"Señor, Dios Padre omnipotente, tú lo sabes todo, tú ves la enorme necesidad que tenemos de ti en nuestros corazones"
El papa Benedicto XVI presidió el Viernes Santo en el Coliseo de Roma el Vía Crucis, en el que dijo que la única fuerza capaz de cambiar al mundo es el amor y que el hombre tiene necesidad de Dios, aunque no tenga la humildad de reconocerlo.
El Pontífice también manifestó que la Cruz es el símbolo de «lo nuevo», del amor sin límites de Dios y que la resurrección de Cristo representa el alba de la luz que permite ver de manera diferente la vida, las dificultades y los sufrimientos.
Benedicto XVI imploró a Dios para que las amarguras de los hombres sean iluminadas por la esperanza y aseguró que de la traición nace la amistad, del rechazo el perdón y del odio el amor.
El Papa teólogo exhortó a los hombres a compartir el sufrimiento de Jesús, cuya muerte -afirmó- es una lección de amor de Dios a los hombres.
Como en años anteriores, Benedicto XVI presidió el Vía Crucis de rodillas desde la colina del Palatino, frente al Coliseo. En la última estación, la décimo cuarta, el cardenal vicario de Roma, Agostino Vallini, le entregó la cruz.
El Papa Ratzinger, de casi 83 años, afirmó al comienzo del rito que el hombre tiene «necesidad de Dios» y le pidió que dé a cada ser humano «la humildad de reconocer esa necesidad».
«Libera nuestra inteligencia de la pretensión equivocada y un poco ridícula de poder dominar el misterio que nos circunda en cada parte», pidió el Pontífice.
También le imploró que libere al hombre de la presunción, «también ingenua e infundada de poder construir solo su felicidad y su vida».
El Vía Crucis discurrió por el interior del Coliseo -el famoso anfiteatro Flavio, que recuerda los sufrimientos de los primeros cristianos-, continuó por delante del Arco de Trajano y concluyó en la colina del Palatino.
El cardenal Vallini llevó la Cruz en la primera estación y después el símbolo de los cristianos fue portado por Joseph Venel y André Delavarra, de Haití.
Un enfermo, un asistente y un camillero; una familia romana, dos iraquíes, una congoleña, una vietnamita y dos frailes de la Custodia de Tierra Santa portaron la cruz en las otras estaciones.
Con la presencia de los haitianos e iraquíes, Benedicto XVI quiso subrayar su solidaridad con esas dos naciones, Haití, azotada por el reciente terremoto que se ha cobrado varios centenares de miles de víctimas, e Irak, donde la violencia no cesa.
El Papa decidió que la colecta de este Jueves Santo en la basílica de San Juan Letrán se destine a la reconstrucción del seminario de Puerto Príncipe, destruido por el terremoto.
Según informó hoy el Vaticano, los organismo caritativos de la Iglesia a nivel mundial han recaudado un total de 200 millones de dólares para ayudar a Haiti.
Este ha sido el quinto Vía Crucis del Papa Ratzinger y ha traído a la memoria las meditaciones que le encargó en 2005 Juan Pablo II, de quien hoy se cumplen cinco años de su muerte.
Todavía conmueve recordar la imagen de Juan Pablo II, inmóvil, en un sillón, siguiendo por televisión su último Vía Crucis, el primero en sus casi 27 años que no pudo presidir y lo hizo en su nombre el por entonces cardenal vicario de Roma Camillo Ruini.
En aquellas meditaciones, el cardenal Ratzinger denunció «lo que tiene que sufrir Cristo por la suciedad que hay en su Iglesia», en la que «se abusa» -dijo- de su palabra.
Las meditaciones del Vía Crucis de hoy fueron escritas por el cardenal Ruini, de 79 años, y en las mismas pidió a los cristianos que se despojen del «aparentar» y que sean «sinceros y transparentes.
El purpurado denunció que el mal y el pecado habitan dentro de los hombres y que «con excesiva ignorancia finge de ignorarlos» y exhortó a los fieles, «de manera dulce, pero imperiosa» a «no volver la cabeza para otro lado ante los que sufren, estén cerca o no».
