Estamos en el más pequeño de los estados del mundo. Minúsculo y poderoso
El Papa Benedicto XVI visita España la próxima semana. Dos enviados especiales del Magazine han estado durante cuatro días en el Vaticano, auscultando cómo se vive y se trabaja en la Santa Sede en tiempos del Papa bávaro. Tiempos difíciles en los que Joseph Ratzinger, de 83 años, se esfuerza por romper el tópico que lo muestra como un intelectual frío y reservado. Lo cuenta Enric Juliana.
Un día, no hace mucho, escuché charlestón en el Vaticano. Charlestón con un fondo de fuegos artificiales coloreando la cúpula de Miguel Ángel. Una agradable cena en la terraza de la Pinacoteca, música ligera y un alarde de petardos y cohetes, lanzados desde los jardines traseros. Una fiesta barroca. Una pincelada valenciana. Un eco del tiempo de los Borgia. Las murallas leoninas, impertérritas y tamizadas por el alumbrado romano, tenue por vocación poética y por ahorro municipal. Brillaba el empedrado, y en los portones reinaba la oscuridad. Cinco de octubre del 2010.
Cuidado con la imaginación. Será mejor ceñirse a los hechos. Tocaba el charlestón la banda de música de la Gendarmería vaticana, y el castillo de fuegos artificiales daba por concluidos los festejos en honor del jefe de las milicias celestiales, arcángel san Miguel, recordado cada año por todos los cuerpos policiales del orbe católico. Horas antes, la Gendarmería había desfilado en los jardines de la Ciudad del Vaticano, ante la atenta mirada del cardenal secretario de Estado Tarcisio Bertone, flanqueado en la tribuna por destacados miembros de la curia.
La Gendarmería es el menos conocido de los dos cuerpos de seguridad de la Santa Sede. La foto siempre se la llevan los bellos uniformes renacentistas de la Guardia Suiza. Los gendarmes son mucho más discretos. Uniforme azul plúmbeo y quepis. La Gendarmería es la policía nacional, y la Guardia Suiza vendría a ser la guardia real. La policía vaticana y el ejército del Papa. El cuerpo de gendarmes cuenta con unos doscientos efectivos, todos ellos de nacionalidad italiana, y la guardia helvética, con un centenar largo de soldados, expresamente reclutados en el país de la banca discreta, la neutralidad a toda costa y los valles verdes y profundos.
Desfilaba la Gendarmería por los jardines del Vaticano, bajo el mejor de esos cielos de azul sereno que ofrece el otoño romano. Una estampa que sólo puede ser vista una vez al año. La beatitud del parque, cuidado con esmero: un orden vegetal perfecto; el majestuoso ábside de la basílica; la eterna cúpula de Miguel Ángel y un centenar de hombres uniformados, marcando el paso -sin una acusada marcialidad, todo hay que decirlo-, detrás de la bandera blanca y amarilla de la Ciudad del Vaticano.
Estamos en el más pequeño de los estados del mundo. Minúsculo y poderoso. Uno de los nódulos más influyentes del planeta. «¿Dónde están las divisiones del Papa?», preguntó en una ocasión Stalin a su estado mayor, ignorando el zar de la bandera roja que su imperio no iba a cumplir cien años. Las divisiones del Papa están ahí. Cien gendarmes desfilando ante seis cardenales en un plácido jardín romano. Marcando el paso sin porte prusiano a orillas del río Tíber… La divisiones del Papa están diseminadas por todo el planeta, formando una extensa red de parroquias, hospitales, dispensarios, escuelas, universidades, residencias y comedores sociales. Divisiones abnegadas en los rincones más pobres del globo. Y también altos oficiales en influyentes despachos (en la magistratura, en los medios de comunicación, en la política, en la empresa…).
Concentración y dispersión. Condensación y despliegue. Minimalismo y universalidad. Sobre esta unidad dialéctica se asienta la fortaleza pontificia. Local y global. Urbi et orbi. Lo iremos viendo a través de los ventanales que nos han sido abiertos. Cuatro días en la ciudadela vaticana, en los que no vamos a descubrir ningún secreto -lo siento, Dan Brown-, pero veremos cosas que nos harán pensar. Para empezar, las notas del charlestón se derraman sobre el patio del Belvedere y los cohetes dibujan rosetones en el cielo romano.