Más que cualquier otra cosa, la Segunda Guerra Mundial fue el conflicto bélico que marcó nuestro mundo.
El fin de la guerra en Europa, conocido como Día de la Victoria en Europa, no fue el último episodio de la contienda. Aún faltaba la derrota de Japón.
Sin embargo, fue un gran hito que marcó el paso hacia un nuevo orden mundial.
Estados Unidos emergió como gran potencia militar del conflicto, adelantando a Moscú en el desarrollo de armas nucleares. Desde ese momento, se convirtió en el actor primario del poder estratégico global.
Pero la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se puso rápido al día. Y su decisión de retener el control en gran parte de Europa del Este frustró a aquellos que esperaban un nuevo orden con menor confrontación.
El poder de la URSS provocó la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y un vínculo militar y diplomático entre EE.UU. y Europa Occidental.
“Se creó la idea de Occidente, una alianza de valores que no solo se basaba en las fronteras, sino también en las ideas”, apuntó la historiadora y periodista Anne Applebaum durante un seminario esta semana.
Pero no solo se trató de la creación de la OTAN. Hubo una red completa de nuevas instituciones, tal y como explica el profesor de la Universidad de Exeter Michael Clarke a Jonathan Marcus, Corresponsal de Defensa y Diplomacia de BBC.
“Quedó muy poco de la estructura de instituciones internacionales de antes de la guerra. Hubo un consenso generalizado, más que después de la Primera Guerra Mundial, de que era necesario construir un orden global tras la destrucció”, dijo Clarke.
«La creación de la Organización de Naciones Unidas (ONU) fue un logro clave. También el sistema económico de Bretton Woods, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional”.
“Casi todas las instituciones internacionales dependían de los intereses de EE.UU. y apoyaban su sistema. A partir de ese grupo de organizaciones dominadas por Occidente, un orden internacional muy distintivo evolucionó durante las décadas de crecimiento de los años 50 y 60”.
“Ese orden está ahora bajo presión debido a que sus fundamentos políticos están cambiando de forma significativa”.
Cambio de tendencia
China está ascendiendo, al igual que el poder económico en Asia y el lejano Oriente. También crece el populismo en varias democracias occidentales.
Dentro de la OTAN se están produciendo tensiones claras. El presidente de EE.UU., Donald Trump, cuestiona el valor de este organismo para Washington.
Además, estilos autoritarios de gobernanza se están afianzando en Estados miembro como Turquía y Hungría.
La historiadora Anne Applebaum también señala la corriente aislacionista en política exterior que está dominando el Partido Republicano en EE.UU.
Según su opinión, las grietas en el sistema de valores occidentales se debe a que pocos políticos, por no decir casi ninguno, pertenece a la generación inmediata de la postguerra.
Y es que la ignorancia de la historia contemporánea está siendo otro problema.
China no entró en la escena del poder recientemente. El gigante asiático fue uno de los miembros originales permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.
“Estados Unidos siempre se preocupó por China antes y después de la guerra”.
Apenas se recuerda, pero “EE.UU. siempre consideró que la China precomunista sería un gran poder en el nuevo mundo y que, de forma natural, contrarrestaría el antiguo poder imperial de Francia y Gran Bretaña”, dice Clarke.
“Es por eso que EE.UU. quedó tan traumatizado cuando ‘perdió’ China ante los comunistas en 1949. No lo superó hasta 1972 y ahora puede que esté experimentando, otra vez, un síndrome de desilusión ante el rol de China en el mundo”.
En esto coincide el profesor del King’s College de Londres Lawrence Freedman. Pero destaca que durante la Guerra Fría, “la preocupación sobre China era diferente”.
A diferencia de hoy, la China del siglo XX no era vista como una amenaza económica y tecnológica.
Aceleración del cambio
De hecho, Clarke indica que el declive de Washington es más un síntoma que la causa del fin del orden mundial tras 1945. Sin embargo, opina que “Washington está actuando ahora como para precipitar el fin”.
“El nuevo y emergente orden mundial”, dice Clarke, “está basado en el simple hecho de que más de la mitad de la población mundial vive dentro de un círculo que puede dibujarse alrededor de China, India y el sudeste asiático”.
“Esta geografía económica del mundo se traducirá en un orden político nacional que luego conducirá a nuevas estructuras políticas internacionales”.
¿Cambiará algo con la actual crisis del covid-19?
Clarke no cree que el mundo después de la pandemia será el “Siglo de Asia”, sino que sus efectos crearán disyuntivas reales en la próxima década.
“China será un perdedor a largo plazo de esta crisis. Primero, por la reacción política a su manejo del problema. Y segundo, porque los países reconsiderarán su dependencia extrema de China en la cadena de suministros”.
Probablemente sea prematuro establecer conclusiones sobre cómo lucirá el mundo en la era postcoronavirus.
Se puede afirmar que tras la Segunda Guerra Mundial emergió un sentido de servicio público y solidaridad.
Sería una gran noticia si algo similar ocurriese ahora, pero, tristemente, no hay signos de que este vaya a ser el caso.