Ruini señaló que en la conciencia del hombre existe una luz, la luz del bien, que guía sus acciones, pero que muchas veces «queda oscurecida por los resentimientos, por deseos inconfesables, por la perversión del corazón y entonces nos hacemos crueles, capaces de las peores cosas, incluso de cosas terribles».
El purpurado se refirió asimismo a la «masa gigantesca» de sufrimientos físicos presentes en el mundo, debido -dijo- a causas naturales y también por el comportamiento del hombre.
El Vía Crucis del Coliseo fue instaurado en 1741 por orden del papa Benedicto XIV. Tras decenas de años de olvido, en 1925 volvió a celebrarse y en 1964 el papa Pablo VI acudió al anfiteatro para presidirlo. Desde entonces, todos los años acude el sucesor de Pedro.
Las meditaciones del Via Crucis de este año fueron preparadas por el Cardenal Camillo Ruini Vicario Emérito del Papa para la Ciudad de Roma.
En su meditación introductoria, el Cardenal Ruini escribió:
Cuando el Apóstol Felipe dijo a Jesús: «Señor, muéstranos al Padre», él respondió: «Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces…? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 8-9). Esta noche, mientras acompañamos en nuestro corazón a Jesús, que camina bajo el peso de la cruz, no nos olvidemos de estas palabras suyas. También cuando lleva la cruz y cuando muere en ella, Jesús sigue siendo el Hijo de Dios Padre, una misma cosa con él. Mirando su rostro desfigurado por los golpes, la fatiga, el sufrimiento interior, vemos el rostro del Padre. Más aún, precisamente en ese momento, la gloria de Dios, su luz demasiado fuerte para el ojo humano, se hace más visible en el rostro de Jesús. Aquí, en ese pobre ser que Pilato ha mostrado a los judíos, esperando despertar en ellos piedad, con las palabras «Aquí lo tenéis» (Jn 19, 5), se manifiesta la verdadera grandeza de Dios, la grandeza misteriosa que ningún hombre podía imaginar.
En Jesús crucificado se revela además otra grandeza, la nuestra, la grandeza que pertenece a todo hombre por el hecho mismo de tener un rostro y un corazón humano. Escribe san Antonio de Padua: «Cristo, que es tu vida, está colgado delante de ti, para que tú te mires en la cruz como en un espejo… Si te miras en él, podrás darte cuenta de cuán grandes son tu dignidad… y tu valor… En ningún otro lugar el hombre puede darse mejor cuenta de cuánto vale, que mirándose en el espejo de la cruz». Sí, Jesús, el Hijo de Dios, ha muerto por ti, por mí, por cada uno de nosotros, y de este modo nos ha dado la prueba concreta de cuán grandes y cuán valiosos somos a los ojos de Dios, los únicos ojos que, superando todas las apariencias, son capaces de ver en profundidad la realidad de las cosas.
Al participar en el Via Crucis, pidamos a Dios que nos dé también a nosotros esa mirada suya de verdad y de amor para que, unidos a él, seamos libres y buenos».
El Santo Padre pronunció luego la siguiente oración inicial:
Señor, Dios Padre omnipotente,
tú lo sabes todo,
tú ves la enorme necesidad que tenemos de ti en nuestros corazones.
Da a cada uno de nosotros la humildad de reconocer esta necesidad.
Libra nuestra inteligencia de la pretensión,
equivocada y algo ridícula,
de poder dominar el misterio que nos circunda por todas partes.
Libra nuestra voluntad de la presunción,
un tanto ingenua e infundada,
de poder construir solos nuestra felicidad
y el sentido de nuestra vida.
Haz penetrante y sincero nuestro ojo interior,
para poder reconocer, sin hipocresía,
el mal que hay dentro de nosotros.
Pero danos también,
a la luz de la cruz y de la resurección de tu único Hijo,
la certeza de que, unidos a él y sostenidos por él,
también nosotros podremos vencer el mal con el bien.
Señor Jesús,
ayúdanos a caminar con este espíritu detrás de tu cruz.