"La sombra del escándalo lleva aparejada el desprestigio de los buenos sacerdotes"
Los casos de abusos sexuales a menores han costado ya a la Iglesia católica a nivel internacional más de 2.000 millones de dólares, informaron hoy los estadounidenses Michael Bemi y Patricia Neal en el simposio organizado por el Vaticano para afrontar los escándalos de clérigos pederastas.
Michael Bemi, del National Catholic Risk Retention Group, de Vermont, y Patricia Neal, directora del programa de protección de niños VIRTUS, manifestaron en la tercera jornada del simposio, que se celebra en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, que esos casos han tenido «profundas consecuencias negativas» para la Iglesia católica, «cuyo corazón han perforado».
Los dos expertos precisaron que no hay valoración que pueda hacerse a las miles de víctimas, niños y adultos vulnerables, cuyas vidas cambiaron para siempre; que no se puede poner un precio a las que se quitaron la vida por la desesperación y que simplemente han analizado los daños causados a la Iglesia por estos escándalos, que nunca se sabrán al cien por cien.
Ese dinero se pagó en los acuerdos a los que se llegó en las demandas puestas por las víctimas a las diócesis, en juicios, asesoramientos legales, terapias para las víctimas y seguimiento de los agresores, entre otras.
Sobre las personas que sufrieron abusos, Bemi y Neal señalaron que todavía no existe un estudio a nivel mundial, pero que sólo en EEUU se estima que fueron unas 100.000, a las que hay que sumar los cientos de víctimas de los casos denunciados en Irlanda, Alemania, Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Canadá, Chile, India, Holanda, Filipinas y Suiza, entre otros países.
Indicaron que los escándalos sexuales, además de destruir a miles de personas y costar una cantidad de dinero que podía haberse destinado a la construcción de hospitales, escuelas, seminarios o iglesias, causaron enfermedades y trastornos psíquicos, emocionales y sexuales a las víctimas, así como traumas familiares.
Y, además, propiciaron que se sospechara de todos los curas y han distanciado a los laicos de la Iglesia.
Los dos expertos aseguraron que había que disipar cualquier equívoco y reconocer que los escándalos no fueron exagerados por los «medios de comunicación ateos» y que los delitos sexuales no tienen nada que ver con la orientación sexual, «ya que la realidad es que ni la homosexualidad ni la heterosexualidad son un factor de riesgo, sino que ese factor es la orientación sexual desordenada o confusa».
Al simposio asisten 110 representantes de conferencias episcopales y 30 superiores religiosos, que participaron en una vigilia penitencial en la que el cardenal Marc Oullet, prefecto de la Congregación para los Obispos, pidió perdón a Dios y a las víctimas por los abusos sexuales cometidos por clérigos, que, dijo, son «fuentes de vergüenza y un escándalo enorme». (RD/Efe)
Texto íntegro
El precio real de la crisis – Perforaciones en el corazón de la Iglesia
Queridos Cardenales, Arzobispos, Obispos, Superiores Generales, queridos colegas y
compañeros participantes, es un honor y un privilegio dirigirnos a ustedes en este día.
Gracias por permitirnos presentarnos ante ustedes.Introducción
La crisis internacional de delitos sexuales ha tenido profundas consecuencias negativas en
la Iglesia católica. Este es un hecho incuestionable. El precio último de estas
consecuencias es imposible de discernir o medir en este momento. Con el tiempo, tanto
los historiadores eclesiásticos como los seculares darán sus opiniones que serán
evaluadas por las próximas generaciones. Sin embargo, nosotros, como Iglesia -mucha
gente en general en todo el mundo- estamos viviendo actualmente los efectos de la crisis,
y por tanto podemos brindar algún testimonio y análisis sobre el tema.
