El Concilio Vaticano II hizo la operación de modernizar, de poner al día. Es un fenómeno que no debe ser nunca abandonado.
El aún arzobispo Gianfranco Ravasi (un día después de esta entrevista el Papa anunció que lo hará cardenal el 20 de noviembre) es el presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, equivalente a ministro de Cultura del Vaticano. Buen conocedor de Barcelona y de Gaudí, influyó para que se realizara el viaje papal. Lo entrevista Eusebio Val en La Vanguardia.
Son dos visitas seguidas del Papa, dentro de pocos días y en el 2011 (a Madrid para la Jornada Mundial de la Juventud). Mucha atención hacia España. Quizás mucha preocupación…
España, en los últimos decenios, ha adquirido un nuevo rostro respecto a su perfil tradicional. Antes, en Europa, cuando se hablaba de una nación que fuera laica por excelencia, se pensaba en Francia. Desde hace un tiempo, quizás la primacía, o al menos una tendencia muy acusada, la tiene España. Es significativa, ciertamente, la voluntad del Papa de entrar en este horizonte. Es una experiencia paralela a la que hizo en París.
¿España e Italia son las trincheras en esta lucha por la nueva evangelización de Europa?
Creo que esta imagen de tipo militar es un poco peligrosa porque presenta al otro como un adversario con el que se establece una confrontación áspera. En el espíritu de Benedicto XVI hay, como en su misma persona, un perfil muy delicado, atento. Pero esto no excluye una confrontación intelectual rigurosa. Más que hablar, pues, de trincheras, diría que hay fronteras en territorios que han cambiado profundamente. En toda Europa. El empeño de la nueva evangelización y de la cultura es estar en la frontera, mirar y solicitar la atención al otro lado. Debe hacerse hablando de forma clara, con diálogo. Esto explica el itinerario intelectual y pastoral de Benedicto XVI. Es bueno que el catolicismo se presente con su rostro, con un mensaje que sea nítido pero no agresivo.
¿Cómo se explica ese nuevo rostro de España?
Creo que el elemento fundamental ha sido la progresiva caída de valores, culturales y sobre todo espirituales, y su sustitución por una superficialidad de fondo, de inmediatez, banalidad. Cada uno se hace su propia verdad, sus propios valores. Este es para mí el elemento de base que ha dominado la cultura occidental y que introduce una visión sin puntos firmes, sin valores. Es como moverse en una suerte de niebla ética, moral, cultural. En España hay un factor cronológico importante: la transición fue mucho más rápida e impetuosa que en Italia.
¿Cree la Iglesia que habrá un retorno vigoroso de la fe en el mundo occidental?
Es un tema importante de la sociología. En los años setenta y ochenta, en los países que comenzaban a vivir el secularismo, se pensaba que era un claro camino ganador. Pero veinte años después ya se vio que era equivocado, que había una revancha de lo sagrado. No se puede medir la religiosidad de manera cuantitativa, por la asistencia a la misa, sino cualitativa, viendo las opciones personales. Y entonces se comprueba que vuelve con gran vigor la espiritualidad oriental, la magia, la superstición, la meditación, el yoga, el new age. La persona que es muy secular quiere participar en ritos. El problema para la Iglesia católica es no subirse a lomos de esta espiritualidad de manera acrítica, conformándose con lo mínimo, como han hecho algunas iglesias protestantes, sino que lo importante es reeducar en los grandes valores, los temas últimos: Dios, el bien, el mal, la verdad, la muerte.
Ante el dilema de modernizar el catolicismo o catolizar la modernidad, la Iglesia, con este Papa, parece haber optado claramente por la segunda opción.
El Concilio Vaticano II hizo la operación de modernizar, de poner al día. Es un fenómeno que no debe ser nunca abandonado. Y el Papa no lo hace. Pero las religiones, todas, por naturaleza, quieren convencer. Proponen un mensaje que sea luz de guía. No se puede nunca abandonar la idea de incidir en la sociedad.
Gaudí y la Sagrada Família son aspectos centrales de la visita del Papa a Barcelona. ¿Cómo es hoy el binomio fe-arte?
Plantearé una imagen que usó Benedicto XVI en uno de sus textos. Dijo que el arte es una herida porque nos empuja a descubrir el destino último. Herida significa que te crea inquietud, que te atormenta. La religión te empuja a la conversión, te inquieta. Por eso la religión y el arte son un poco hermanos. El arte tiene el objetivo de mostrarte lo invisible que está en lo visible, lo infinito, lo eterno. Como dijo Hermann Hesse, «arte significa, mostrar a Dios en cada cosa». Henry Miller, profundamente anticristiano, afirmó que «el arte, como la fe, como la religión, no sirve ni enseña nada, excepto el sentido de la vida». Por eso debe trabajarse en restablecer ese vínculo, porque siempre han vivido juntos. Y Gaudí es un gran testimonio.
¿Cómo ve la Iglesia la cultura de masas en la era digital, con esa oferta tan fragmentada, a la carta, inmediata, cómoda?
Sobre todo como una oportunidad. Ha sido así siempre que ha habido revoluciones en los instrumentos de comunicación. Pensemos que el primer libro impreso fue la Biblia. Pero la comunicación por internet es fría. Chatear no es lo mismo que conversar. Hay que ir con cuidado con este fenómeno, intentar atemperarlo, porque si no se puede perder la capacidad del contacto auténtico interpersonal.
La Iglesia piensa siempre en periodos largos. ¿Hacia dónde mira? Hemos hablado de Europa, pero ¿hacia dónde mira de cara al futuro, hacia Asia?
Por lo que respecta a nosotros, miramos a dos ámbitos, dos horizontes diversos, pues para bien o para mal el cristianismo ha sido por naturaleza eurocéntrico o eurogenético, porque nació en Europa. El primer ámbito es el de las llamadas culturas emergentes, China, India, con una actitud de respeto pero también activamente evangelizador; también África, porque constituye todavía un futuro por descubrir. El otro ámbito sería el del llamado «patio de los gentiles«, hacia ese horizonte inmenso de agnosticismo, de visiones que niegan la dimensión trascendente, visiones de reducción moral, de vulgaridad. Este es el mundo que tenemos delante. A nuestros jóvenes les falta ética y estética. Faltan valores morales y también el estilo, la dignidad. La política italiana es un ejemplo.
Eso quería preguntarle. La situación es muy confusa. Siempre lo ha sido. Pero para la Iglesia parece muy difícil encontrar interlocutores.
En Italia ha habido un fenómeno muy particular. Hasta 1992 tuvimos una presencia católica, la Democracia Cristiana, que, todos sus límites, transformó una sociedad que estaba destruida, después de la II Guerra Mundial. Era una presencia cultural, no equiparable a otros partidos democristianos europeos. La CDU-CSU en Alemania era distinta. Eso se acabó. Y ahora la dispersión es probablemente inevitable. No es posible reconstruir aquel bloque, aquel monolito. Eso hace que nuestro interlocutor esté fragmentado, que sean irrelevantes en sus respectivas estructuras. Hay presencia católica, pero las presencias dominantes son de tipo secularista, laicista. Y el nivel (político) ha bajado tanto, se ha degenerado tanto, que estoy convencido que será necesario, antes o después, que se recomponga (algo parecido a la Democracia Cristiana). Porque yo creo en Dios. También creo en el hombre y sobre todo en una frase de Pascal: «El hombre, bien o mal, supera al hombre».