero contada desde la fe. Normalmente, las lecturas que se han hecho, a veces han amputado una de estas dimensiones. Están aquellos que hacen la lectura historicista y dicen que todo lo que pone en la Biblia ha sucedido tal cual; el arca de Noé ha navegado, Adán y Eva han existido, etc., una lectura literalista, a la que llamaríamos fundamentalista.

Por otro lado está la lectura espiritualista, de fe, que dice que nada de la Biblia es cierto, que todas son lecturas de creencia.

Yo pienso que cualquiera de estas dos lecturas le hacen mal a la integridad del texto bíblico. Nosotros creemos en una historia que ha ocurrido y que está contada desde la fe, pero que podemos utilizar para nuestra vida y para refrescar nuestra historia también. Si hubo de verdad un pueblo que se esforzó y luchó para ser distinto a otros pueblos porque creían en Dios, nosotros hoy podemos retomar ese mensaje.

Ahora, si eso es fantasía, si es creencia de gente que se sentó a inventar ciertos textos, la misma figura de Jesús de Nazaret, si todo lo que está ahí es inventado, entonces no hay ninguna posibilidad de concretar eso en nuestra historia.

Los cursos que estoy dando son, precisamente, de rescatar al Jesús histórico, porque llevamos muchos años del Jesús de la fe. Demasiado tiempo en un Jesús divino, y al Jesús humano nos cuesta horrores descubrirlo.

Fíjate qué curioso: a los primeros cristianos les costaba mucho ver en el Jesús histórico al hijo de Dios, porque veían que Jesús era un hombre que transpiraba, que caminaba, que le dolían las muelas y el estómago, tenía hambre, se lastimaba un pie… Hubo necesidad de mucha reflexión y de mucha profundización.

Hoy, a nosotros nos cuesta el trabajo al revés; descubrir que este hijo de Dios es un hombre. Lo tenemos tan divinizado que, cuando uno habla de que a lo mejor Jesús no sabía todas las cosas y que se mantuvo a la altura intelectual de la gente de aquel tiempo, hay personas que se escandalizan… Era Dios, pero también era hombre.

Sí, pero no puedes encontrar en la Biblia, en el mensaje de Jesús, algo sobre la clonación humana, por ejemplo, porque en ese contexto histórico era algo que no se podía plantear.

Ni siquiera sobre las posesiones demoníacas, por ejemplo, que es una cosa que sabemos que en aquel tiempo no existían, pero que Jesús las creía. Se creía que ciertas personas con problemas mentales estaban endemoniadas, y Jesús las curaba sin preguntarse si realmente hay un demonio no. Probablemente creía que lo estaban, igual que todo el mundo entonces. Poner a Jesús en los parámetros de aquel tiempo hace que algunas personas se escandalicen, y eso es una falta de respeto a la humanidad de Jesús.

Sí pero, ¿cómo convertir a un Jesús que vivía en el siglo I en la Galilea de la época, con unos condicionantes espacio-temporales muy marcados, como ejemplo válido en la sociedad como la actual, veinte siglos después, con unos ritmos, valores y posibilidades distintas?

Es que Jesús fue un hombre que, primero, creyó profundamente en Dios y en sus propias potencialidades. Él dio lo más grande que tenía para dar, que era amor. Y desde ahí, es un ejemplo válido para toda persona. Cada cual, en su época y en su contexto, tiene mucho para dar. Creo que lo original de Jesús es que dio todo lo que tenía para dar, y que muchos de nosotros nos vamos a morir siendo proyectos de ser humano. De lo que podemos ser, porque vamos a haber dado un diez, o un veinte por ciento de nosotros cuando tenemos mucho más para dar.

Creo que el éxito de una persona es cuando ha logrado sacar todo lo que podía aportar en este mundo y lo ha puesto al servicio de los demás. Porque trabajar por la mejora de uno mismo ya es un gran proyecto. A veces, ni siquiera nos hemos tomado el trabajo de mejorarnos a nosotros mismos psicológicamente, espiritualmente. A veces vivimos cargando defectos y trastornos que podíamos superar… ¡Tantas cosas!

Jesús fue alguien que dio todo lo que tenía. Si cada uno de nosotros hiciera eso, el mundo sería completamente distinto.

De hecho, cuando hablabas recordaba algo del papa Francisco, que a mí me marcó mucho, cuando hablaba en la JMJ de Brasil. Reunido con los jóvenes argentinos, le preguntaron qué era lo que había que tener realmente en cuenta de los ejemplos del Evangelio y Francisco dijo: lo básico son las bienaventuranzas y Mateo 25, la parte del juicio final en la que Jesús se reconoce en aquellos a quienes disteis de comer, a los que acompañasteis. Y una parte, de la que casi nunca se habla, que es la Parábola de los talentos que, me parece, casa perfectamente con lo que estás comentando. Cada uno tenemos nuestras capacidades y, en ese sentido, somos responsables, igual que el Papa o el cardenal equis. La virtud está en como hacerlas fructificar.

Efectivamente, creo que la Parábola de los talentos muestra que enterrar el propio talento es perderse la vida. Siempre recuerdo a Borges, el gran escritor argentino que, poco antes de morir, escribió un poema que se llama «El remordimiento» y que comienza así: «He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz.»

