Colombia "no es ajena a las consecuencias del olvido de Dios"
Benedicto XVI expresó hoy su preocupación por la presencia «cada vez más activa» de las comunidades evangélicas y pentecostales en Colombia, condenó la violencia en ese país y pidió a la Iglesia local que no olvide a esas víctimas y a los que han caído en la red de las drogas y armas.
Benedicto XVI hizo estas manifestaciones en el discurso que dirigió a un grupo de obispos colombianos que se está en el Vaticano en visita «ad limina», la que deben hacer al papa todos los prelados del mundo cada cinco años, encabezados por el arzobispo de Bogotá y presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana, Ruben Salazar Gómez.
El pontífice dijo que Colombia «no es ajena a las consecuencias del olvido de Dios» y que mientras hace años era posible reconocer en ella un tejido cultural unitario, de base cristiana, «hoy no parece que sea así en vastos sectores de la sociedad, a causa de la crisis de valores espirituales y morales que incide negativamente en muchos de sus compatriotas».
Agregó que es «indispensable» reavivar en todos los fieles su conciencia de ser discípulos y misioneros de Cristo y advirtió contra «el creciente pluralismo religioso«, que, señaló, «exige una seria consideración».
«La presencia cada vez más activa de comunidades pentecostales y evangélicas, no sólo en Colombia, sino también en muchas regiones de América Latina, no puede ser ignorada ni minusvalorada«, subrayó el papa.
Benedicto XVI aseguró que muchas veces los fieles que abandonan el catolicismo no lo hacen por razones doctrinales, dogmáticas o teológicas, «sino por motivos pastorales y de método de nuestra Iglesia«.
«Para evitar esos abandonos hay que ser mejores creyentes, más piadosos, afables y acogedores en nuestras parroquias y comunidades, para que nadie se sienta lejano o excluido» dijo.
«Hay que potenciar la catequesis, otorgando una especial atención a los jóvenes y adultos, preparar con esmero las homilías, así como promover la enseñanza de la doctrina católica en las escuelas y universidades», precisó.
El papa teólogo se mostró a favor de un intercambio «sereno y abierto» con los otros cristianos, «pero sin perder la propia identidad, ya que así se puede mejorar las relaciones con ellos y superar desconfianzas y enfrentamientos innecesarios».
Benedicto XVI denunció la «inicua violencia» que azota a Colombia y pidió a los obispos que ayuden a los que se hallan privados de libertad por causa de la misma.
También les exhortó a asistir a las víctimas de los desastres naturales, a los más pobres, a los campesinos, a los enfermos y afligidos, «multiplicando las iniciativas solidarias y las obras de amor y misericordia en su favor«.
«No olviden tampoco a quienes tienen que emigrar de su patria, porque han perdido su trabajo o se afanan por encontrarlo; a los que ven avasallados sus derechos fundamentales y son forzados a desplazarse de sus propias casas y a abandonar sus familias bajo la amenaza de la mano oscura del terror y la criminalidad, o a los que han caído en la red infausta del comercio de las drogas y las armas», agregó.
Benedicto XVI alentó a los obispos a proseguir por el camino de «servicio generoso y fraterno» y les aseguró que «si la gracia de Dios no lo precede y sostiene, el hombre pronto flaquea en sus propósitos por transformar el mundo».
Éste es el discurso del Papa:
Queridos hermanos en el Episcopado:
1. Con gran gozo los recibo, Pastores de la Iglesia de Dios que peregrina en Colombia, venidos a Roma para realizar su visita ad limina y estrechar así los vínculos que los unen con esta Sede Apostólica. Como Sucesor de Pedro, ésta es una preciosa oportunidad para reiterarles mi afecto y cordialidad. Agradezco las amables palabras que me ha dirigido, en nombre de todos, Monseñor Rubén Salazar Gómez, Arzobispo de Bogotá y Presidente de la Conferencia Episcopal, presentándome las realidades que les preocupan, así como los desafíos que han de afrontar las comunidades que presiden en la fe.
2. Conozco los esfuerzos que, tanto en el seno de la Conferencia Episcopal como en sus Iglesias particulares, han hecho en los últimos años para concretar iniciativas encaminadas a fomentar una corriente de renovada y fructífera evangelización. En efecto, Colombia no es ajena a las consecuencias del olvido de Dios. Mientras que años atrás era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a cuanto inspirado en ella, hoy no parece que sea así en vastos sectores de la sociedad, a causa de la crisis de valores espirituales y morales que incide negativamente en muchos de sus compatriotas. Es indispensable, pues, reavivar en todos los fieles su conciencia de ser discípulos y misioneros de Cristo, nutriendo las raíces de su fe, fortaleciendo su esperanza y vigorizando su testimonio de caridad.