La tarea de intentar valorar el daño causado a la Iglesia por la crisis es ciertamente
desalentadora, y puede parecer una meta inalcanzable. No puede ponérsele precio a
ningún alma. No hay valoración que pueda hacerse a las miles de víctimas cuyas vidas
cambiaron para siempre. No puede ponerse un precio a aquellas pobres víctimas que se
quitaron la vida por la desesperación. No hay análisis de costes que pueda
proporcionarnos el verdadero sentido de lo que le cuesta a la Santa Madre Iglesia, que
sigue sufriendo pérdidas todos los días mientras se desarrolla la crisis alrededor del
mundo. San Pablo nos enseña que «…Nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo
en Cristo». (Romanos 12,5), y si uno de nosotros sufre, todos sufrimos. Estamos aquí
reunidos por esa sola razón. Para escuchar con claridad el sufrimiento de otros, y, juntos,
seguimos compartiendo y enseñándonos los unos a los otros a ofrecer sanación y
reconciliación. No estamos aquí para calcular nuestras pérdidas, más bien, nos reunimos
para valorar las ganancias. Por paradójico que parezca, nos basamos en el poder de Dios
y su gracia operante para ver que no todo está perdido. Hemos visto, por medio de esta
horrible crisis, el poder sanador de Dios de maneras que nunca creímos posibles. Más
específicamente, mucho bien ha venido de las medidas coordinadas de líderes activos en
la construcción de comunidades más seguras para niños y adultos vulnerables. Sea como
fuere, nunca podremos olvidar las pérdidas. Nos consolamos de nuevo con las palabras de
san Pablo: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia» (Filipenses 1,21). Nada es
más importante aquí que el amor de Cristo por su esposa, que es la Iglesia.
Sin embargo, es posible desglosar el problema en sus elementos constitutivos que son
más fáciles de analizar y resumir. Ese es el propósito de esta presentación.
Preámbulo
Antes de proceder con nuestro análisis, es necesario disipar cualquier equívoco que pueda
haber, asociado con uno o más de los varios mitos nacidos de la crisis. Estos incluyen: 1)
la crisis es un problema de Estados Unidos, 2) la crisis ha sido exagerada por los medios
de comunicación ateos, que son antagónicos a las personas o instituciones de fe, y 3) la
crisis ha sido instigada por abogados avariciosos cuyo único objetivo es hacerse ricos y 4)
la orientación homosexual es causa de que los hombres sean delincuentes sexuales. [Nota
Bene: los delitos sexuales, no tienen que ver con la orientación sexual. El corolario lógico
de la proposición de que la orientación homosexual hace que los hombres abusen
sexualmente de otros hombres, es que la orientación heterosexual hace que los hombres
abusen sexualmente de las mujeres. La realidad es que ni la orientación homosexual ni la
heterosexual son un factor de riesgo, sino más bien, la orientación sexual desordenada o
confusa es un factor de riesgo.]1
Para ser justos, debemos señalar que hay, en efecto, elementos de verdad en relación con
cada una de las proposiciones anteriores; pero ninguna por sí sola, ni todas ellas
combinadas, pueden explicar y describir por completo la crisis.
Teniendo en cuenta nuestra tradición teológica sobre la comprensión del pecado y la
gracia, entendemos también la crisis como un fallo de la naturaleza humana y la realidad
siempre presente del pecado y la tentación. Las consecuencias negativas de la crisis que
la Iglesia ha sufrido han sido afectadas, sin duda, por los cuatro mitos previamente
identificados, pero no están en el centro de la misma.
Costes de la crisis en generalLas categorías de costes que la crisis ha generado para la Iglesia son:
• Pérdidas financieras que afectan a la misión permanente de la Iglesia
• La victimización de miles de personas
• La angustia emocional causada a los familiares o seres queridos de las víctimas
• La sombra del escándalo y su efecto de carga para los buenos sacerdotes, religiosos y
ministros laicos
• Distanciamiento de los laicos
1 Terry K, Smith M, Schuth K, Kelly R, et al. The Causes and Context of Sexual Abuse of Minors by
Catholic Priests in the United States, 1950-2010, John Jay College of Criminal Justice of the City
University of New York, 38, 62, 63, 64, 74, 100, 102, 119
• Salida de personas de la Iglesia – o pérdida de la fe – fruto de la desilusión
• Disminución de la autoridad moral de la Iglesia, de su enseñanza y de su vida
sacramental
• Daños en última instancia a la misión del Evangelio.
