Para garantizar la soberanía se necesitan dos instrumentos fundamentales: el tribunal de la propia conciencia delante de Dios y la colegialidad
(VIS/RD/EP).- «La Iglesia no necesita apologistas de las propias causas ni cruzados de las propias batallas, sino sembradores humildes y confiados de la verdad». Francisco se ha encontrado esta mañana con la Congregación para los Obispos, cuyo prefecto es el cardenal Marc Ouellet, y ha dirigido a los presentes un discurso acerca de la misión de esa congregación y los criterios que deben presidir la elección de un obispo. Un discurso programático que marcará, sin duda alguna, el rumbo de cómo serán los obispos del futuro.
Francisco no quiere obispos en la iglesia que sean «mánager» ni pastores «estándar» y ha alentado a dar más vueltas a la hora de seleccionar obispos. «Necesitamos uno que vea desde lo alto, que mire con la amplitud del corazón de Dios, no se necesita un mánager o un administrador delegado de una compañía, ni siquiera uno que esté al nivel de nuestras pequeñas peticiones, sino uno que garantice que a lo que aspira el corazón no sea una promesa en vano», ha precisado.
Por ello, se ha preguntado quiénes son y dónde seleccionarlos, al tiempo que ha invitado a «escrutar en el Campo de la Iglesia» para encontrarlos. «Existen estos hombres, porque Dios no abandona a su Iglesia, pero quizá no se dan suficientes vueltas buscándolos«, ha subrayado.
En este sentido, ha apuntado que para elegir a un obispo no sirve solo tener en cuenta sus «dotes humanas, intelectuales o culturales, ni siquiera pastorales» porque «un obispo no es la suma algebraica de sus virtudes». «Es necesario encontrar entre los sucesores de Jesús a los que testimonian al Resucitado«, ha afirmado, subrayando que «la Iglesia permanece cuando se incrementa la santidad de sus miembros».
Entre las virtudes de los prelados, ha destacado a aquellos que sobresalen por su solidez cristiana, preparación cultural, ortodoxia y fidelidad a la Verdad, disciplina interior y exterior, capacidad de gobernar con actitud y transparencia en la administración de los bienes. «Estas dotes imprescindibles deben subordinarse a ser testimonio del Resucitado», ha insistido.
Por ello, ha recalcado que el desafío está en «entrar en la perspectiva de Cristo, teniendo en cuenta «las necesidades de las Iglesias en particular» porque no se necesita un pastor «estándar» para todas las Iglesias.
También ha manifestado que «el obispo es aquel que sabe actualizar lo que le ha pasado a Jesús» y, sobre todo, «sabe hacer testimonio de la Resurrección con la Iglesia». A juicio del Pontífice, en el ADN del obispado está escrito que tienen que tener «el coraje de morir, la generosidad de ofrecer su propia vida y de darse por el rebaño» y, sobre todo, «por aquellos que, según el mundo, están descartados».
El Papa pone de manifiesto que se necesitan en el obispado «hombres que custodien la doctrina, no para medir cuánto vive el mundo lejos de la verdad, sino para fascinar al mundo, encantarlo con la belleza del amor, seducirlo con la oferta de la verdad dada por el Evangelio».
Así, afirma que «la Iglesia no necesita apologistas de sus propias causas, ni cruzados de sus propias batallas, sino personas humildes que planten semillas y sean fieles a la verdad«. Igualmente, pide hombres «pacientes».
«Uno de las tareas fundamentales del obispo es rezar», recuerda el Papa. Además, pone de manifiesto que «un hombre que no tiene el coraje de discutir con Dios en favor de su pueblo no puede ser obispo«, y añade que «tampoco puede serlo quien no es capaz de asumir la misión de llevar adelante el pueblo de Dios hasta donde Dios le indica».
«La Iglesia necesita pastores auténticos –expone el Papa–, no padrones de la palabra, sino entregados a ella, al servicio de la Palabra». Igualmente, señala que la misión del obispo exige asiduidad y cotidianiedad». «Tiene que cuidar el rebaño: asiduo y cotidiano», afirma.
Además, reflexiona el aspecto esencial de la misión de la Congregación que se encarga de elegir los obispos de todo el mundo. «La Congregación existe para asegurarse que el nombre de quien ha sido elegido haya sido pronunciado antes de todo por el Señor», afirma el Papa. Para Francisco la tarea fundamental de la Congregación de los obispos es «identificar a los que el espíritu Santo pone como guía de la Iglesia«.
La Congregación, según ha dicho no puede «contentarse con pequeñas medidas» sino elevarse al «plano superior» y debe elegir pastores capaces de asegurarse de que el mundo haya un sacramento de unidad para que la humanidad no esté a la deriva o se pierda», explica, al tiempo que afirma que «el espíritu que dirige la elección tiene que ser humilde, silencioso y laborioso»
Además, ha recordado que hay que mirar a los orígenes para construir el mañana de la Iglesia y ha invitado a recordar a la Iglesia Apostólica. Junto a ello, advierte de que «hay que asegurar siempre la soberanía de Dios». «Las elecciones no pueden venir de peticiones condicionadas por eventuales escuderías, consortes o hegemonías–explica–. Para garantizar la soberanía se necesitan dos instrumentos fundamentales: el tribunal de la propia conciencia delante de Dios y la colegialidad«.
