El Congreso 'Vida después de la Vida' ha financiado un proyecto de agua en Tchatchegou

La morpho azul que cambió la vida de una aldea

La ONG Mensajeros de la Paz lo ha desarrollado en una de las zonas más desfavorecidas de Benin

La morpho azul que cambió la vida de una aldea
El depósito del agua en Benin

Cientos de niños, uno de cada cinco en el continente africano, son el último eslabón de una cadena de montaje macabra, de trabajo esclavo

(Lucía López Alonso). – Corros de niños. El consejo de ancianos. Una danza en círculo de mujeres de todas las edades. La aldea de Tchatchegou por entero se ha reunido para recibir a una delegación de Mensajeros de la Paz, la ONG española cuyos proyectos de desarrollo han atendido a poblaciones tan pequeñas y desfavorecidas como Sokponta y Tchatchegou, en el departamento beninés de Glazoué.

Sobre una colina, a solo unos pasos de la escuela y de los grandes árboles que dan sombra a las asambleas de Tchatchegou, la torre de un depósito de agua luce su lema en español, Agua para la vida, y recibe tambores locales y flashes forasteros, de los que han venido de España a conocer la consolidación del proyecto.

Se trata de una red de distribución, obra gestionada por Mensajeros de la Paz, que cuenta con una perforación que distribuye agua a cuatro fuentes públicas. «Las fuentes, que tienen tres grifos cada una, ahora están gestionadas autónomamente, por comités de agua. Técnicamente hicimos el proyecto gracias a una experiencia anterior en esta zona, en la que construimos una presa con el apoyo de Canal Voluntarios», explica Blanca Díez, la responsable de Mensajeros de la Paz de los proyectos de África en España, que también ha supervisado la instalación de pozos en Tchatchegou.

«Ni siquiera hablamos de que el agua llegue a tu casa. Solamente con que esté en una fuente de tu aldea, la vida ya cambia. Dejan de tener que caminar kilómetros y kilómetros para llenar los cántaros», opina José Vicente Rodríguez, el vicepresidente de la Fundación Mensajeros de la Paz, que también forma parte de la expedición.

Junto a ellos, Florent Koudoro, el director de Mensajeros-Benín, y José Luis García Magán, patrono y colaborador, se están encargando de repartir a los niños los balones, cuadernos y lápices que han viajado con el grupo desde España. Cadeau, yobo, se escucha que le dicen los niños más mayores a José Luis.

Entre ellos, hay una persona sin la que esa canalización no habría podido realizarse. Rafa se entretiene haciéndoles juegos de manos a los niños y niñas. Se fija en ellos inmediatamente, con los ojos de un profesor vocacionado. Algunas llevan velo. Otros han aprendido canciones sobre Cristo en yoruba. Porque en Tchatchegou conviven, en perfecta armonía, musulmanes y cristianos y religiones de raíces africanas como el vudú.

Rafael Campillo es el organizador del congreso Vida después de la Vida, que desde hace más de una década tiene lugar anualmente en Albacete. Solidario con los proyectos del padre Ángel, al que Campillo admira sinceramente, el congreso destinó los 26.440 euros que recaudó en la pasada edición al desarrollo integral de este proyecto de agua para Tchatchegou.

En una de las fuentes del recorrido, diseñadas para que los aldeanos puedan llenar sus grandes recipientes cargándolos en la cabeza, como suelen, las palmas dan paso a una canción para Rafael. La canta alguien que sabe francés, inglés y que ha aprendido el español suficiente para declamar un par de frases, pero se la dedica el pueblo entero.

Un profundo agradecimiento sin alfabetizar para quien ha traído su inteligencia cauta, su mirada inofensiva y la ilusión por mirar de cerca esa cultura y su naturaleza; por encontrarle la entrada al termitero. Quien ha traído, con el agua, una alegría con más agarraderas a Tchatchegou. Agua para la vida, dice el lema también en el cemento de las fuentes. Y a su lado, el dibujo de una mariposa azul, que es el logo del congreso Vida después de la Vida, se inunda de sol y recuerda que una pequeña morpho azul puede cambiar la vida de una aldea entera.

El dolor de las canteras

Debido a las muchas huelgas de profesorado, los estudiantes de Benín han perdido demasiadas clases este curso y casi se declara año blanco en los colegios. Cerca de Tchatchegou, en la cantera, un grupo de niños trabaja sin descanso. Quién sabe si se preguntarán si todas sus oportunidades de educación van a quedar anuladas de por vida, como en un año blanco sin fin.

Ellos son los pequeños encargados de hacer añicos las rocas que los hombres han convertido en pedruscos; los pedruscos que las mujeres han convertido en piedras. Cientos de niños, uno de cada cinco en el continente africano, son el último eslabón de una cadena de montaje macabra, de trabajo esclavo en montones de canteras de las que se extrae la grava para construir carreteras.

Pese a la llegada de los cooperantes, los niños y mujeres apenas levantan la vista de sus martillos. Los bebés están en algún rincón de la cantera en el que huele a orina, tumbados sobre una estera hasta que sus madres puedan dejar un par de minutos de volcar en el camión los barreños de las piedras recién picadas. Los que ya se sostienen en pie – ¿3 años? ¿4? – se encuentran prematuramente integrados en la producción. Por más de once horas al día bajo un sol que deshidrata, una persona recibe el equivalente a un euro de salario diario.

Sin hora de descanso para el almuerzo. Sin almuerzo. Madres que sueñan no necesitar la piedra para que sus hijos coman. Hijos que han sido vendidos por sus padres, previamente engañados por traficantes. Niños a los que se les envió a la cantera en vez de a la escuela y ahora, repletos de polvo blanco, de pies a cabeza, son la encarnación de un desarrollo blanco. Que no cuenta. Que no puede valer de nada mientras haya niños explotados. El progreso, además de hormigón, antenas parabólicas y telefonía, tiene que implicar movimientos éticos que aseguren el respeto de los derechos humanos.

Las oenegés en Benín trabajan rescatando a los menores que han sufrido diferentes formas de esclavitud moderna. Pasando por centros como el de Mensajeros de la Paz, el Centro de Alegría Infantil de Cotonú, lentamente los niños traficados recuperan el habla, los juegos y la identidad. En el mejor de los casos, son devueltos a sus familias.

Como explica la fotoperiodista Ana Palacios en su documental La puerta de atrás, rodado en Mensajeros-Benín y otras misiones y recientemente estrenado en Matadero Madrid, las secuelas son largas y dolorosas. «Algunos se despiertan en mitad de la noche desorientados y se ponen a barrer o a recoger como autómatas, porque ésa fue su rutina durante años», dice Palacios.

¿Qué hacer para que se respeten los derechos laborales? ¿Para que el trabajo no mate? ¿Para desautorizar la violencia contra los niños? Crear espacios de sensibilización y de confianza en las personas. Seguir apostando por las oenegés que no se permiten dimitir, por complicados que sean sus retos. Como ha hecho el congreso Vida después de la Vida, que va a volver a destinar a Mensajeros de la Paz Benín la recaudación de este año, para construir un centro socioeducativo en Tchatchegou. En el que los jóvenes puedan estudiar Formación Profesional, las mujeres reunirse y empoderarse y los más pequeños puedan quedarse a jugar, evitando los riesgos de la jornada en la cantera, mientras los padres pican sin tregua.

Para realizar una transferencia o un ingreso, lo puede hacer a través de las siguiente cuentas:

Banco Santander IBAN ES21-0049-5104-11-2016063667
La Caixa IBAN ES66-2100-2225-4602-0024-5787
Bankia IBAN ES62-2038-1005-1560-0084-0248

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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