Examinaremos cada una de estas categorías, en orden.Costes financieros
Comenzamos nuestro análisis con este elemento, reconociendo que no es el más
importante, sino más bien, el menos importante de todos los indicados. Es, sin embargo,
de importancia, aunque ninguna suma de dinero pueda compararse con la pérdida de la
inocencia de niños y adultos vulnerables. Por favor, que quede claro que nada se compara
con las pérdidas que hemos experimentado a través de la victimización de niños y adultos
vulnerables.
Los costes financieros pueden dividirse en costes directos, costes indirectos y costes de
oportunidad.
Los costes directos son aquellos que pueden ser identificados específicamente con una
determinada actividad, proyecto, servicio, operación o empresa. En el contexto de la crisis,
esto incluiría: El costo del arreglo al que se llegó en la demanda, los gastos legales y
litigios, costes de asesoramiento y terapia para individuos específicos, costes de
orientación, terapia y seguimiento de los agresores que no han sido encarcelados, y los
costes de los trabajos para desarrollar, implementar y supervisar ambientes más seguros.
Los costes indirectos incluyen aquello que con frecuencia se describe como «gastos
generales», pero en el contexto de la crisis incluirían: el costo de los esfuerzos para llevar a
cabo tareas como la investigación de los archivos personales de los sacerdotes para
obtener pruebas de antiguas acusaciones y su manejo en el momento actual, el costo para
producir copias permanentes o crear registros informáticos de tales trabajos para su
revisión por personal eclesiástico, abogados de la Iglesia u otro tipo de asesores de la
Iglesia; el costo incrementado de las primas de seguros que impone una diócesis o instituto
religioso; el coste de la reducción de las contribuciones y del apoyo de un laicado
descontento o de fundaciones que estarían normalmente inclinadas a ayudar a la Iglesia, y
el coste de «daño a la reputación», que se hace evidente a través del abandono de la
Iglesia por parte de muchos laicos para unirse a una confesión protestante.
Antes de abordar los costes de oportunidad, es ilustrador tratar de estimar el costo
financiero internacional de la crisis de la Iglesia.
Para empezar, tenemos que aceptar que este costo es desconocido y no se conocerá
nunca por completo. ¿Por qué?, pueden ustedes preguntarse. Usando la experiencia de la
Iglesia de EE.UU. como un ejemplo, el estudio del «John Jay College of Criminal Justice»
titulado La naturaleza y el alcance del abuso sexual de menores por sacerdotes católicos y
diáconos en los Estados Unidos 1950-2002 (que fue lanzado en febrero de 2004), identificó
en las encuestas entregadas por diócesis e institutos religiosos 472 millones de dólares
reportados. Sin embargo, la cantidad real es mucho mayor actualmente, por las siguientes
razones:1) El estudio únicamente abordó los costes asociados con delitos perpetrados por
sacerdotes y diáconos, pero se han realizado importantes acuerdos económicos en
relación a delitos cometidos por profesores, entrenadores, preparadores físicos, agentes
de pastoral juvenil, directores de coro, etc.2) El índice de respuesta diocesana para el estudio fue muy superior a la de los institutos
religiosos, aunque estos han tenido arreglos finales por delitos sexuales mucho más
costosos.3) En los Estados Unidos, se han realizado arreglos finales que suman al menos 1,8
billones de dólares, después del período analizado por los investigadores de John Jay.4) Los investigadores estipulan que no estaba claro qué porcentaje de todos los casos
concretos se registró en las cifras presentadas con las encuestas.5) Por lo menos algunas diócesis habían realizado muchos acuerdos de manera
confidencial a través de los años, cuyo valor total nunca se sabrá.6) Algunos acuerdos exigían terapia continua y servicios de apoyo a las víctimas, cuyo
costo final no se puede determinar.7) En ninguna caso las compañías de seguros reembolsaron siquiera una cantidad
aproximada al valor total de los arreglos finales.8) Si bien la incidencia y la tasa de nuevas demandas se ha reducido enormemente, con
todo, hay nuevas demandas cada año.Nada de lo anterior refleja de ninguna manera la situación fuera de los Estados Unidos, los
costos internacionales relacionados con las investigaciones en curso, y en algunos casos,
los litigios en curso, en varias naciones africanas, Australia, Austria, Bélgica, Brasil,
Canadá, Chile, Alemania, India, Irlanda, los Países Bajos, Filipinas y Suiza.
