Millones de personas de educación y matriz religiosa dejan la Iglesia en silencio. Sin dar portazos. Simplemente se van, sin volver la vista atrás
(José Manuel Vidal, enviado especial a Roma).- Un Papa del norte y para el norte. Un Papa alemán, del corazón de Europa, para frenar la galopante secularización del continente que evangelizó el mundo y, ahora, parece agotado. Sin olvidar la Iglesia pobre del sur, ni el ecumenismo con los ortodoxos, ni el acercamiento al Islam, el principal objetivo y el máximo reto de Benedicto XVI fue la recristianización de la vieja Europa. Llenar de nuevo sus templos. Con un evidenet fracaso.
En su agenda de estos casi ocho años fue prioritaria en su agenda la «misión Europa» y la lucha contra la indiferencia religiosa, el cáncer que corroe las venas de la Iglesia, y contra un enemigo invisible: la estampida religiosa. Los teólogos le llaman el cisma silencioso. Millones de personas de educación y matriz religiosa dejan la Iglesia en silencio. Sin dar portazos. Simplemente se van, sin volver la vista atrás.
Y muchos de los que se quedan optan por un cristianismo a la carta, por un cristianismo convertido en un mero rito social (con los sacramentos convertidos en ritos de paso, que dan solemnidad a los momentos claves de la vida) o por dar la espalda a la doctrina de la Iglesia sin problemas de conciencia. En la vieja Europa se ha separado el creer, el pertenecer y el actuar. Hay un evidente retorno de Dios, pero en el ámbito de la espiritualidad: la gente vuelve a creer. Pero el creer se ha independizado del actuar y del sentido de pertenencia a la Iglesia.
Lo reconoce el cardenal alemán Walter Kasper, que fue, durante 10 años, responsable de la relación de la Santa Sede con las demás confesiones religiosas: «La secularización va en aumento en toda Europa. Es un hecho y un desafío nuevo».
«En el trato con el Occidente post-cristiano, por ejemplo, sería importante para un futuro Papa que haya demostrado su capacidad para responder a los desafíos del secularismo agresivo a fin de crear espacios para la propuesta católica. Un Papa que no sea un feliz guerrero en las batallas de la cultura va a ser un grave obstáculo en su misión evangélica en el mundo del Atlántico Norte», asegura el teólogo americano Wiegel
«Yo que lo conocí personalmente siempre me imaginaba cuánto debía sufrir al tener que enfrentar multitudes de fieles. Su gran preocupación era la secularización de Europa y el relativismo de la modernidad. Inauguró una estrategia de reevangelización de Europa. Era un proyecto destinado al fracaso porque los europeos, en su generalidad, tienen a la Iglesia en las espaldas y no como una fuente de sentido actual. Para nosotros que estamos en la periferia del mundo y en medio de los pobres, optar por Europa significa políticamente optar por los ricos», explica el teólogo brasileño de la Liberación Leonardo Boff
Los datos hablan por sí solos.
De los 702 millones de habitantes que tiene el Viejo Continente, sólo 276 millones son católicos. En los últimos años, la Iglesia católica europea perdió 10 millones de fieles. Y, además, cada vez tiene menos sacerdotes para atenderlos. El invierno no acaba de dar paso a la primavera vocacional en Europa.
Pero la centralidad europea no deriva de los números. La Iglesia católica sigue girando en torno a Europa, porque el catolicismo europeo afronta hoy los problemas de secularización (en el Vaticano hablan de «paganización») y debilitamiento de la institución que las demás áreas católicas del mundo deberán afrontar mañana. Es en Europa donde se plantean los problemas espinosos de la relación entre fe y progreso científico. Como dice el cardenal portugués Saraiva Martins, «casi todos los problemas que se le plantean a la Iglesia nacen en Europa, especialmente en el ámbito bioético».
Dentro de Europa, es Francia el centro real y simbólico de este conflicto de fe, de cultura y de civilización. Como dice en uno de sus libros, el teólogo norteamericano George Weigel, se trata del conflicto entre «el Cubo y la Catedral». El Cubo es el Gran Arco de la Defensa, el edificio que mandó edificar en París François Mitterrand como monumento a la modernidad laica. La catedral es la católica de Notre Dame.
La contraposición entre ambos símbolos es la que divide hoy a Europa entre el laicismo y el cristianismo. Como dice el nuevo Papa, «una cultura que excluye a Dios de la conciencia pública». De hecho, la famosa socióloga francesa Daniele Hervieu-Léger asegura que el catolicismo se acaba en Francia y ha firmado su defunción. Y para explicarlo inventa un neologismo: «extraculturación». Es decir, el catolicismo se habría quedado fuera de la cultura laica dominante.
No se trata, pues, sólo de una crisis sectorial, sino de una regresión total que conduce al catolicismo hacia su fase terminal. Es un «mundo» que termina. Francia se hace cada vez más laica y más pagana. Ya no queda espacio para la Iglesia en su otrora «hija primogénita». Ya no queda sitio para una iglesia que ha perdido sus tradicionales puntos de apoyo: el mundo rural y la familia, lugares de transmisión de la visión del mundo, de la fe y de la moral.
Y lo peor, para la Iglesia, es que el ejemplo francés está contagiando a otros muchos países europeos. Empezando por la España de tiempos de Zapatero. De ahí que la lucha contra las medidas legislativas de los socialistas (especialmente contra el matrimonio gay) fuesen una prioridad para la Iglesia española y para el propio Vaticano, que teme el «efecto contagio» o el «efecto imitación», que puede provocar la católica España, otrora «reserva espiritual de Occidente», sobre todo en Latinoamérica, el continente al que llevó la primera evangelización y que sigue mirando a la «madre patria».
Y el contagio se produjo. Parece imparable. La receta del papa Ratzinger de reforzar la identidad no ha funcionado. Y los partidarios de contemporizar y modernizar levantan la cabeza. Entre ellos, destacados miembros del episcopado. Primero fue el cardenal Lehmann, quien reclamó públicamente el acceso de la mujer al sacerdocio. Ahora es el escocés Keith O’Brien quien se ha mostrado a favor de que los curas puedan casarse, si así lo desean.
En definitiva, éstos son los retos que se le plantean al nuevo Papa desde Europa: recuperar la credibilidad social perdida, practicar el testimonio de la caridad, ofrecer su propuesta de sentido sin imponer su doctrina moral a la sociedad civil, conciliar su doctrina con el desarrollo tecnológico, democracia interna, más poder a los laicos o hacer sitio, con todos los honores, en el altar a la otra mitad del cielo. La actual situación de la mujer en la Iglesia es un escándalo y un pecado, que no soporta ya la sociedad europea.