España dejó de contar en el Vaticano desde que Zapatero echó a perder una relación privilegiada que beneficiaba mucho a España
Cuenta Juan Vicente Boo en Abc que dos mil años de experiencia en cuestiones internacionales dan al Vaticano una superioridad diplomática difícil de igualar. El estado más pequeño del mundo acoge a 180 embajadores -cifra sólo superada por Washington-, lo cual convierte a Roma en una caja de resonancia en asuntos mundiales.
El Papa mantiene una relación directa muy fluida con Barack Obama, Ángela Merkel, Gordon Brown, Nicolas Sarkozy y Ban Ki-moon. O, por poner un ejemplo, recibe hoy en el Vaticano a las presidentas de Argentina y Chile, Cristina Fernández de Kirchner y Michelle Bachelet, en el 25 aniversario del Tratado de Paz de Juan Pablo II, que evitó la guerra entre ambos países.
Francia se alarma ante su pérdida de influencia en el Vaticano, hasta el punto de enviar a Roma el pasado septiembre un grupo parlamentario de estudio cuyo informe confirma la gravedad del problema. En declaraciones a «Le Monde», el presidente del grupo, Jacques Remiller, de la UMP, comentaba que «pese a los estrechos lazos con la Santa Sede, es innegable que la influencia de Francia declina por múltiples razones».
¿Cuales son los «países que cuentan» en el Vaticano? El consenso entre los diplomáticos es casi unánime: «Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña e Italia». La preocupación de París es lógica ya que Francia, con 31 millones de católicos, ha sido sobrepasada en influencia por Alemania, que tiene 27, e incluso por el Reino Unido, con sólo 8 millones. Según un diplomático vaticano, «Merkel y Brown han cultivado una especial sintonía con el Papa».
Los cuatro «ases»
En el caso británico juega, además, la personalidad de Francis Campbell, el embajador más joven del Reino Unido y el primer católico nombrado para el cargo desde que Enrique VIII rompió con Roma en 1534. Campbell estima que «la Santa Sede es clave por cuatro motivos: es un formador de la opinión publica mundial, un interlocutor respetado y neutral, atiende a lo global y lo local, y es un híbrido entre estado y religión».
España dejó de contar en el Vaticano desde que Zapatero echó a perder una relación privilegiada que beneficiaba mucho a España, uno de los países que amaba especialmente Juan Pablo II.
A pesar de los esfuerzos del embajador Francisco Vázquez, España es un cero a la izquierda del que ya casi nadie se acuerda: no colabora en proyectos significativos, no envía visitantes de nivel, no presenta iniciativas, no protagoniza actividades.
El pasado octubre, con motivo de la canonización de cinco nuevos santos entre los que había dos españoles, Bélgica estuvo representada por el Rey Alberto II, Polonia por el presidente Lech Kaczynski, y Francia por el primer ministro François Fillon. Desde España vinieron el ministro Miguel Ángel Moratinos; el vicepresidente de la Generalitat, Carod-Rovira, y un consejero de la Junta de Castilla y León. Éste es el nivel de España.
La diplomacia vaticana cuenta con media docena larga de nuncios españoles, lo que sitúa a nuestro país en segundo lugar después de Italia. Pero ninguno, excepto Faustino Sainz Muñoz en Londres, está en una capital de primera categoría. Y ese número responde a un esfuerzo de hace diez o quince años, que no goza de continuidad.
En estos momentos hay sólo un español, el cardenal Antonio Cañizares, al frente de un dicasterio del Vaticano, donde la presencia española es cada vez menor debido a la llamativa italianización de la Curia y a que las diócesis españolas no envían suficientes sacerdotes a las universidades pontificias y los dicasterios vaticanos. El embajador Vázquez afirma que «yo se lo digo siempre a los obispos: tenéis que enviar más gente aquí».
Una atención exquisita
¿Cuál es el secreto de los países «que cuentan» en el Vaticano? En primer lugar, una atención exquisita de sus gobernantes como es el caso de Obama, Merkel, Brown y Sarkozy, quienes cooperan con la Santa Sede en numerosos proyectos. Estados Unidos, en la lucha contra el tráfico de seres humanos; el Reino Unido, en crear fondos de desarrollo; Alemania, en protección del medio ambiente; Francia, en la defensa de los derechos humanos…
Los cuatro países «que cuentan» tienen embajadores de gran personalidad. El cubano-americano Miguel Díaz, un intelectual de primera clase, ha sido profesor de Teología en varias universidades. Su número dos, Julieta Valls Noyes -«una mujer de acción», en palabras de un colega-, era subdirectora del centro de crisis del Departamento de Estado antes de venir a Roma. Juntos, son «un tándem arrollador».
El embajador alemán, Hans-Henning Horstmann, fue durante años portavoz del presidente Richard von Weizsaker, entre otros cargos de confianza, y llegó a Roma desde la embajada en Viena. El embajador francés, Stanislas de Laboulaye, ha acumulado una prestigiosa carrera diplomática, incluida la embajada de Moscú, antes de venir a la Ciudad Eterna.
Hace dos semanas, el ministro francés de Exteriores, Bernard Kouchner, y su colega británico, David Miliband, firmaban un artículo conjunto en «L´Osservatore Romano» para limitar el tráfico de armas. Valoran la visibilidad de sus países en el Vaticano, y apuestan por mantenerla.