Probablemente sea razonable estimar que hasta el momento la Iglesia a nivel internacional
ha tenido que pagar, de su propio bolsillo, una cantidad muy por encima de los dos mil
millones de dólares.
Ahora vamos a hablar del coste de oportunidad. El coste de oportunidad es el importe de
cualquier actividad medida en términos del valor de las actividades alternativas a las que
se ha renunciado. Se ha renunciado a estas actividades alternativas precisamente porque
los recursos disponibles de dinero, tiempo y trabajo humano son finitos y no renovables y
ya se han disminuido o agotado totalmente en la búsqueda de alguna otra iniciativa o
actividad. En consecuencia, las oportunidades asociadas con estas alternativas están
perdidas para siempre o por lo menos indefinidamente pospuestas.
El coste de oportunidad es dinero perdido para siempre. Por ejemplo, usando nuestro
cálculo de dos billones de dólares (1, 451, 235, 407 euros) o más, como un medio para
evaluar el coste de oportunidad, tendríamos que hacernos preguntas como: ¿Cuántos
hospitales, seminarios, escuelas, iglesias, centros de acogida para mujeres y niños
maltratados, comedores, clínicas médicas y dentales, etc., podríamos haber construido con
esta cantidad de dinero? ¿Cuántas organizaciones católicas de caridad o programas de
servicio social y voluntariado podríamos haber financiado? ¿Cuántos nuevos empleados,
urgentemente necesitados, podríamos haber contratado? En cambio, no construimos, no
financiamos, y no contratamos.
El coste de oportunidad es también tiempo perdido para siempre. Por ejemplo, los litigios
relacionados con la crisis de abuso sexual no solo son costosos en términos del precio de
los servicios prestados a la Iglesia por sus abogados, gestores de riesgo, asesores
financieros, etc., sino también en relación con la inmensa cantidad de tiempo -tiempo
empleado por el clero, religiosos y ministros laicos- dedicado a responder a estas
demandas. Responder a los interrogatorios, la participación en las declaraciones; reunirse
con los abogados para discutir y determinar las estrategias de conciliación o del juicio, ser
llamados como testigos a juicio, lo cual es extremadamente lento. Imagínense la enorme
cantidad de tiempo utilizada que se ha perdido para siempre y que podría haber sido
empleada en la misión.Por último, el coste de oportunidad es esfuerzo perdido para siempre. Tengan en cuenta el
talento pastoral y los esfuerzos que se han desviado y distraído por la crisis de abusos
sexuales. Los obispos comprometidos en conferencias de prensa y reuniones con los
medios de comunicación, asesores legales y financieros; las horas de esfuerzo de los
sacerdotes, religiosos, ministros laicos y fieles laicos invertidos en la capacitación y
educación para la prevención del abuso infantil y otras formas de abuso sexual. Voceros
de la Iglesia, incluyendo no solo directores de comunicación, sino también obispos,
sacerdotes, religiosos e incluso el Santo Padre, gastando tiempo en responder a las
consultas o implicados en entrevistas con la prensa. Además, no podemos pasar por alto
los esfuerzos de los fieles laicos católicos hombres y mujeres que intentan defender a la
Iglesia y sus acciones en respuesta a la crisis, cuando se enfrentan a críticos, escépticos o
simplemente a gente que busca genuinamente la verdad y una explicación razonable.
Todos estos esfuerzos podrían haber sido invertidos en actividades pastorales, de
beneficencia o de devoción, sin embargo han sido absorbidos por los asuntos relacionados
con los abusos sexuales.
