«Su corazón no está bien. El Papa es un hombre mayor, y está enfermo»
Hagamos un poco de memoria: corría el año 1992 cuando España, y más concretamente Huelva, se disponía a acoger el Congreso Mariano, que tendría como uno de sus ponentes estrella al entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger. Pero su conferencia tuvo que suspenderse. La Santa Sede informó entonces de que el cardenal, que por aquellas fechas contaba 65 años de edad, no podría viajar a España tras haber sufrido una herida en la cabeza al caerse en la localidad alpina de Brassanone, donde pasaba unos días de descanso. Lo cuenta Ramón Loureiro en La Voz de Galicia.
Ratzinger recibió diez puntos de sutura… y tuvo que pasar varios días hospitalizado. La prudencia de los comunicados oficiales, que fácilmente podría ser calificada de hermetismo, no logró ocultar entonces que el cardenal había sufrido un desvanecimiento. Ni siquiera se dio a conocer parte médico alguno, pero, como la prensa recogió por aquellos mismos días, la Curia Diocesana de Bolzano, propietaria del edificio en el que Ratzinger cayó al suelo, afirmó que el estado del cardenal no era «bueno».
A partir de entonces no fue esa la única ocasión en la que la salud de Ratzinger le impidió viajar adonde se lo esperaba. Y que se lo pregunten, si no, a quienes, en Santiago de Compostela, desde su Instituto Teológico, hicieron lo imposible por contar con su presencia.
«Un susto»
Trece años después, en el 2005, tras el fallecimiento de Juan Pablo II, el cónclave elegía nuevo papa a Ratzinger. Una noticia que causó una curiosa reacción en su hermano, Georg, también sacerdote, quien, nada más tener conocimiento de la decisión del colegio cardenalicio, declaraba haberse llevado «un susto». «Espero que su salud aguante», dijo.
En marzo del 2007, cuando la Iglesia gallega ya pedía con insistencia a la Santa Sede que Benedicto XVI viajase a Santiago, una de las personas que mejor conocen el Vaticano -amiga personal del anterior pontífice- señalaba públicamente que Ratzinger estaba «delicado» de salud. Y en privado daba más detalles: «Su corazón no está bien. El Papa es un hombre mayor, y está enfermo».
Desde entonces han pasado cuatro años más. Anteayer, el papa del que los italianos, siempre tan irónicos, dicen que, a diferencia de a su predecesor, el mundo acude a «escucharlo», no a «verlo», ya no entró caminando en la basílica de San Pedro, sino en una plataforma móvil. La Santa Sede habla de «fatiga», pero el orbe cristiano tiene miedo.
Concilio Vaticano II
Puede que la salud del papa, que cuenta 84 años y jamás fue un hombre fuerte (él mismo ha contado, al recordar su infancia, que el deporte no era lo suyo), no sea la mejor del mundo. Pero su pensamiento sigue siendo brillante. Prueba de ello es el documento hecho público ayer por la Santa Sede con motivo del Año de la Fe, en el que el papa sostiene que el Concilio Vaticano II no ha perdido ni «su valor» ni «su empuje», alejándose tanto de quienes rechazan su pensamiento, como hicieron los lefebvrianos, como de las posturas de aquellos que están pidiendo un Concilio Vaticano III.
Benedicto XVI hace un llamamiento a los cristianos para que no vivan su fe como un hecho privado, sino desde el testimonio y el compromiso público. Y recuerda que la ciencia y la fe no están en contraposición, puesto que mientras «la primera nos lleva hasta donde lo racional tiene sus límites, la segunda nos muestra lo que es en verdad permanente».