(RV).- Renovando la tradición romana de celebrar las ordenaciones sacerdotales en este IV domingo de Pascua, el domingo «del Buen Pastor» – que este año coincide con la 50 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones – el Santo Padre Francisco, por primera vez como Obispo de Roma, ha dado comienzo a la celebración Eucarística, con el rito de ordenación presbiteral, en la Basílica de San Pedro.
Con el telón de fondo del Mensaje de su amado predecesor Benedicto XVI para esta Jornada Mundial: «Las vocaciones signo de la esperanza fundada sobre la fe» – que se inscribe en el contexto del Año de la Fe y en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II – los ordenandos son diez. Cuatro son del Pontificio Seminario Romano Mayor, dos de los Oblatos del Divino Amor y cuatro del Colegio Diocesano Redemptoris Mater. En lo que respecta a su país natal, seis son de Italia, dos de la India y uno respectivamente de Argentina y Croacia.
Como establece el rito de ordenación de los presbíteros, a la pregunta del Obispo de Roma: «¿Quieren unirse cada vez más estrechamente a Cristo, sumo sacerdote, quien se ofreció al Padre como víctima pura por nosotros, y consagrarse a Dios junto a él para la salvación de todos los hombres?», los ordenandos responden «Sí, quiero, con la gracia de Dios».
En su homilía, Francisco les invitó a recordar en ese momento único en sus vidas, «a vuestras madres, abuelas y catequistas, que os transmitieron el don de la fe». Al mismo tiempo les advirtió que «la Palabra de Dios no es propiedad vuestra, es Palabra de Dios y de la Iglesia».
Pero, sobre todo, les suplicó «en nombre de Cristo y de la Iglesia, por favor, no os canséis de ser misericordiosos». En esa misma línea, les aconsejó «no tener miedo a la ternura con los ancianos».
Eran consejos vividos en primera persona, que Francisco resumía en frases breves y claras: «Sois pastores, no funcionarios; sois mediadores, no intermediarios».
Texto completo de la homilía del Santo Padre:
Queridísimos hermanos y hermanas
Estos hermanos e hijos nuestros han sido llamados al orden del presbiterado.
Reflexionemos atentamente a cuál ministerio serán elevados en la Iglesia.
Como bien saben, el Señor Jesús es el único Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento, pero en Él también todo el pueblo santo de Dios ha sido constituido pueblo sacerdotal.
Sin embargo, entre todos sus discípulos, el Señor Jesús quiere elegir algunos en particular para que, ejerciendo públicamente en la Iglesia en su nombre el oficio sacerdotal en favor de todos los hombres, continúen su personal misión de maestro, sacerdote y pastor.
Así como en efecto, para ello Él había sido enviado por el Padre, del mismo modo Él envió a su vez al mundo, primero a los apóstoles y luego a los obispos y sus sucesores, a los cuales, en fin, se dio como colaboradores a los presbíteros, que -unidos a ellos en el ministerio sacerdotal – están llamados al servicio del pueblo de Dios.
Después de madura reflexión y oración, ahora estamos por elevar al orden de los presbíteros a estos hermanos nuestros, para que al servicio de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, cooperen en la edificación del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia como pueblo de Dios y Templo Santo del Espíritu Santo.
En efecto, ellos serán configurados en Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, es decir que serán consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento y con este título que los une en el sacerdocio a su obispo, serán predicadores del Evangelio, pastores del Pueblo de Dios y presidirán las acciones de culto, especialmente en la celebración del sacrificio del Señor.
En cuanto a ustedes, hermanos e hijos amadísimos, que están por ser promovidos al orden del presbiterado, consideren que ejerciendo el ministerio de la Sagrada Doctrina serán partícipes de la misión de Cristo, único Maestro. Dispensen a todos aquella Palabra de Dios que ustedes mismos han recibido con alegría. Recuerden a sus mamás, abuelitas, catequistas, que les dieron la Palabra de Dios, la fe…. este don de la fe, que les transmitieron, este don de la fe. Lean y mediten asiduamente la Palabra del Señor, para creer lo que han leído, para enseñar lo que aprendieron en la fe, vivir lo que han enseñado. Recuerden también que la Palabra de Dios no es propiedad de ustedes: es Palabra de Dios. Y la Iglesia es la que custodia la Palabra de Dios.
Por lo tanto, que la doctrina de ustedes sea alimento para el Pueblo de Dios; alegría y sostén a los fieles de Cristo el perfume de vuestra vida, para que con su palabra y su ejemplo ustedes edifiquen la casa de Dios, que es la Iglesia. Ustedes continuarán la obra santificadora de Cristo. Mediante el ministerio de ustedes, el sacrificio espiritual de los fieles se hace perfecto, porque se une al sacrificio de Cristo, que por medio de las manos de ustedes, en nombre de toda la Iglesia, es ofrecido de modo incruento sobre el altar de la celebración por los Santos Misterios.
Reconozcan pues lo que hacen. Imiten lo que celebren, para que participando en el misterio de la muerte y resurrección del Señor, lleven la muerte de Cristo en sus miembros y caminen con Él en novedad de vida.
Con el Bautismo agregarán nuevos fieles al Pueblo de Dios. Con el Sacramento de la Penitencia remitirán los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia: hoy les pido en nombre de Cristo y de la Iglesia, por favor, no se cansen de ser misericordiosos. Con el óleo santo darán alivio a los enfermos y también a los ancianos: no se avergüencen de dar ternura a los ancianos … Celebrando los sagrados ritos y elevando sus oraciones de alabanza y súplica durante las distintas horas del día, ustedes se harán voz del Pueblo de Dios y de la humanidad entera.
Conscientes de haber sido elegidos entre los hombres y constituidos en favor de ellos para cuidar las cosas de Dios, ejerzan con alegría y caridad sincera la obra sacerdotal de Cristo, con el único anhelo de gustar a Dios y a no a ustedes mismos. Sean pastores, no funcionarios. Sean mediadores, no intermediarios.
En fin, participando en la misión de Cristo, Cabeza y Pastor, en comunión filial con su obispo, comprométanse en unir a sus fieles en una única familia para conducirlos a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo.
Tengan siempre ante sus ojos el ejemplo del Buen Pastor, que no ha venido para ser servido, sino para servir y para tratar de salvar lo que estaba perdido.