La triste realidad es que hay una enorme cantidad de bien que podríamos estar haciendo
ahora -y en los próximos años- que nunca se hará debido al dinero, tiempo y esfuerzo que
ya se han gastado, y continúan gastándose, para afrontar la crisis de abusos sexuales.
Victimización
«… Bienaventurados los que ahora lloran, porque reirán» (Lucas 6, 21)
A lo largo del Nuevo Testamento, con sus palabras y ejemplo, Jesús insiste en el cuidado
de los necesitados, sea cual sea el origen o naturaleza de su aflicción.
Es una abominación que la Iglesia, -a través de las acciones de algunos de sus miembros
más admirados y en los que más se confía-, causara de hecho miles de víctimas. Solo en
los Estados Unidos, el estudio John Jay «Naturaleza y alcance…» identificó 10.667
denuncias de víctimas hechas en el período de 1950 a 2002, cuyo número aumentó a
15.235 según datos obtenidos hasta el 2009. Un fenómeno bien conocido y aceptado es
que muchas de las víctimas de agresión sexual nunca informan sobre el abuso sufrido.
Algunos observadores estiman que puede haber hasta 100.000 víctimas en total en los
Estados Unidos. Solo recientemente hemos comenzado a reunir datos del tema de abuso
sexual en diversas culturas fuera de Norteamérica y Europa.Las víctimas de abuso sexual no pueden simplemente «pasar de ello y superarlo». La
recuperación definitiva de la víctima se ve afectada e influenciada por una serie de
factores, comprendiendo: 1) la naturaleza específica del delito, 2) la frecuencia y duración
de la infracción, 3) el nivel de confianza existente en la relación entre la víctima y el
delincuente, y por lo tanto, la extensión y el grado de traición experimentado, y 4) el medio
ambiente del delito; 5) la resistencia innata de la víctima, y 6) la existencia, o no, de una
persona afectuosa y de confianza para confortar y ayudar a la víctima.
Las víctimas suelen presentar secuelas del abuso en siete categorías distintas, pero que
se superponen: reacciones emocionales; trastorno de estrés postraumático (TEPT); autopercepción;
efectos físicos y biomédicos; efectos sexuales; efectos interpersonales; e
interacción social.
Los síntomas físicos experimentados por las víctimas de abuso sexual infantil son:
• Dolor pélvico crónico
• Trastornos gastrointestinales
• Molestias musculoesqueléticas
• Obesidad y trastornos alimentarios
• Insomnio y trastornos del sueño
• Pseudociesis (síntomas de embarazo sin un embarazo real)
• Disfunción sexual
• Asma y otras enfermedades respiratorias
• Adicciones y abuso de sustancias
• Dolor de cabeza crónico
• Dolor de espalda crónico
Los síntomas psicológicos y del comportamiento experimentados por víctimas de abuso
sexual infantil son:
• Depresión y ansiedad
• Trastorno por estrés postraumático (TEPT)
• Estados disociativos (personalidad múltiple y esquizofrenia)
• Autolesión repetitiva
• Suicidio
• Comportamientos sexuales compulsivos
• Disfunción sexual
• Trastornos de somatización (manifestaciones físicas de los estados mentales anormales)
• Trastornos alimenticios
• Poca adherencia a las recomendaciones médicas
• Intolerancia a la intimidad o búsqueda constante de ella.
• La expectativa de una muerte prematura
• Incapacidad para confiar
• Conductas inapropiadas (mentir, robar, huir, etc.)
• Incapacidad para mantener el empleoIncluso víctimas que «se han recuperado», están a veces perseguidas por la experiencia de
lo que tuvieron que soportar (mecanismos de memoria).
El Obispo Blasé Cupich lo ha dicho muy bien en su artículo Doce cosas que los obispos
han aprendido de la crisis de abuso sexual del clero: «La lesión de las víctimas es más
profunda de lo que ellas mismas pueden imaginar. El abuso sexual de menores es
aplastante, precisamente porque llega en un momento de sus vidas en que son tiernas,
vulnerables, entusiastas, con esperanza para el futuro, y con ganas de amistades basadas
en la confianza y la lealtad.»
