¿Qué sentido tiene prometer el derecho de voto a alguien que ni siquiera es libre de conducir, de viajar, de hacerse curar o de trabajar?
(Giulia Galeotti en L’Osservatore Romano).- ¿Qué sentido tiene prometer el derecho de voto a alguien que ni siquiera es libre de conducir, de viajar, de hacerse curar o de trabajar? ¿Qué sentido tiene contar como individuos en el ágora cuando en la domus y sus alrededores se depende de la autorización y de la voluntad ajenas?
Esta es, de hecho, la observación de fondo que ha comentado, al menos en Occidente, la noticia del anuncio dato por el soberano saudí Abdullah bin Abdul Aziz Al Saud: «Dado que no queremos marginar a las mujeres en las funciones sociales permitidas por la sharia, hemos decidido que desde el próximo mandato las mujeres entrarán en la asamblea consultiva. Y que tendrán derecho a votar y a presentarse como candidatas en las elecciones administrativas».
Ante el entusiasmo de algunos, muchos, por el contrario, han arrojado agua al fuego: es sólo propaganda. Una reforma cosmética. Un truco publicitario, nada más.
No cabe duda de que se trata de una estrategia política. Por lo demás, en la historia del voto a las mujeres siempre ha sido así. En Occidente, algunos han visto la medida del soberano saudí como una movida que trata de prevenir la explosión de la primavera árabe en su país (como ha recordado Lucia Annunziata en «La Stampa», la única protesta que se produjo en el Reino fue precisamente dirigida por las mujeres).
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