Haciendo nuestra la oración de san Patricio, repitamos con alegría: «Cristo en mí, Cristo detrás de mí, Cristo junto a mí, Cristo debajo de mí, Cristo sobre mí».
(José M. Vidal).- En la misa de clausura del Encuentro Mundial de la Familia en el Parque Fénix de Dublín, el último acto multitudinario del Papa en Irlanda, Francisco aprovechó para entonar un nuevo y solemne (por litúrgico) ‘mea culpa’. El Papa pidió perdón por los abusos, por el silencio de los obispos encubridores, por la explotación laboral de los menores, separados de sus madres. Y concluyó con un grito al cielo: «¡Nunca más los abusos y hágase justicia!».
El enorme parque, dividido en cuadrículas, para albergar a la multitud, está portesidido por una enorme cruz encima de una estructura en forma de dos semiconferencias blancas superpuestas, en el mismo lugar en que se levantó el altar para la vcisita de Juan Pablo II en 1979.
Sobre el el sencillo altar de madera, otra cruz de dimensiones más pequeñas, asi como el icono de la EMF. Entre los asistentes, multitud de sacerdotes, con estolas y casullas con los colores vaticanos y símbolos gaélicos de la EMF, y varios popes representantes de la Iglesia ortodoxa.
Sopla el viento, el cielo está encapotado y la gente va con abrigos y chubasqueros.
Tras el inicio, monseñor Martin, arzobispo de Dublin, le da la bienvenida, recordando que hace años un millón de irlandeses acompañó aquí mismo a Juan pablo II.
«La Iglesia de Irlanda es muy distinta hoy y se encuentra herida por los abusos…La gente se ha sentido herida en los más profundo de su ser de personas de Iglesia. La fe de la gente se puso a prueba. Tuvimos momentos invernales y de primavera…Irlanda cambia. Esperamos una primavera para la Iglesia en Irlanda…La fe en irlanda es fuerte y frágil a la vez…Santo Padre, refuerce nuestra fe».
Al terminar su saludo, el Papa le regala un cáliz para la Iglesia de Dublín y da lectura a una solemne y exhaustiva petición de perdón por los abusos:
«Ayer estuve reunido con un grupo de personas víctimas de abuso de poder, de conciencia y sexuales. Quisiera poner este crimen ante el Señor y pedir perdón por ello…Pedimos perdón por los abusos en Irlanda, abusos de poder, de conciencia y sexuales por parte de miembros cualificados de la Iglesia, de manera especial pedimos perdón por todos los abusos cometidos en diversos tipos de instituciones dirigidas por religiosos y religiosas…por los casos de explotación laboral a que fueron sometidos tantos menores».
«Pedimos perdón por las veces que, como Iglesia, no hemos brindado a los sobrevivientes de cualquier tipo de abuso, compasión, búsqueda de justicia y verdad con acciones concretas. Pedimos perdón»
«Pedimos perdón por algunos miembros de la jerarquía que no se hicieron cargo de esta situaciones y guadaron silencio. Pedimos perdón
«Pedimos perdon por los chicos que fueron alejados de sus madres y por todas aquellas veces en las que se decía a muchas madres solteras que trataban de buscar a sus hijos o a los hijos que buscaban a sus madres decirles que era pecado mortal. Esto no es pecado mortal, es cuarto mandamiento. Pedimos perdón»
«Que Dios mantenga y acreciente este estado de vergüenza y compulsión y nos de la fuerza para compremeternos y trabajar para que nunca más suceda y para que se haga justicia. Amén»
Segunda lectura de San Pablo a los Efesios, leída en español. El Evangelio de Juan: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida».
Algunas frases de la homilía del Papa
«Agradecemos las bendiciones del Señor en las familias»
«Muchos de sus discípulos estaban desolados, confusos y enfadados»
«El Espíritu es nuestro abogado y nuestro consolador, el que nos da coraje»
«Fuentes de ánimo para los demás»
«Dar trstimonio de esta buena noticia no es fácil»
«Siempre habrá personas que se opondrán a la buena noticia»
«No nos dejemos desanimar»
«¡Qué difícil es siempre perdonar a los que nos hieren!»
«La Iglesia está llamada a salir, para llevar las palabras de vida eterna a las periferias del mundo»
«Compartir el Evangelio de la familia como alegría para el mundo»
Un aplauso acoge la homilía del Papa
Texto completo de la homilía del Papa
«Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).
En la conclusión de este Encuentro Mundial de las Familias, nos reunimos como familia alrededor de la mesa del Señor. Agradecemos al Señor por tantas bendiciones que ha derramado en nuestras familias. Queremos comprometernos a vivir plenamente nuestra vocación para ser, según las conmovedoras palabras de santa Teresa del Niño Jesús, «el amor en el corazón de la Iglesia».
En este momento maravilloso de comunión entre nosotros y con el Señor, es bueno que nos detengamos un momento para considerar la fuente de todo lo bueno que hemos recibido. En el Evangelio de hoy, Jesús revela el origen de estas bendiciones cuando habla a sus discípulos. Muchos de ellos estaban desolados, confusos y también enfadados, debatiendo sobre aceptar o no sus «palabras duras», tan contrarias a la sabiduría de este mundo. Como respuesta, el Señor les dice directamente: «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (Jn 6,63).
