Es propiamente una virtud de los grandes, de aquellos grandes que están por encima de estas pequeñeces humanas, que no se dejan involucrar en aquellas pequeñas cosas internas de la comunidad, de la Iglesia: miran siempre al horizonte
(RV).- «El cristiano es un hombre y una mujer de gozo«: lo dijo el Papa Francisco la mañana del viernes en la Misa en la Casa de Santa Marta. El Papa afirmó que el gozo del cristiano no es la alegría que proviene de la coyuntura, sino un don del Señor que llena dentro.
A la Misa, concelebrada por el arzobispo de Mérida, Baltazar Enrique Porras Cardozo, y por el abad primado de los benedictinos Notker Wolf, tomó parte el primer grupo de empleados de la Radio del Papa acompañados por nuestro director general, el padre Federico Lombardi. En su homilía, el Obispo de Roma remarcó la actitud gozosa de los discípulos, en el tiempo entre la Ascensión y Pentecostés:
«El cristiano es un hombre y una mujer de gozo. Esto nos lo enseña Jesús, nos lo enseña la Iglesia, especialmente en este tiempo. ¿Qué cosa es, este gozo? ¿Es la alegría? No: no es lo mismo. La alegría es buena, ¿eh?, alegrarse es bueno. Pero el gozo es algo más, es otra cosa. Es una cosa que no viene por motivos coyunturales, por motivos momentáneos: es una cosa más profunda. Es un don. La alegría, si queremos vivirla en todo momento, al final se transforma en ligereza, superficialidad, y también nos conduce a aquel estado de falta de sabiduría cristiana, nos hace un poco tontos, ingenuos, ¿no?, todo es alegría … no. El gozo es otra cosa. El gozo es un don del Señor. Nos llena desde dentro. Es como una unción del Espíritu. Y este gozo se encuentra en la seguridad que Jesús está con nosotros y con el Padre».
El hombre gozoso, prosiguió, es un hombre seguro. Seguro que «Jesús está con nosotros, que Jesús está con el Padre«. Pero este gozo, se preguntó el Papa, podemos «embotellarlo un poco, para tenerlo siempre con nosotros?»:
«No, porque si queremos tenernos este gozo solo para nosotros al final se enferma y nuestro corazón se encoge un poco, y nuestra cara no transmite aquel gran gozo sino aquella nostalgia, aquella melancolía que no es sana. Algunas veces estos cristianos melancólicos tienen más la cara avinagrada en vez de gozosa de los que tienen una vida bella. El gozo no puede estancarse: debe avanzar. El gozo es una virtud peregrina. Es un don que camina, que camina por el camino de la vida, camina con Jesús: predicar, anunciar a Jesús, el gozo, alarga y ensancha el camino. Es propiamente una virtud de los grandes, de aquellos grandes que están por encima de las poquedades, que están por encima de estas pequeñeces humanas, que no se dejan involucrar en aquellas pequeñas cosas internas de la comunidad, de la Iglesia: miran siempre al horizonte».
El gozo es «peregrino», recalcó el Santo Padre. «El cristiano canta con el gozo, y camina, y lleva este gozo». Es una virtud del camino, es más: más que una virtud es un don:
«Es el don que nos lleva a la virtud de la magnanimidad. El cristiano es magnánimo, no puede ser pusilánime: es magnánimo. Y justamente la magnanimidad es la virtud del respiro, es la virtud de ir siempre adelante, pero con aquel espíritu lleno de Espíritu Santo. El gozo es una gracia que debemos pedir al Señor. En estos días de manera especial, porque la Iglesia se invita, la Iglesia nos invita a pedir el gozo y también el deseo: aquello que lleva hacia adelante la vida del cristiano es el deseo. Cuanto más grande es tu deseo, más grande será tu gozo. El cristiano es un hombre, es una mujer de deseo: desear cada vez más en el camino de la vida. Pidamos al Señor esta gracia, este don del Espíritu: el gozo cristiano. Lejos de la tristeza, lejos de la simple alegría… es otra cosa. Es una gracia que debemos pedir».
Hoy, concluyó el Papa Francisco, hay un bello motivo para el gozo por la presencia en Roma de Tawadros II, Patriarca de Alejandría. Es un motivo de gozo, subrayó, «porque es un hermano que viene a encontrar la Iglesia de Roma para hablar», para hacer juntos «un trecho de camino».