Vendrá el momento en que los cardenales italianos deberán mirarse a los ojos y decidan si están a la altura de encontrar un candidato común
Desde que Benedicto XVI anunció su renucia, los nombres de los posibles sucesores comenzaron a manejarse en todas partes del mundo. Incluso hay sitios en internet que ya organizan apuestas para que cualquiera pueda participar en las quinielas de quién será el Papa 266 de la Iglesia católica.
Afuera, en el mundo de los hombres, los «favoritos» se cotizan como si fueran famosísimas estrellas o importantes jugadores de futbol, pero dentro del Vaticano, las cosas cambian y el que se mueve demasiado puede incomodar a la Curia romana, es decir, las autoridades que constituyen el aparato administrativo de la Santa Sede.
Tenerlos contentos no es cualquier cosa, pues la Curia romana es el complejo de órganos que coordina y administra la organización necesaria para que la Santa Sede funcione, nada menos.
Por eso, el martes en la noche llamó mucho la atención que dos importantes autoridades pertenecientes a la Curia y que siempre han sido antagonistas, se apartaran de la reunión en Palazzo Borromeo durante el encuentro entre el gobierno italiano y el gobierno vaticano, cuando normalmente apenas y se hablan.
Tarcisio Bertone, actual secretario de Estado Vaticano y Angelo Bagnasco, presidente de la Confederación Episcopal Italiana, mantuvieron una plática en privado a pesar de que estaban rodeados de varias personalidades, políticas y eclesiásticas.
Asistentes a la cena narraron que entre copas de vino y uno que otro canapé, ambos cardenales, en cuanto vieron la oportunidad, se apartaron de los demás asistentes y se fueron juntos al fondo del salón.
«Su plática la llevaron a cabo casi en secreto, pues ambos hablaban en voz bajísima porque sabían que estaban siendo observados», señalaron los asistentes, a quienes les extrañó que estuvieran juntos, pues a lo largo de los años se han encargado de remarcar sus diferencias, empezando por su educación: Bertone, salesiano y práctico, y Bagnasco formado en Génova como militar.
Sin embargo, ahora que uno de los nombres que más suenan para suceder a Benedicto XVI apuntan hacia Angelo Scola, arzobispo de Milán, y las próximas horas rumbo al cónclave serán decisivas, la plática entre ellos toma otro sentido.
«Vendrá el momento en que los cardenales italianos deberán mirarse a los ojos y decidan si están a la altura de encontrar un candidato común, pues no se trata sólo de probar a decidir quién será el nuevo Papa, sino a establecer cuáles y cómo serán las nuevas relaciones al interior de la Curia después de Ratzinger», señala el vaticanista Paolo Griseri.
«Una candidatura fuerte es ciertamente la de Angelo Scola, actual arzobispo de Milán. Difícilmente Bertone (otro de los papables mencionados) podrá aspirar a suceder a Ratzinger, pero seguramente tendrá un papel decisivo en el cónclave, y no todos los italianos, ni siquiera los más conservadores, están dispuestos a entregar la Iglesia a un cardenal como Scola», señala Francesco Bei, otro experto en cuestiones vaticanas.
A pesar de que Angelo Scola ha demostrado una notable autonomía, proviene de Comunión y Liberación, una de las congregaciones y vocaciones diocesanas más activas. Sin embargo, se le ha involucrado en movimientos del Opus Dei que se vieron implicados en algunos escándalos del Banco del Vaticano y en el VatiLeaks.
«No será raro comenzar a escuchar a Bertone o a Bagnasco opinar contrariamente a las voces que están apoyando que sea un italiano el que suceda a Ratzinger», dice Griseri.
Pero justo para dar un mensaje de unidad y que se evite reflejar una división en la Curia romana, ya en el Vaticano piensan en la fiesta de despedida del papa Ratzinger. Y justo han sido Bertone y Bagnasco los que han comenzado a organizarla.
(Rd/Agencias)