No ser feliz ya, es un gran pecado, porque estamos en este mundo para ser felices, y si cada uno de nosotros trabajara por su propia felicidad, como digo, el mundo sería distinto. Nos contagiaríamos entre nosotros. Nos provocaríamos.

Que no es el propio beneficio…

Efectivamente, no es el beneficio, sino la plenitud de uno. Y generalmente la felicidad de uno se emboca también haciendo felices a los demás. Y por eso que cuando yo inhibo estas capacidades que tengo, me frustro como persona y estoy frustrando mi proyecto de vida y la de los demás también.

¿Y Ariel Álvarez, cómo está?

Estoy muy bien. Hace tiempo que me he abocado de lleno a la difusión científica de la Biblia. A tratar de transmitir a los demás lo que hoy, científica y exegéticamente, se enseña en la Biblia, pero de una manera muy popular y muy sencilla, para que todo el mundo pueda entender.

He creado unos cursos bíblicos para llegar a la gente que no ha tenido la posibilidad de hacer cursos de exégesis, que normalmente lo hacen profesionales, y que pueda entrar bien en esta nueva mirada bíblica. Estuve el mes pasado en Cuba y anteriormente en Perú.

En Cuba estuviste, o vas a estar, no solo con católicos, sino en una suerte de ecumenismo bíblico, que es muy interesante.

Me invitó el obispo metodista de La Habana para dar unos cursos allí, a los profesores del seminario metodista, lo cual me emocionó mucho, primero por la fraternidad que significa y segundo, porque me muestra algo importante; que cuando hablamos del Evangelio y de la Biblia nos unimos todos.

El problema viene cuando hablamos de nuestras iglesias. Somos construidos sobre el Evangelio, cada uno en su iglesia, y estas iglesias son unas construcciones, muchas veces artificiales, que no tienen nada que ver con Jesús de Nazaret. Cuando todos volvemos a él, es como que nos entendemos. Pero, cuando apelamos a los dogmas que hemos fabricado nosotros para entender o expresar a Jesús de Nazaret, es cuando empiezan nuestras divisiones.

El poder ver que, volviendo a las fuentes, y si algún día nos despojáramos de esta estructura eclesial que hemos creado y que poco o nada tiene que ver con Jesús de Nazaret, estaríamos más unidos.

A veces, revisando nuestras celebraciones, nuestras estructuras, me pregunto qué tendrá que ver esto con Jesús. En qué lo refleja. Eso es lo que nos está impidiendo comulgar con otros hermanos de la fe, y ellos, a su vez, tienen sus propias estructuras que también los alejan de la comunión con los demás. En la medida en que todos volvamos algún día al Evangelio, y a tratar de ser más honestos con lo que Jesús ha dicho, creo que será ahí que nos uniremos todos.

¿Tienes esperanza de que eso suceda en nuestra Iglesia?

Sí. Yo estoy esperanzado, no sé si se cumplirá, pero me gusta pensar que lo voy a ver. Y la verdad es que en estos últimos cinco años, con el papa Francisco, han pasado muchas cosas que nunca pensé que ocurrirían. Porque en la época del papa Benedicto XVI había una Iglesia muy distinta. Y todos, o al menos yo, pensábamos que esa iba a ser la línea, más o menos, estable de la Iglesia. Y, de pronto, aparece un nuevo Papa y comienzan a verse gestos y signos nuevos que, es verdad, no son profundos, pero que por lo menos son signos de algo. Esto me muestra que Dios nos sorprende siempre y que cada tanto aparecen estas cosas que uno pensaba imposibles.

Vamos a terminar creyendo en los milagros, también para nuestra Iglesia. ¿La situación eclesiástica ha cambiado?

Yo era sacerdote de la diócesis de Santiago del Estero hasta que mi obispo, que era del Opus Dei, me prohibió no el ministerio sacerdotal, me prohibió enseñar. Yo traté de aferrarme con dientes y uñas al ministerio porque, para mí el sacerdocio lo era todo; nunca pensé en dejarlo. Pero el obispo insistió en que me tenía que suspender por las cosas que yo enseñaba, y yo le dije que si me suspendía, renunciaba al sacerdocio. Y así pasó, me suspendió y yo renuncié.

Hace un par de años, el papa Francisco me levantó la sanción desde Roma, diciéndome que desde allí ya no había ningún problema con lo que yo enseñaba. Y el obispo de mi diócesis trató de invitarme a que volviera al ministerio, pero ya no quiero volver a la estructura. Yo nunca me he ido de la Iglesia católica, es más, ahora amo a la Iglesia más que antes, la comprendo mejor y la tengo más amor y más paciencia. Como laico tengo otra mirada, pero no no quiero volver a la jerarquía. No quiero volver a formar parte, porque es una estructura que, muchas veces, no te permite pensar, ni escribir o hablar.

Esa forma de actuar nos está privando de algo que es muy importante y prefiero, como laico, seguir aportando a la Iglesia. Sigo trabajando por ella y sigo creyendo que es una opción válida. Pero no así como está; hay que modificar algunas cosas. Estoy, junto con otros teólogos y otros biblistas, luchando en esa línea de renovación.

Pues ojalá que ese camino siga dando frutos y que sigamos descubriendo a Jesús en todas partes, también en el ámbito de la salud, como nos demuestran cada día los camilos. Gracias Ariel, ha sido un placer.

Gracias a ti, Jesús, que Dios te bendiga.

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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