3. A este respecto, ustedes han plasmado sus anhelos evangelizadores en el Plan Global de la Conferencia Episcopal (2012-2020), resultado de un consciente discernimiento de la hora que vive la Iglesia en Colombia. Les quiero animar a que sigan con tenacidad y perseverancia las pautas en él trazadas. Háganlo afianzando la comunión a la que están llamados los Obispos en el ejercicio de su misión, pues, concordando planteamientos pastorales y aunando voluntades, el ministerio que el Señor les confió alcanzará copiosos frutos. Con este mismo objetivo, aprovechen las reflexiones de la próxima Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, así como las propuestas del «Año de la fe» que he convocado, para ilustrar con ellas su magisterio e irrigar benéficamente su apostolado.
4. El creciente pluralismo religioso es un factor que exige una seria consideración. La presencia cada vez más activa de comunidades pentecostales y evangélicas, no sólo en Colombia, sino también en muchas regiones de América Latina, no puede ser ignorada ni minusvalorada. En este sentido, es evidente que el pueblo de Dios está llamado a purificarse y a revitalizar su fe dejándose guiar por el Espíritu Santo, para dar así nueva pujanza a su acción pastoral, pues «muchas veces la gente sincera que sale de nuestra Iglesia no lo hace por lo que los grupos «no católicos» creen, sino fundamentalmente por lo que ellos viven; no por razones doctrinales sino vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino pastorales; no por problemas teológicos sino metodológicos de nuestra Iglesia» (V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento conclusivo, n. 225). Se trata, por tanto, de ser mejores creyentes, más piadosos, afables y acogedores en nuestras parroquias y comunidades, para que nadie se sienta lejano o excluido. Hay que potenciar la catequesis, otorgando una especial atención a los jóvenes y adultos; preparar con esmero las homilías, así como promover la enseñanza de la doctrina católica en las escuelas y universidades. Y todo esto para que se recobre en los bautizados su sentido de pertenencia a la Iglesia y se despierte en ellos la aspiración de compartir con otros la alegría de seguir a Cristo y ser miembros de su cuerpo místico. Es importante también apelar a la tradición eclesial, incrementar la espiritualidad mariana y cuidar la rica diversidad devocional. Facilitar un intercambio sereno y abierto con los otros cristianos, sin perder la propia identidad, puede ayudar igualmente a mejorar las relaciones con ellos y a superar desconfianzas y enfrentamientos innecesarios.
5. Movidos por el celo apostólico y mirando al bien común, no dejen ustedes de individuar cuanto entorpece el recto progreso de Colombia, buscando salir al encuentro de los que se hallan privados de libertad por causa de la inicua violencia. La contemplación del rostro lacerado de Cristo en la Cruz les ha de impulsar también a redoblar las medidas y los programas tendentes a acompañar amorosamente y a asistir a cuantos se hallan probados, de modo peculiar a los que son víctimas de desastres naturales, a los más pobres, a los campesinos, a los enfermos y afligidos, multiplicando las iniciativas solidarias y las obras de amor y misericordia en su favor. No olviden tampoco a quienes tienen que emigrar de su patria, porque han perdido su trabajo o se afanan por encontrarlo; a los que ven avasallados sus derechos fundamentales y son forzados a desplazarse de sus propias casas y a abandonar sus familias bajo la amenaza de la mano oscura del terror y la criminalidad; o a los que han caído en la red infausta del comercio de las drogas y las armas. Deseo alentarles a proseguir este camino de servicio generoso y fraterno, que no es resultado de un cálculo humano, sino que nace del amor a Dios y al prójimo, fuente en donde la Iglesia encuentra su fuerza para llevar a cabo su tarea, brindando a los demás lo que ella misma ha aprendido del ejemplo sublime de su divino Fundador.
6. Queridos hermanos en el Episcopado, si la gracia de Dios no lo precede y sostiene, el hombre pronto flaquea en sus propósitos por transformar el mundo. Por eso, para que la luz de lo Alto continúe haciendo fecundo el empeño profético y caritativo de la Iglesia en Colombia, insistan en favorecer en los fieles el encuentro personal con Jesucristo, de modo que oren sin desfallecer, mediten con asiduidad la Palabra de Dios y participen más digna y fervorosamente en los sacramentos, celebrados a tenor de las normas canónicas y los libros litúrgicos. Todo esto será cauce propicio para un idóneo itinerario de Iniciación Cristiana, invitará a todos a la conversión y a la santidad y cooperará a la tan necesaria renovación eclesial.
7. Al terminar este encuentro, pido al Omnipotente que el Nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en ustedes, y ustedes en Él (cf. 2 Ts 1,12). A la vez que los pongo bajo el amparo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, celestial Patrona de Colombia, les imparto complacido la implorada Bendición Apostólica, como prenda de paz y alegría en Jesucristo, Redentor del hombre.
(Rd/Ep/RV)