Rouco no quiere hablar del Papa en Barcelona y Santiago, porque este viaje se fraguó en la curia vaticana y nunca figuró en su guión.
Al final del majestuoso corredor de la primera planta del palacio Apostólico se halla la oficina de monseñor Guido Marini, maestro de las ceremonias litúrgicas pontificias. Un breve vestíbulo con una espléndida vista sobre la plaza de San Pedro y un despacho pulcramente ordenado en el que llaman la atención unos muebles rústicos, diríase que expresamente seleccionados. Maderas rugosas que evocan aquella estética con la que el catolicismo quiso ponerse al día en los años sesenta. Lo cuenta Enric Juliana en La Vanguardia.
Misas con guitarras. Fondos de arpillera. El Evangelio según Pier Paolo Pasolini. La austeridad es evidente, pero no estamos en el rincón kumbayá del Vaticano. El jefe de ceremonial del Papa viene del norte de Italia y es una persona muy metódica. Alto y propenso al rubor. Precisión conceptual casi germánica, atenuada por una sonrisa de novicio.
En manos de este sacerdote genovés de 45 años se hallan algunas de las claves del viaje de Benedicto XVI a Santiago de Compostela y Barcelona dentro de un mes (6 y 7 de noviembre). Marini mide sus palabras con exactitud vaticana, arte que exige un gran dominio del intervalo. De ellas deduzco que las ceremonias de Barcelona aún se hallan en el alambique, dada la complejidad de algunos de sus componentes.
-Estamos perfilando la liturgia de Barcelona en estrecha colaboración con la diócesis, como ocurre en todos los viajes. Puedo adelantarles que el Papa hablará en catalán y que algunos pasajes litúrgicos de la misa en la Sagrada Família serán cantados en catalán. Evidentemente, en la ceremonia también se utilizarán la lengua castellana y el latín.
Llegados a este punto, monseñor Marini afina la voz, controla la sonrisa y muestra su conocimiento del serpentín: «Tenemos noticia de la sensibilidad que existe en Catalunya sobre las lenguas y y sabemos que esa sensibilidad se halla en un momento particular».
En la Sagrada Família se cruzarán tres narraciones: la espectacular arquitectura del interior del templo, todavía desconocida para el gran público (una golosa tentación para una realizador televisivo con pocas ganas de complicarse la vida); una liturgia enriquecida por la simbología, en ocasiones hermética, de Antoni Gaudí; y la gestualidad del Papa, a la que la Santa Sede presta mucha más atención desde que arreció el temporal de los abusos sexuales. (Joseph Ratzinger, tantas veces caricaturizado como un dogmático, se ha ido suavizando. Por ejemplo, ha dejado de saludar juntando las manos sobre la cabeza, al estilo de los campeones deportivos de los años cincuenta. Ahora extiende los brazos y mueve los dedos como si acariciase la cabeza de un niño.) Arquitectura espectacular, liturgia medida al milímetro, equilibrios lingüísticos y un Papa intelectual que está aprendiendo a hablar con los gestos. He ahí una difícil prueba para TV3.
Un viaje con varios niveles de lectura, como le gusta decir a la semiótica. Visita a la España periférica antes de viajar a Madrid en verano del 2011 con motivo del encuentro mundial de los jóvenes católicos (el acontecimiento por el que se desvive el cardenal Antonio María Rouco Varela, en busca de un signo de reafirmación cristiana de España desde el centro peninsular); primer viaje a una Catalunya que el anterior pontificado tenía conceptuada como tierra díscola; imágenes de la Sagrada Família que darán la vuelta al mundo, y una sugerente reivindicación de la dimensión religiosa y mística de Gaudí.
Habla Federico Lombardi, portavoz del Vaticano: «El Papa hablará en catalán en Barcelona, aunque evidentemente todas sus palabras no serán pronunciadas en ese idioma. Habrá un equilibrio justo, que tendrá en cuenta la realidad de Catalunya».
