El Señor nos primerea, nos está esperando. Pecas, y te está esperando para perdonarte
(Jorge Milias, en L’Ossservatore Romano).- La mentalidad del «porteño», del hombre que vive sobre el puerto de Buenos Aires, es un poco especial. Expresión de una sociedad cosmopolita más relacionada con el comercio y la industria, a diferencia de los argentinos del interior, dedicados a la producción primaria, tuvo cosas buenas y de las otras.
La idea de saberlo todo, sumado a un sentido poco solidario, instituyeron la idea de «primero yo». Poco importaba que lo que estuviera en juego fuera comprar una entrada para un partido de fútbol o la postulación a una cátedra universitaria. Nadie pensaba para tener tal actitud si sus virtudes y conocimientos eran los que merecían esa primacía, todo radicaba en ser el primero en estar, pedir, conseguir o exigir algo a puro golpe de mano, sólo por ser el primero. La idea era primerear, siempre y a cualquier precio
Primerear, nunca fue un neologismo virtuoso. Básicamente significa, ganar de mano, tomar la iniciativa antes que el otro, o antes que el otro se dé cuenta. Un dicho muy común en el Río de la Plata es: «el que pega primero, pega dos veces». La palabra, salvaje aún y no domada por los diccionarios, se cuela en el periodismo. Una crónica policial puede decir: «… el ofendido lo «primereó» con el cuchillo».
De lo anterior se deduce que primerear no suele ser una acción muy edificante, sino todo lo contrario. Al menos era así antes de Bergoglio.
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