Es también un mito el que haya una gran proporción de denuncias inventadas, hechas por
personas que buscan usar a la Iglesia como una «mina de oro.» Los investigadores
coinciden en que la mayoría de las denuncias hechas por los niños son informes válidos y
que los argumentos de los adultos que presentan las acusaciones mucho después, deben
pasar por minuciosas revisiones de la junta diocesana, por las investigaciones de la
compañía de seguros, además de los exámenes médicos, declaraciones legales, etc.
Nosotros «nos alegramos en la esperanza» (Romanos 12,12) cada vez que encontramos
víctimas que han logrado sobrevivir y, finalmente, dar fruto en nuestra Iglesia. De hecho,
muchos se han curado a través de los miles de programas que se llevan a cabo en todo el
mundo para ayudar a aquellos que han sido abusados. Esto es lo que pedimos para cada
víctima: que no queden encadenadas a su victimización, sino que lleguen a ser lo mejor
que pueden ser, miembros aceptados, fortalecidos y apoyados de nuestras comunidades.Trauma familiar
Las familias también son víctimas del abuso sexual infantil.
A menudo se encuentran Inicialmente en estado de choque emocional, confusos en cuanto
a si la información que han recibido es creíble y totalmente confiable o solo en parte. Esto
es particularmente cierto cuando el presunto delincuente es una persona admirada y de
confianza. A veces las familias realmente harán mayor el dolor de la víctima, ya que creen
o sospechan que esta de alguna manera incitó al delito o cooperó con él, ya que disfrutó
de ello.
Algunos miembros de la familia se alejan del ser querido que ha hecho la denuncia cuando
el presunto delincuente es una persona muy querida por la familia y con quien tienen una
estrecha relación -como suele ser el caso-. Esto puede ocurrir incluso cuando creen que la
acusación es verdadera.
Los padres a menudo entran en pánico, buscando desesperadamente algún modo en el
que pueda ser devuelta a su hijo o hija victimizado la inocencia que tenía antes del delito.
Otras reacciones emocionales comunes de los padres y hermanos son la ira, sobre todo
cuando creen que el delito podría o debería haber sido evitado; el dolor, al ir tomando
consciencia gradualmente de que su hijo ha sido gravemente herido y de alguna manera
alterado para siempre; y en algunos casos, depresión, especialmente si creen que no han
protegido adecuadamente a su ser querido.
Por todas estas razones, es imperativo que la Iglesia haga llegar a los padres y hermanos
de las víctimas compasión, comprensión, paciencia, disculpa, sin juzgar, y ofreciendo la
ayuda profesional necesaria.La sombra del escándalo: desprestigiar al buen clero y a los ministros laicos
Miles de buenos sacerdotes, religiosos y ministros laicos han sido desprestigiados por el
escándalo de abusos sexuales. A menudo deben hacer frente a la desconfianza, la
resistencia, la sospecha e incluso la ridiculización de las personas con las que interactúan,
porque han sido «pasados por el mismo tubo» que caracteriza el comportamiento atroz de
los abusadores eclesiásticos.
Además de sus ministerios normales, tienen que mediar en los conflictos en sus
parroquias, causados por la percepción de los feligreses sobre el escándalo y la forma en
que debe -o debería haber sido- manejado.
Según Gregory Erlandson y Matthew Bunson, en una entrevista de ZENIT del 7 de julio de
2010 sobre su libro El Papa Benedicto XVI y la crisis de los abusos sexuales: Trabajando
para la reforma y la renovación: «La inmensa mayoría de sacerdotes son dedicados y fieles
a sus compromisos, sin embargo, también han visto su reputación mermada y han sentido
la desconfianza de los extraños… Las relaciones de los sacerdotes con su obispo también
han sido dañadas. No es infrecuente que los sacerdotes sientan que, mientras falta muy
poco para que se destruya su reputación por completo, sus obispos no se hacen
responsables e incluso los han convertido en chivos expiatorios de grandes problemas
institucionales.»
