Ambos quieren que la Iglesia ofrezca al mundo el "rostro misericordioso de Dios"
(José Manuel Vidal, enviado especial a Roma).- Dos días antes del cónclave, la prensa ha dictado sentencia: el papado se jugará entre el italiano Angelo Scola y el brasileño Odilo Pedro Scherer. Dos papables muy parecidos, incluso físicamente, coincidentes en el fondo y divergentes en las formas y en los apoyos. Al italiano, más hierático, lo promueven los extranjeros y al brasileiro, más sencillo, los italianos.
Ambos, arropados y asediados por los medios de comunicación celebraron sus últimas misas públicas antes del cónclave y esbozaron los que podrían ser sus programas de pontificado.
Madrugó el cardenal Scola. A las 9,30 en punto comenzó su eucaristía. Desde una hora antes, decenas de periodistas ya estaban apostados, con sus cámaras, ante la iglesia de los Doce Apóstoles. «Huele a Papa», dice un colega.
Al menos si hay que fiarse del olfato periodístico en esta mañana romana con nubes y claros, el sucesor de Benedicto XVI será su amigo Angelo Scola. Y en su última misa pública, el papable de los medios italianos propuso una de las claves de su eventual pontificado: ofrecer al mundo el rostro de Dios padre misericordioso.
Scola salió de la sacristía por debajo de una enorme estatua de Clemente XIII, un Papa nacido en Venecia, donde Scola fue Patriarca, y que reinó del 1758 al 1769. Un Papa muy vinculado a España, porque fue el que propuso, el 8 de noviembre de 1760, que la Inmaculada fuese proclamada patrona de nuestro país. Elegido después de casi cuatro meses de deliberaciones, fue también el Pontífice que expulsó de España a la Compañía de Jesús en 1767.
Acompañado de los franciscanos conventuales, que dirigen la basílica donde están enterrados los apóstoles Santiago el Menor y Felipe, el cardenal titular recorre, antes de llegar al altar, un buen número símbolos históricos. La mayoría, antiguos, pero alguno también modernos, como el monumento al cardenal Casaroli, el eterno y siempre recordado Secretario de Estado de 4 Papas.
Maneras de Papa
El arzobispo de Milán tiene pose de papa. Alto, con personalidad, bendice con elegancia y habla con aplomo. Entona bien, se le entiende todo lo que dice y, a pesar de ser un gran teólogo, predica para la gente con suavidad y convencimiento. Con guión delante, pero apenas se le nota que lo sigue. Gesticula lo justo, con elegancia casi innata y modula la voz según lo va pidiendo la homilía, en una liturgia solemne y un poco distante.
En una iglesia repleta de fieles (un grupo numeroso de milaneses que lo acompaña) y de decenas de periodistas ( entre ellos, prestigiosos vaticanistas, como Andrea Tornielli), Scola escucha atentamente el evangelio del día. Se trata de una de las más bellas parábolas de Jesús: la del hijo pródigo.
¿Qué le estará pasando por la cabeza al que puede ser el próximo Papa? «seguramente el ‘aparta de mí este cáliz , pero no se haga mi voluntad sino la tuya’ de Cristo en Getsemaní» explica, al final de la misa, el superior de los franciscanos conventuales. Y añade: «Nos encantaría que nuestro cardenal fuese el próximo Papa, pero en los conclaves a menudo hay sorpresas».
Terminada la lectura del evangelio, Scola se dirige al ambón para la homilía. Con su paso decidido parece decir: estoy preparado para lo que Dios me pida. Se agarra al atril en un gesto mecánico y comienza a desgranar lo que podría ser el programa del próximo Papa: «Estas bellas palabras de Jesús atraviesan dos mil años de historia y resuenan hoy en esta hermosa basílica «.
«¿Que quieren decirnos?», se pregunta el cardenal. Y se contesta: «Nos muestran el ser de Dios, su ser de padre de misericordia, que espera y abraza a todos los que optan por alejarse de su casa».
El Padre Dios no sólo es misericordioso, sino que, además, «respeta y ama profundamente la libertad de sus hijos, porque sólo desde la libertad el hijo puede amar al padre», explica. Por eso -añade- «el padre no tiene miedo de nuestra debilidad». Y concluye: «La misericordia de Dios es fuente de nuestra esperanza».
