El Señor me llama a subir por el monte, a dedicarme todavía más a la meditación y la oración, pero esto no significa abandonar la Iglesia
(Jesús Bastante).- «Renunciar no significa abandonar la Iglesia. Si Dios me pide esto es para que yo pueda continuar sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el que he tratado de hacerlo hasta ahora, y de manera más adecuada a mi edad y a mis fuerzas«. Benedicto XVI acaba de pronunciar su último Angelus dominical como Pontífice ante una abarrotada plaza de San Pedro (más de doscientas mil fieles, según cifras oficiales), que le ha recibido con vítores y aplausos, especialmente cuando se ha referido a la decisión que hará efectiva este jueves.
En su mensaje, el Pontífice hizo referencia al pasaje evangélico de la Transfiguración, y subrayó «el primado de la oración, sin el cual todo el empeño del apostolado y la caridad se reduce al ateísmo«.
«En la Cuaresma -resaltó el Pontífice, quien dio en varias ocasiones las gracias a los presentes- aprendemos a dar el tiempo justo para la oración personal y comunitaria, que da respiro a nuestra vida espiritual». En su discurso, insistió en que «la oración no es un aislarse del mundo y sus contradicciones, como habría querido hacer Pedro, sino que la oración nos reconduce al camino a la acción«.
«La existencia cristiana consiste en ascender continuamente el monte para reencontrarse con Dios y luego descender para llevar el amor y la fuerza de modo que sirva a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de dios» añadió el Pontífice, quien fue interrumpido cuando afirmó que «sientoen modo particular estas palabras en este momento de mi vida. Gracias». Y lo sintió así porque «el Señor me llama a subir por el monte, a dedicarme todavía más a la meditación y la oración pero esto no significa abandonar la Iglesia».
Desde primera hora de la mañana, centenares de fieles se fueron agolpando en torno a la plaza de San Pedro. A las doce, cuando Benedicto XVI se asomó a la ventana del Palacio Apostólica, eran varias decenas de miles los que esperaban, con carteles y vítores, las que fueron las últimas palabras de Ratzinger como papa en domingo.
El primer Papa que renuncia en la historia de la Iglesia -con la salvedad de Celestino V, en 1294- apareció en la soleada pero fría mañana romana con puntualidad germánica, siendo recibido con una sonora ovación por parte de los fieles presentes.
Tras la oración, el Papa se dirigió en castellano «a los peregrinos de lengua española», momento en que volvió a ser interrumpido por la ovación cerrada de los asistentes. Al tiempo, el Pontífice agradeció «tantos testimonios de cercanía y oración en estos días«.
Benedicto XVI volverá a dirigirse a los fieles el próximo miércoles, en la última audiencia pública que se espera numerosa, por lo que se ha decidido trasladarla de la Sala Pablo VI a la plaza de San Pedro. El Pontífice recorrerá en papamóvil la plaza y saludará a los asistentes.
Texto completo de la alocución del Santo Padre a la hora del ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
En el segundo domingo de Cuaresma la Liturgia nos presenta siempre el Evangelio de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas resalta de modo particular el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba: la suya es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que Jesús vive en un monte alto en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5, 10; 8, 51; 9, 28). El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9, 22), ofrece a los discípulos un anticipo de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el bautismo, resuena la voz del Padre celestial: «Éste es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo» (9, 35).
Además, la presencia de Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es sumamente significativa: toda la historia de la Alianza está orientada hacia Él, hacia Cristo, quien realiza un nuevo «éxodo» (9, 31), no hacia la tierra prometida como en tiempos de Moisés, sino hacia el Cielo. La intervención de Pedro: «¡Maestro, qué bello es estar aquí!» (9, 33) representa el intento imposible de demorar tal experiencia mística. Comenta san Agustín: «[Pedro]… en el monte… tenía a Cristo como alimento del alma. ¿Por qué habría tenido que descender para regresar a las fatigas y a los dolores, mientras allá arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios que le inspiraban, por tanto, una santa conducta?» (Discurso 78, 3).
Meditando este pasaje del Evangelio, podemos aprender una enseñanza muy importante. Ante todo, la primacía de la oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la caridad se reduce a activismo. En la Cuaresma aprendemos a dar el justo tiempo a la oración, personal y comunitaria, que da trascendencia a nuestra vida espiritual. Además, la oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como en el Tabor habría querido hacer Pedro, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. «La existencia cristiana – he escrito en el Mensaje para esta Cuaresma – consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios » (n. 3).
Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo particular dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a «subir al monte», a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de modo más apto a mi edad y a mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.