Sobre todo, prometemos y juramos observar con la máxima fidelidad y con todos, ya sea clérigo como laico, el secreto de todo aquello que en cualquier modo concierne a la elección del Romano Pontífice y todo lo que ocurre en el lugar de la elección
(Jesús Bastante, enviado especial al Vaticano).- «Extra Omnes«. Los 115 cardenales que elegirán al nuevo Papa ya están en la Capilla Sixtina. Ya se han cerrado las puertas, el Maestro de Celebraciones Pontificias, Guido Marini, cierra tras de sí las puertas. Después, saldrá junto al cardenal Prosper Grech, quien llevará la meditación previa a la primera votación, cuyo resultado conoceremos en forma de humo blanco o negro en torno a las ocho de la tarde.
Tal y como estaba previsto en el rito, el cardenal Giovanni Battista Re, el de más antigüedad, invitó desde la Capilla Paulina a los cardenales a dirigirse a la Sixtina para el juramento, con la siguiente oración:
«El Señor, que guía nuestros corazones en el amor y la paciencia de Cristo, esté con todos vosotros».
Tras esta breve oración, Re invitó a todos a procesionar, con las palabras registradas:
«Venerables hermanos: después de haber celebrado el divino misterio, entramos ahora en Cónclave para elegir al Romano Pontífice.
Toda la Iglesia, unida a nosotros en oración, invoca constantemente la gracia del Espíritu Santo, para que sea elegido de entre nosotros un digno Pastor de toda la grey de Cristo.
El Señor dirija nuestros pasos en la vía de la verdad, a fin de que, por la intercesión de la Beata Siempre Virgen María, de los Apóstoles Pedro y Pablo, y de todos los Santos hagamos siempre aquello que sea de su agrado».
La procesión hacia la Capilla Sixtina se produjo bajo el rezo de las letanías. En fila de a dos, los purpurados fueron caminando, precedidos por el ministro que lleva la Cruz, el coro y los ceremonieros, el secretario del Colegio de Cardenales y el eclesiástico que dirigirá la meditación a los cardenales electos, en este caso el cardenal Prosper Grech, que al no ser elector, salió posteriormente.
Cada uno de los cardenales fue tomando su lugar, designado por sorteo, en la magnifica sala ornamentada por el genio de Miguel Ángel Buonarroti y que a lo largo de la historia ha sido testigo de 25 Cónclaves, de no pocas lágrimas y de infinitas discusiones y votaciones fallidas.
Silencio y recogimiento entre los purpurados. Nervios contenidos en muchos de ellos, que a duras penas sostenían sin temblor el libro con los cánticos y oraciones colocado a su disposición, siguiendo el Ordo Rituum Conclavis. A la hora del juramento, sin duda, el más nervioso, al menos entre los «papables», fue el cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, quien no dejó de mirar los frescos de la Sixtina antes de prestar su comprmiso, y que hubo de sujetarse el crucifijo con la mano izquierda por los temblores. ¿Un presentimiento?
En el centro de la sala, el Evangelio, donde todos y cada uno de los cardenales tuvieron que posar su mano y pronunciar el juramento de secreto para el Cónclave. Con la mirada puesta en el fresco del Juicio Final. La escena resulta impresionante. Los que tuvimos la suerte de visitar la Sixtina el pasado sábado, quedamos maravillados del ambiente que se destila de la misma. Al fondo de la sala, tras las cancelas, la célebre estufa donde se quemará esta tarde el primer escrutinio. Todo queda en manos del Espíritu Santo y de la voluntad de 115 hombres.
Turkson, Rivera, Schonborn, Braz de Aviz, Sistach…. todos ellos concentrados en la relevancia del momento. El cardenal Cañizares, junto a Sean O’Malley. Muy cerca de él, Sistach. Amigo, imponente, sobresaliendo un palmo de sus compañeros de mesa, tranquilo. Es su segundo Cónclave. También el del cardenal Rouco Varela, colocado ante el gran perdedor del anterior Cónclave, Dionigi Tettamanzi. No hay opciones entre los españoles, salvo que el Espíritu sople hacia nuestro país.
Al unísono, todos los cardenales proclamaron su juramento, en latín, guiados por el cardenal Re.
«Nosotros los cardenales electores presentes en esta elección del Sumo Pontífice prometemos, nos obligamos y juramos observar fiel y escrupulosamente todas las prescripciones contenidas en la constitución apostólica del sumo pontífice Juan Pablo II ‘Universi Dominici Gregis’, emanada el 22 de febrero de 1996.
Igualmente prometemos, nos obligamos y juramos que cualquiera de nosotros, que por divina disposición, sea elegido Romano Pontífice, se comprometerá a desarrollar fielmente el Munus Petrinum de Pastor de la Iglesia Universal y no cesará de afirmar y defender hasta la extenuación los derechos espirituales y temporales, además de la libertad de la Santa Sede.
Sobre todo, prometemos y juramos observar con la máxima fidelidad y con todos, ya sea clérigo como laico, el secreto de todo aquello que en cualquier modo concierne a la elección del Romano Pontífice y todo lo que ocurre en el lugar de la elección y se refiera directa o indirectamente al escrutinio.
No violar en manera alguna este secreto tanto durante como tras la elección del nuevo pontífice, a no ser que el mismo pontífice confiera explícita autorización; jamás apoyar interferencias, oposición u otra forma de intervención con la autoridad secular u otro grupo de personas que quisiera interferir en la elección del Romano Pontífice».
Después, Re, Bertone, Naguib, Bechara Butros, Daneels, Meisner, López Rodríguez, Mahony (quien finalmente sí participó), Ortega, Turcotte, Puljic, Sandoval… siguieron el juramento ante el Evangelio. Rouco Varela fue el primero de los españoles en realizar la solemne promesa. Tras él, lo hicieron Amigo, Cañizares, Martínez Sistach y finalmente Santos Abril. Los cuatro primeros, del orden de los presbíteros, y el último de los diáconos.
115 hombres. 115 juramentos. Uno a uno. Hasta el último de ellos, el cardenal Harvey, con sobriedad y seriedad, con el peso de la historia bajo sus manos, las mismas que en apenas unos minutos escribirán, por vez primera, el nombre de su candidato a Papa en las papeletas. ¿Tendremos Papa subito esta noche? Todo parece indicar que no… Mas todo es posible en la Sixtina.