La Junta de Revisión Nacional para la Protección de Niños y Jóvenes de la Iglesia de
Estados Unidos, reiteró este tema en su informe de diciembre de 2007 en el que señala
que: «otra serie de asuntos tiene que ver con la relación de la Iglesia con sus sacerdotes,
que en su gran mayoría no están involucrados en los escándalos, pero muchos de los
cuales se sienten alejados tanto de los obispos como de los laicos».
Este fenómeno general lleva a la depresión, ansiedad y agotamiento de buenos
sacerdotes, religiosos y ministros laicos.
Alejamiento de los Laicos
El Obispo Blasé Cupich nos vuelve a ofrecer información valiosa en dos de sus
comentarios en Doce cosas que los obispos han aprendido de la crisis de abusos sexuales
del clero: «Los católicos han sido heridos por los fallos morales de algunos sacerdotes,
pero han sido aún más lastimados por los obispos que no han puesto a los niños como
prioridad, y se han enojado ante ello. La gente esperaba que los líderes religiosos, sobre
todo, fuesen los primeros en oponerse fuertemente al mal, como es el caso del daño hecho
a niños y jóvenes por el abuso sexual. El consejo de los laicos, especialmente de los
padres, es indispensable en un asunto que afecta tan profundamente a las familias.
Nuestra capacidad para responder al abuso sexual de los jóvenes se ha visto reforzada por
la visión que los padres nos han compartido en cuanto a cómo hacerlo con eficacia».Estos comentarios se deben colocar en el contexto de la reacción muy natural de la
mayoría de los católicos de EE.UU. ante las revelaciones de abusos que estallaron en
2002. El laicado mismo estalló en ese momento -y hasta cierto punto lo sigue haciendo-
con fuertes sentimientos de traición, desilusión y desconfianza.
Además, muchos creyentes se sienten avergonzados, impotentes y abrumados al
enfrentarse con las percepciones negativas, la crítica y el cinismo con respecto a la Iglesia,
manifestado por sus familiares, amigos, vecinos u otros observadores.
Es importante destacar que para los católicos que viven esto en los Estados Unidos, una
ayuda para a resolver el problema fue en gran medida el comprometerse en el trabajo
eclesial para crear entornos seguros así como realizar labores de asistencia a las víctimas.
Su enorme muestra de atención y entrega fue otro ejemplo de la esperanza que «florece
eternamente» en medio de la maldad en nuestro mundo. Un incontable número de niños y
adultos vulnerables están a salvo de los tormentos del abuso gracias a los esfuerzos
coordinados de los miembros de la Iglesia que se ofrecieron para recrear ambientes y
programas seguros.
Hay que decir que algunos ven esto como un compromiso personal para manejar una
situación que muchos líderes de la Iglesia manejaron mal.Reacciones de católicos profundamente heridos
Si bien la misión de la Iglesia en este mundo es servir como faro que orienta a la salvación
por medio de Cristo, la confusión, la desilusión, la decepción y la ira derivada de la crisis de
abusos sexuales a menudo ha tenido trágicamente el efecto contrario en aquellos a los que
sirve.
Conozco personalmente a personas que dejaron la Iglesia y se unieron a otras
confesiones, o peor aún, han abandonado su fe por completo. Mientras que,
esperanzados, confiamos en la acción misteriosa de la gracia de Dios que seguirá
actuando en aquellos que han abandonado la Iglesia debido a esta crisis, queda el hecho
de una terrible falta de responsabilidad por parte de sacerdotes y líderes de la Iglesia;
queda también el fallo de la Iglesia en su misión de reconciliar y ser instrumento de
realización de la llamada común a la santidad de todo ser humano, una vida en Dios por
medio de Jesucristo.