Y para que quede todavía más claro, aplica el evangelio de la misericordia a la Iglesia: «La misión de la Iglesia es anunciar siempre que la misericordia del Padre es fuente de esperanza, incluso en tiempos oscuros como éstos». Por eso, en su programa, se compromete el cardenal Scola, a «anunciar al Dios misericordioso», que necesitamos «porque no somos inocentes, somos pecadores redimidos». Así concluyó su homilía, para continuar la misa entre los cantos del coro y la solemnidad de los grandes eventos.
A la salida de misa, me tropecé con el portavoz del cardenal Scola, el sacerdote Davide Milani, que, contento, comentaba: «Aquí, los medios suelen decir que el cardenal es demasiado elevado en sus homilías. En contra de ese cliché, ¿verdad que se le ha entendido perfectamente y que se ha explicado de una forma sencilla y profunda?».
Scherer, como en familia
En santa Andrea al Quirinale también hay una nube de periodistas. Algunos binamos, pero aquí la mayoría son medios extranjeros. Sobre todo latinoamericanos y especialmente brasileiros. Es el candidato carioca. La iglesia es una joya de Bernini, conocida como la perla del barroco, y la llevan los jesuitas. Es mucho más pequeña y circular, lo que aporta un plus de cercanía a la misa del cardenal Scherer. Todos en torno al altar. Con menos pompa, con menos solemnidad, pero con profunda emoción.
Dos jesuitas concelebran con el cardenal. Entre los asistentes, un público más heterogéneo, en el que destaca la presencia uniformada (con sus raros uniformes de caballeros medievales) de algunos Heraldos del Evangelio. Una misa sencilla, emotiva, cantada por tres novicios jesuitas, acompañados con una guitarra, un banjo y un tambor africano.
En la homilía, práctica coincidencia de Scherer con Scola. El purpurado brasileño resalta también que «Jesús se rodea de pecadores, va a su casa, se sienta a su mesa» y ésa es, a su juicio, «la imagen de la relación del Dios de la misericordia con la humanidad».
Porque la misericordia aparece también en el programa del papable brasileño. «Lo que Dios quiere es la misericordia, que acoge a los pecadores, para que no vuelvan a pecar, siempre que se dejen reconciliar con Dios».
Por eso, para Scherer, es «hora de alegrarnos, porque Dios es bueno y misericordioso con todos». Y, por eso, también, «es hora de que la Iglesia anuncie la misericordia de Dios, que tanto necesita la humanidad».
Scherer habla sin papeles, «a braccio», que dicen los italianos. Con énfasis, con entonación, con una forma de decir sencilla, clara y directa. Poco ceremonioso, canta los cantos, entona bien, reparte la comunión y él mismo se agacha para recoger una partícula que se le cae al suelo a una señora que comulgaba.
Al final, manda acercar a una pareja, ante el delirio de las cámaras. Una pareja de ancianos, que llevan 70 años casados. «Setenta años. Yo no había nacido. Es de veras posible disfrutar de 70 años de matrimonio. Demos gracias a Dios. Que Dios les siga acompañando hasta el fin de sus. ¡Qué belleza!», explica el cardenal, que bendice y acaricia a los dos ancianos, una y otra vez.
-!Qué Dios nos ayude!, concluye la anciana
–¡Que Dios nos ayude!, replica el cardenal, mientras en la bella basílica de Bernini suena un aplauso cerrados. Para los ancianos que celebran su 70 aniversario y para el eventual próximo Papa.
Scherer sonríe, se deja fotografiar, saluda a todo el mundo y se retira hacia la sacristía, entre decenas de cámaras y periodistas. Una compañera brasileña le pregunta:
-Monseñor, ¿es usted el papable número uno?
El cardenal se la queda mirando con dulzura y contesta:
-La eucaristía ha sido bellísima, ¿verdad?.
Y sonríe de nuevo, el candidato de la prensa. Pero, el tiempo de los medios termina. El martes comienza el tiempo del Espíritu de Dios, que puede pensar como a prensa. O no.