Responsables religiosos de todo el mundo saludaron el documento vaticano sobre la crisis global
(Jesús Bastante).- «La Iglesia no se ha vuelto comunista, ni es contraria a un capitalismo bien entendido. Ese texto es doctrina social de la Iglesia de toda la vida, actualizada para los problemas que vivimos hoy». Los principales expertos en DSI del mundo coinciden en señalar que el reciente documento por Pontificio Consejo Justicia y Paz acerca de los males del mercado y proponiendo una salida más igualitaria y «ecuménica» para controlar la voracidad de los mercados que han provocado la crisis global y que ha sido saludado por la práctica totalidad de la opinión pública, no supone una entrega de la Iglesia a los postulados de los «indignados» ni una revolución sobre la manera de pensar del Evangelio. Algo que no comparten buena parte de los grupos ultracatólicos, especialmente en los países anglosajones -aunque también en nuestra piel de toro-, que han buscado negar autoridad al documento, e incluso insinuar que se ha publicado sin el consentimiento de Benedicto XVI.
Sin duda, el crítico más puntiagudo ha sido el periodista alemán George Weigel, biógrafo de Juan Pablo II. Según revela Giacomo Galeazzi en Vatican Insider, Weigel negó la importancia del documento vaticano, insistiendo en que «la verdad en toda esta historia es que el Vaticano no tiene nada que ver con este asunto. El documento no habla a nombre del Papa, no habla a nombre del Vaticano, y no habla tampoco a nombre de la Iglesia católica».
Todo porque el Pontificio Consejo Justicia y Paz, presidido por el cardenal Turkson, ha propuesto una autoridad mundial, bajo mandato de la ONU, que promueva una economía más solidaria, ecológica y humana, apartada del liberalismo salvaje (simbolizado por el FMI) que profundiza la brecha entre ricos y pobres y que se ha demostrado absolutamente ineficaz para acabar con la crisis. Más bien, culpable de haberla provocado. Al más puro estilo del «Tea Party» (o de las prácticas que ellos mismos denuncian de los lobbys gay o judío) la derecha cristiana tilda el documento de «nota burocrática y no decreto doctrinal» (CatholicVote.org), o «meros neologismos de sus autores, el cardenal Turkson y el arzobispo Toso» («Catholic League»).
Y eso que las tesis vaticanas también son compartidas por la mayor parte de iglesias y confesiones religiosas de todo el mundo. Durante la reunión de Asís de la pasada semana, los líderes religiosos apuntalaban la idea de una unidad en la defensa de la ecología humana, los valores y la promoción de una humanidad donde nacer en el Norte o el Sur no sea definitivo para la suerte de la vida de cada ser humana. Según confirman a RD fuentes vaticanas, la salida del documento la misma semana de Asís «no fue una casualidad». Al tiempo, confirman que Benedicto XVI «se implicó personalmente» en la elaboración del texto, al que dio por completo su conformidad.
Es más: el propio Papa, esta misma mañana, ha dirigido una misiva a los dirigentes del G-20 en la que pedía a los líderes del mundo «que la reunión ayude a superar las dificultades que, a nivel mundial, obstaculizan la promoción de un desarrollo auténticamente humano e integral«. También, el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, ha escrito una carta en el Financial Times en la que se posiciona a favor de medidas como la tasa «Robin Hood», y agradece al Vaticano la publicación del documento de Justicia y Paz.
En nuestro país, en cambio, algunas voces -si bien minoritarias- también se han alzado en contra del documento vaticano, que tildan de propuestas «discutibles» y acusan a los obispos de «no saber de economía» y de dejarse aconsejar por «aprendices de brujos con la varita mágica del poder invasivo del Estado»
El reciente documento del Pontificio Consejo Justicia y Paz ha sido el último de muchos ejemplos que nos vienen a demostrar cómo los autoproclamados «guardianes de la ortodoxia» sólo lo son cuando ésta conviene a sus intereses. Especialmente en lo social, donde el comportamiento de estos lobbys ha provocado casos tan estrambóticos como el de reclamar la dimisión del entonces presidente de la Pontificia Academia de la Vida, Rino Fisichella (hoy nombrado por Benedicto XVI al frente del nuevo dicasterio para la Nueva Evangelización) por hablar de «misericordia» antes que de «pecado» y «excomunión» en el caso de la pequeña de nueve años que tuvo que abortar tras haber sido violada repetidamente.
O, en nuestro país, el caso de Inmaculada Echevarría, que hubo de ser trasladada, por la noche, sin testigos, de una planta del hospital de Granada en la que estaba siendo tratada a otra, para que los hermanos de San Juan de Dios no se vieran implicados en un más que discutible caso de eutanasia. En este particular, la presión de los grupos ultracatólicos, al más puro estilo «Tea party», logró sus propósitos. No siempre sucede. Y mucho menos en Roma: más de dos milenios contemplan a una institución como la Iglesia que, en demasiadas ocasiones, se deja influenciar por los poderes. Pero que también sabe decir la palabra precisa en el momento adecuado, en más de una ocasión. Y sin comprometer el Magisterio.