Una muestra más de una Iglesia que abraza, que se detiene a saludar, que "primerea" a la persona antes que al discurso oficial
(J. Bastante).- «Dejad que los niños se acerquen a mí«. Las palabras de Jesús resonaron el pasado sábado con fuerza en la plaza del Vaticano. Como ocurriera el Jueves Santo o en la JMJ, Francisco volvió a sentirse seducido con la presencia de un niño que se abrazó a su pierna, jugueteó con su cruz pectoral y permaneció a su lado durante los quince minutos que duraron sus palabras. Una auténtica encíclica de cercanía y alegría.
Ocurrió el pasado sábado, durante la vigilia del Papa con familias de todo el mundo. Apenas Francisco había iniciado su saludo, un pequeño, de unos cuatro años de edad, moreno, vestido con vaqueros y una camiseta amarilla de rayas, se acercó al Pontífice y se agarró con fuerza a su pierna. El gesto no pasó inadvertido a Francisco, que detuvo el discurso y acarició con dulzura al pequeño en el cuello y la cabeza.
Fue un momento lleno de sonrisas, y de anécdotas, como cuando el responsable de la seguridad vaticana trató de apartar al chico con el típico truco del caramelo. El niño, listo como nadie, aceptó el dulce, pero permaneció al lado del Papa, como un Guardia Suizo más. Y cuando se cansó, se sentó en la mismísima sede pontificia.
Se trató una anécdota simpática, dentro de un acto de fiesta que culminó con un Padre Nuestro de los que se rezan despacito, saboreando cada palabra, y haciendo la señal de la Cruz, como nos enseñaban desde niños. Un momento, dentro de la fiesta de la familia, en la que Francisco, como hizo Cristo, dejó que los niños se acercaran a él. Y le abrazaran.
Una muestra más de una Iglesia que abraza, que se detiene a saludar, que «primerea» a la persona antes que al discurso oficial. Y que cuenta con el respaldo popular. No hay nada más que ver la plaza de San Pedro miércoles y domingos.