"Redescubrir" el Concilio, en toda su plena significación profética y misionera, es una de las tareas que se necesitan con más urgencia hoy en la Iglesia
(Antonio Gaspari, en Zenit).- En la celebración de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, Día Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes, y a pocos días del segundo aniversario de la clausura del «Año Sacerdotal», el cardenal Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero, pide oraciones por la identidad, la santidad y la misión de todo el pueblo de Dios.
En un mundo donde incluso la figura del sacerdote parece estar abrumada por el caos, la confusión, las dudas y las tentaciones, en esta entrevista a ZENIT el cardenal Piacenza renueva su fe en Dios y su confianza en todo el bien que los presbíteros realizan por el mundo.
¿Cuál es la importancia de eventos como la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, y el Año Sacerdotal? ¿Qué los une?
-Card. Piacenza: Ciertamente, la Misión es la clave para la interpretación de los acontecimientos mencionados. El Año Sacerdotal, que ha sido un acontecimiento excepcional querido por nuestro santo padre Benedicto XVI, tuvo la intención de poner de relieve la profunda conexión entre la identidad y la misión de los sacerdotes, reconociendo cómo, los dos elementos, están totalmente relacionados entre sí: el sacerdocio ministerial es para la misión, y la misión define la identidad sacerdotal. El Día Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes, sin embargo, es un evento anual que cada Iglesia particular está llamada a celebrar, mostrando una comunión y reciprocidad en la oración, que debe caracterizar a todo el pueblo de Dios, llamado a pedir al Señor el don de pastores santos. Además, el sacerdocio ministerial está al servicio de lo que es común entre todos los bautizados, que se realiza en concreto, en la respuesta a la llamada universal a la santidad.
Entonces, ¿Necesitamos un día de oración por la santificación del Clero? ¿Y por qué en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús?
-Card. Piacenza: De la oración, «nunquam satis», ¡nunca es suficiente! Orar por la santificación de los sacerdotes significa, en cierto sentido, orar por la santidad de todo el pueblo de Dios, al cual dicho ministerio está dirigido. Se trata, pues, de una oportunidad para fomentar la comunión y la mutua custodia orante, entre los miembros del mismo presbiterio –casi en un arco perfecto–, que va de la Misa Crismal a la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, abrazando los misterios fundamentales de nuestra fe y haciéndolo contemplar en clave sacerdotal. Por último, como dijo el Cura de Ars, «El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús», lo que significa la intimidad necesaria y la identificación que todo presbítero debe tener siempre con el Señor, indicando así el amor y la caridad de Jesús «Buen Pastor», a la que todo el ejercicio del ministerio ordenado debe propender. La caridad pastoral es la verdadera clave de interpretación de esta Jornada de Oración.
¿Y como se ubica todo esto, en la perspectiva del Año de la Fe?
-Card. Piacenza: El Año de la Fe lo ha querido el santo padre para conmemorar dos aniversarios importantes, uno relacionado con el otro. En primer lugar, el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II y, en consecuencia, el vigésimo aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, ¡que es el Catecismo del Concilio Vaticano II!
Una vez más, los sacerdotes están llamados a ofrecer su generosa contribución, ahora también en el Año de la Fe, para poner en práctica las instrucciones del papa, recordando cómo, en la misión y en la obra de la evangelización, se fortalece la identidad sacerdotal misma. Leer y, en cierto sentido, «redescubrir» el Concilio, en toda su plena significación profética y misionera, es una de las tareas que se necesitan con más urgencia hoy en la Iglesia.
¿Cree que el Concilio no es lo suficientemente conocido?
-Card. Piacenza: Creo que la Iglesia está siempre guiada por el Espíritu Santo y que, por lo tanto, textos como los del Concilio, incluso después de cincuenta años, pueden y deben seguir hablando a todo el cuerpo de la Iglesia, y especialmente a todos los presbíteros, evitando la tentación –siempre posible–, del precoz y superficial «archivo». El Concilio, como ha sido subrayado en repetidas ocasiones tanto por el beato Juan Pablo II, como por el santo padre Benedicto XVI, es una «brújula» para el tercer milenio y, en consecuencia, para toda obra de evangelización y de nueva evangelización. La hermenéutica correcta es condición, y no obstáculo, para conocer el Concilio. Pensemos, por ejemplo, y lo recuerdo con claridad, el impacto que tuvo la Encíclica Evangelii Nuntiandi, del siervo de Dios Pablo VI, en la que ya se interpretaba, de modo profético para su tiempo, el impulso misionero del Concilio.
Eminencia, usted habla mucho de «misión». ¿Es esta hoy la urgencia de la Iglesia? ¿Considera que hay un «déficit» misionero?
-Card. Piacenza: La misión no es una de las «actividades» del cuerpo eclesial, sino es la que caracteriza esencialmente su identidad. ¡Sin la misión, no existe la Iglesia, y viceversa! La Iglesia está totalmente referida a la misión, al encuentro de los hombres –de todos los tiempos y lugares y de toda cultura–, con el Señor Resucitado. Llevar a todos el anuncio del Reino y la salvación: ¡Esta es la tarea esencial de la Iglesia!
Tarea que, en diversos momentos y circunstancias, se presenta de diferentes modos, pero que conserva siempre el mismo núcleo esencial, conformado por la obediencia al mandato de Jesús: «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura». Si los hombres de Iglesia, todos los bautizados y los presbíteros en particular, perdiesen el celo misionero, se perdería un aspecto esencial de la identidad del bautismo y, en cierto modo, de la misma fe cristiana.
En relación a «aquellos que han humillado el sacerdocio a los ojos del mundo», como se lee en la carta de presentación del sitio web de su Dicasterio, ¿se puede decir que «la emergencia clero» ha terminado?
-Card. Piacenza: No. La emergencia permanece sobre todo en aquellas heridas causadas por las culpas de algunos y, hasta que las heridas no se hayan cicatrizado, no se puede hablar de curación. Ciertamente todos hemos aprendido una lección importante de lo que pasó: nunca se puede bajar la guardia, porque el mal «como león rugiente anda a vuestro alrededor buscando a quien devorar.» Las herramientas comunes de la santificación y un alto nivel de espiritualidad, son la base indispensable para augurar un futuro en el que ciertos episodios no sean más que un recuerdo, si bien terrible.
No seremos nunca del todo santos, en esta etapa terrena del Reino, pero sin duda podemos y debemos aspirar cada vez más a la santidad, a través de todos los recursos que la Iglesia nos ofrece, a partir de la Palabra y los sacramentos, hasta llegar a la vida comunitaria y al celo misionero por todas las almas. La pasión de anunciar a Cristo ¡es la verdadera «medida» de la temperatura de la fe de una época! Que en esto nos asista la Virgen María, Estrella de la misión.