Me permito recordar a estas personas que se han marchado, que el Catecismo de la
Iglesia católica nos enseña que «Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha, no
conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia
abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de
purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación» (LG 8) «Todos los miembros
de la Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores. En todos, la cizaña del
pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de
los tiempos.» (CEC 827) Sin embargo, para algunos, la herida y el dolor de la traición son
demasiado profundos y el abismo entre ellos y la Iglesia es demasiado grande para que
escuchen el mensaje.Autoridad moral disminuida, enseñanza, y vida sacramental
«Pero no seguirán a un extraño, huirán de él, porque no reconocen la voz de los extraños»
(Juan 10,5).
Ustedes, sin duda, reconocen este pasaje de la parábola del Buen Pastor. Aunque Jesús
estaba hablando de los fariseos, el lenguaje de la parábola describe muy bien el daño que
la crisis ha hecho sobre el ejercicio de la autoridad moral de la Iglesia, su Magisterio, y su
función santificadora.
Muchos en la Iglesia encuentran inexplicable e inaceptable que la fuente de liderazgo
moral, educación doctrinal y ejemplo de santificación haya podido llegar tan lejos por el mal
camino, en tantos lugares diferentes, implicando a tan diversas personas, por tanto tiempo.
Algunos cuestionan la afirmación de que «El obispo y los presbíteros santifican la Iglesia
con su oración y su trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos. La
santifican con su ejemplo, «no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo
modelos de la grey» (1P 5, 3)» (CEC 893). Fuera de la Iglesia, los observadores más
agudos son frecuentemente muy críticos con la Iglesia, mientras que los menos racionales
hacen de la Iglesia blanco del ridículo y de la burla con sus publicaciones.Daños a la misión de Evangelio
«Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.»
(Mateo 28, 19-20).
Todas las fuentes de daño que preceden a esta sección, y su naturaleza, suman una
terrible carga que pone un obstáculo monumental al camino de la Iglesia en su intento de
guardar el mandamiento de Jesús en el cumplimiento de su misión de hacer discípulos de
todas las naciones.
El trabajo del Santo Padre y de todos los obispos, sacerdotes, religiosos y ministros laicos
se ha hecho más difícil debido a la mala conducta sexual y los escándalos relacionados
con ella. La fe de todos los miembros del laicado ha sido probada por la crisis y seguirá
siendo así por algún tiempo. El testimonio del amor de Dios hacia todos los bautizados se
ha oscurecido y se ha visto comprometido por la magnitud del escándalo. Todos los
miembros del Cuerpo de Cristo se enfrentan, como nunca se había dado antes, al
escepticismo del mundo.Conclusión
«Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mateo 28,20)
Seguimos confiando en que no todo está perdido. La respuesta de la Iglesia
estadounidense a la crisis -aunque todavía es un «trabajo en curso»-, puede demostrar
mucho éxito y logros muy positivos en el trabajo por erradicar el abuso sexual de niños y
adultos vulnerables. Existen protocolos, políticas, procedimientos y programas que se han
demostrado valiosos y útiles. Se ha ganado experiencia, a menudo dolorosa, que se puede
compartir. Existen modelos de formación «probados y verdaderos», e inmediatamente
disponibles como patrones. Ninguna iglesia local tiene que «empezar de cero» o «reinventar
la rueda.» Ya tenemos los medios para ayudar a restaurar la Iglesia como la fuerza más
reconocida para el bien en el mundo.
La Iglesia tiene la oportunidad única de convertirse en el modelo internacional y líder en la
protección de niños, jóvenes y adultos vulnerables.
Esta Iglesia ha sido probada en varias ocasiones a lo largo de los siglos y ha afrontado
varias crisis graves, siempre gracias a Jesús, que es su sustento. El trabajo será largo y a
veces difícil, pero tiene una meta posible y muy satisfactoria.
¡Oramos para que Dios conceda las más grandes bendiciones a sus esfuerzos; que el
Espíritu Santo les ayude a discernir el camino a seguir, y que la gracia que nos ha ganado
Cristo continúe dándoles fortaleza y esperanza!
«La paz sea con vosotros» (Lucas 24,36)