Estas palabras, con su promesa del don del Espíritu Santo, rebosan de vida para nosotros que las acogemos desde la fe. Ellas indican la fuente última de todo el bien que hemos experimentado y celebrado aquí en estos días: el Espíritu de Dios, que sopla constantemente vida nueva en el mundo, en los corazones, en las familias, en los hogares y en las parroquias. Cada nuevo día en la vida de nuestras familias y cada nueva generación trae consigo la promesa de un nuevo Pentecostés, un Pentecostés doméstico, una nueva efusión del Espíritu, el Paráclito, que Jesús nos envía como nuestro Abogado, nuestro Consolador y quien verdaderamente nos da valentía.
Cuánta necesidad tiene el mundo de este aliento que es don y promesa de Dios. Como uno de los frutos de esta celebración de la vida familiar, que podáis regresar a vuestros hogares y convertiros en fuente de ánimo para los demás, para compartir con ellos «las palabras de vida eterna» de Jesús. Vuestras familias son un lugar privilegiado y un importante medio para difundir esas palabras como «buena noticia» para todos, especialmente para aquellos que desean dejar el desierto y la «casa de esclavitud» (cf. Jos 24,17) para ir hacia la tierra prometida de la esperanza y de la libertad.
En la segunda lectura de hoy, san Pablo nos dice que el matrimonio es una participación en el misterio de la fidelidad eterna de Cristo a su esposa, la Iglesia (cf. Ef 5,32). Pero esta enseñanza, aunque magnífica, tal vez pueda parecer a alguno una «palabra dura». Porque vivir en el amor, como Cristo nos ha amado (cf. Ef 5,2), supone la imitación de su propio sacrificio, implica morir a nosotros mismos para renacer a un amor más grande y duradero. Solo ese amor puede salvar el mundo de la esclavitud del pecado, del egoísmo, de la codicia y de la indiferencia hacia las necesidades de los menos afortunados.
Este es el amor que hemos conocido en Jesucristo, que se ha encarnado en nuestro mundo por medio de una familia y que a través del testimonio de las familias cristianas tiene el poder, en cada generación, de derribar las barreras para reconciliar al mundo con Dios y hacer de nosotros lo que desde siempre estamos destinados a ser: una única familia humana que vive junta en la justicia, la santidad y la paz.
La tarea de dar testimonio de esta Buena Noticia no es fácil. Sin embargo, los desafíos que los cristianos de hoy tienen delante no son, a su manera, más difíciles de los que debieron afrontar los primeros misioneros irlandeses. Pienso en san Columbano, que con su pequeño grupo de compañeros llevó la luz del Evangelio a las tierras europeas en una época de oscuridad y decadencia cultural. Su extraordinario éxito misionero no estaba basado en métodos tácticos o planes estratégicos, sino en una humilde y liberadora docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo.
Su testimonio cotidiano de fidelidad a Cristo y entre ellos fue lo que conquistó los corazones que deseaban ardientemente una palabra de gracia y lo que contribuyó al nacimiento de la cultura europea. Ese testimonio permanece como una fuente perenne de renovación espiritual y misionera para el pueblo santo y fiel de Dios.
Naturalmente, siempre habrá personas que se opondrán a la Buena Noticia, que «murmurarán» contra sus «palabras duras». Pero, como san Columbano y sus compañeros, que afrontaron aguas congeladas y mares tempestuosos para seguir a Jesús, no nos dejemos influenciar o desanimar jamás ante la mirada fría de la indiferencia o los vientos borrascosos de la hostilidad.
Incluso, reconozcamos humildemente que, si somos honestos con nosotros mismos, también nosotros podemos encontrar duras las enseñanzas de Jesús. Qué difícil es perdonar siempre a quienes nos hieren. Qué desafiante es acoger siempre al emigrante y al extranjero. Qué doloroso es soportar la desilusión, el rechazo o la traición. Qué incómodo es proteger los derechos de los más frágiles, de los que aún no han nacido o de los más ancianos, que parece que obstaculizan nuestro sentido de libertad.
Sin embargo, es justamente en esas circunstancias en las que el Señor nos pregunta: «¿También vosotros os queréis marchar?» (Jn 6,67). Con la fuerza del Espíritu que nos anima y con el Señor siempre a nuestro lado, podemos responder: «Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (v. 69). Con el pueblo de Israel, podemos repetir: «También nosotros serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!» (Jos 24,18).
Con los sacramentos del bautismo y de la confirmación, cada cristiano es enviado para ser un misionero, un «discípulo misionero» (cf. Evangelii gaudium, 120). Toda la Iglesia en su conjunto está llamada a «salir» para llevar las palabras de vida eterna a las periferias del mundo. Que nuestra celebración de hoy pueda confirmar a cada uno de vosotros, padres y abuelos, niños y jóvenes, hombres y mujeres, religiosos y religiosas, contemplativos y misioneros, diáconos y sacerdotes, para compartir la alegría del Evangelio. Que podáis compartir el Evangelio de la familia como alegría para el mundo.
Mientras nos disponemos a reemprender cada uno su propio camino, renovemos nuestra fidelidad al Señor y a la vocación a la que nos ha llamado. Haciendo nuestra la oración de san Patricio, repitamos con alegría: «Cristo en mí, Cristo detrás de mí, Cristo junto a mí, Cristo debajo de mí, Cristo sobre mí». Con la alegría y la fuerza conferida por el Espíritu Santo, digámosle con confianza: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).