El piamontés Lombardi, 68 años, es un jesuita curtido. Pelo blanquecino, gafas de molde racional y un rostro angulosos apto para una película sobre la Iglesia en tiempos de la guerra fría. Las sandalias del pescador, por ejemplo. Director de Radio Vaticana y del centro de producción televisiva, sucedió a Joaquín Navarro Valls como portavoz de la Santa Sede. Representa otro estilo. Jefe de prensa a la vieja usanza, sin la mentalidad ejecutiva del dircom. Este último año no ha sido nada fácil para un hombre que sigue siendo asistente del Prepósito General de la Compañía de Jesús. -Mire, cada vez que el Papa viaja, hay especulaciones en términos de éxito o fracaso. No recuerdo ningún viaje del Papa que haya ido mal. La especulación fue muy intensa hace unas semanas en Inglaterra y por todos es sabido que ese viaje fue muy positivo. La reciente visita a Palermo ha sido de una gran intensidad. Es verdad. Los dos últimos viajes forman una secuencia muy interesante.
En Inglaterra, donde se auguraba una auténtica hecatombe papista por el impacto de la investigación de los abusos sexuales en Bélgica, Benedicto XVI conquistó espacios que está dejando libres el anglicanismo en crisis. Su discurso en Westminster sobre la religión y lademocracia ha sido reproducido íntegro por centenares de medios de comunicación de todo el mundo. Y en Sicilia hizo algo inédito: se detuvo en Capace y a pie de autopista rindió homenaje al juez Giovanni Falcone, brutalmente asesinado en 1992 por la mafia, mediante la voladura de un tramo de carretera con una tonelada de dinamita. (Comentario de un amigo italiano: «Los jóvenes palermitanos se echaron a la calle. El Papa simbolizaba su última esperanza en una Sicilia con el 32% de paro.)
El cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, transmite el mismo mensaje de fondo: el viaje irá bien y llega en buen momento. Arzobispo de Toledo e interlocutor con el Gobierno socialista en el apogeo del zapaterismo, es el prelado que acabó dando el puñetazo más fuerte sobre la mesa a propósito de la Cope.
El cardenal valenciano (Utiel, 1945) fue quien acabó poniendo la proa al extremismo radiofónico. Cañizares es hoy el eclesiástico español con mayor rango en la curia. Se expresa con rigurosa formalidad en una de las salas de visita de su dicasterio, ubicado en uno de los recodos de la plaza de San Pedro. Le pregunto sobre las relaciones entre el Vaticano y el Gobierno español y creo intuir un atisbo de sonrisa: «En estos momentos, la relación institucional es buena«.
Basta leer las tres páginas que el diario italiano La Repubblica dedicaba el pasado lunes a José Luis Rodríguez Zapatero para entender la tranquilidad del cardenal. Las tornas han cambiado. El diario que hace seis años entronizaba a Zapatero como nuevo referente de la izquierda europea acaba de publicar su acta de defunción política: «Il sogno finito de Zapatero». Una crónica cortadaa navaja por Guido Rampoldi: «Zapatero sigue siendo un maestro de la comunicación política. Con ello se puede construir una táctica a corto plazo, acaso una estética, pero jamás una estrategia».
Han pasado cuatro años del primer viaje de Benedicto XVI a España. Valencia, julio del 2006. Desde entonces y de una manera casi imperceptible, Roma ha pasado a dominar el campo. Hace apenas diez días, la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega solicitaba al cardenal Tarcisio Bertone que la visita a Barcelona incluyese un encuentro oficial con el presidente del Gobierno. Petición concedida.
Pasillos del Vaticano, por los que esta semana han circulado -sin cruzarse- los cardenales de Barcelona y Madrid. Lluís Martínez Sistach, tejiendo equilibrios. Rouco Varela, con la mirada fija en el gran acontecimiento de agosto (faltarán pocos meses para unas elecciones generales que pueden ser agónicas para el PSOE), y con muy pocas ganas de hablar en público del Papa en Barcelona y Santiago, porque este viaje se fraguó en la curia vaticana y nunca figuró en su guión.
Roma, por lo demás, como siempre. Espléndida y agotada por el peso de los siglos. En plaza Venezia, epicentro de la República, el alcalde ha mandado plantar unos setos en los que se lee el rótulo: «Roma capitale». Un gesto de inseguridad. La Liga Norte aprieta las tuercas. El jueves por la noche, la plaza se paralizó y por delante de esos setos desfiló la comitiva del primer ministro chino Wen Jiabao, de viaje oficial en Italia. Decenas de ejecutivos chinos cruzando en negra carroza la capital de Occidente. Mandarines en la ciudad de los cardenales. No puedo olvidar su hierática mirada; su gélida curiosidad.