Finalmente, el Papa llama la atención contra el deseo de «ascender» en el interior de la Iglesia, queriendo «escapar hacia un permanente ‘otro lugar'». Frente a esto, apuntó la «actualidad del decreto de residencia del Concilio de Trento... estaría bien que la Congregación de los Obispos escribiera algo al respecto. El rebaño necesita encontrar sitio en el corazón del Pastor. Si éste no está sólidamente anclado en si mismo, en Cristo y en su Iglesia, estará continuamente a merced de las olas, en búsqueda de compensaciones efímeras y no ofrecerá al rebaño ningún refugio«.
Ofrecemos a continuación amplios extractos del discurso:
1.- Lo esencial en la misión de la Congregación
«En la celebración de la ordenación de un obispo la Iglesia reunida, después de invocar al Espíritu Santo pide que sea ordenado el candidato presentado. El que preside pregunta entonces: «¿Tenéis el mandato?»…Esta congregación existe para ayudar a escribir ese mandato que después resonará en tantas Iglesias y llevará alegría y esperanza al Pueblo Santo de Dios. Esta congregación existe para asegurarse de que el nombre del elegido haya sido, ante todo, pronunciado por el Señor…El Pueblo santo de Dios sigue exclamando:… necesitamos alguien que nos mire con la amplitud de corazón de Dios; no necesitamos un manager, un administrador delegado de una empresa …Nos hace falta alguien que sepa elevarse a la altura de la mirada de Dios para conducirnos hacia El…No tenemos que perder nunca de vista las necesidades de las Iglesias particulares a las que tenemos que atender… Nuestro reto es entrar en la perspectiva de Cristo teniendo en cuenta la singularidad de las Iglesias particulares».
2.- El horizonte de Dios determina la misión de la congregación
«Para elegir a esos ministros todos necesitamos elevarnos, subir también nosotros al ‘piso superior’… Tenemos que elevarnos por encima de nuestras eventuales preferencias, simpatías, pertenencias o tendencias para entrar en la amplitud del horizonte de Dios…No hombres condicionados por el miedo de lo bajo, sino Pastores dotados de parresia, capaces de asegurar que en el mundo hay un sacramento de unidad y por lo tanto la humanidad no está destinada al abandono y al desamparo… A la hora de firmar el nombramiento de cada obispo me gustaría sentir la autoridad de vuestro discernimiento y la grandeza de horizontes con que madura vuestro consejo. Por eso el espíritu que preside vuestros trabajos… no podrá ser otro que ese humilde, silencioso y laborioso proceso desarrollado bajo la luz que viene de las alturas. Profesionalidad, servicio y santidad de vida: si nos apartamos de este trinomio abandonamos la grandeza a la que estamos llamados».
3.-La Iglesia apostólica como fuente
«La altura de la Iglesia se encuentra siempre en los abismos de sus fundamentos…El mañana de la Iglesia vive siempre en sus orígenes…Sabemos que el Colegio Episcopal, en el cual mediante el Sacramento se insertarán los obispos, sucede al Colegio Apostólico. El mundo necesita saber que esta sucesión no se ha interrumpido…Las personas ya pasan con sufrimiento por la experiencia de tantas roturas: necesitan encontrar en la Iglesia ese permanecer indeleble de la gracia del principio».
4.- El obispo como testigo del Resucitado
«Analicemos … el momento en que la Iglesia Apostólica debe recomponer el Colegio de los Doce tras la traición de Judas. Sin los Doce la plenitud del Espíritu no puede descender. Hay que buscar al sucesor entre los que han seguido desde el principio el recorrido de Jesús y ahora puede convertirse ‘junto con los Doce’ en un ‘testigo de la resurrección’. Hay que seleccionar entre los seguidores de Jesús a los testigos del Resucitado… También para nosotros ese es el criterio unificador: el obispo es aquel que sabe hacer actual todo lo que acaeció a Jesús y sobre todo sabe, junto con la Iglesia, hacerse testigo de su Resurrección… No un testigo aislado sino junto con la Iglesia..Quiero subrayar que la renuncia y el sacrificio son inherentes a la misión episcopal. .El episcopado no es para uno mismo, sino para la Iglesia… para los demás, sobre todo para aquellos que según el mundo se deben descartar. Por lo tanto, para individuar a un obispo no hace falta contabilizar sus dotes humanas, intelectuales, culturales y ni siquiera pastorales…Es cierto que necesitamos a alguien que sobresalga: su integridad humana asegura la capacidad de relaciones sanas… para que no proyecte sobre los demás sus carencias y se convierta en factor de inestabilidad…su preparación cultural le permite dialogar con los hombres y sus culturas…su ortodoxia y fidelidad a la Verdad completa custodiada por la Iglesia hace de él un pilar y un punto de referencia…su transparencia y su desapego a la hora de administrar los bienes de la comunidad le otorgan autoridad y encuentran la estima de todos. Todas esas dotes imprescindibles deben ser, sin embargo, una declinación del testimonio central del Resucitado, subordinadas a este compromiso prioritario».
5.- La soberanía de Dios, autor de la elección.
«Volvamos al texto apostólico. Después del fatigoso discernimiento, los apóstoles rezan…No podemos alejarnos de aquel ‘Enseñanos tú, Señor’. Las decisiones no pueden estar condicionadas por nuestras pretensiones, por eventuales grupos, camarillas o hegemonías. Para garantizar esa soberanía existen dos actitudes fundamentales: la propia conciencia ante Dios y la colegialidad… No el arbitrio sino el discernimiento conjunto. Ninguno puede tener todo en mano, cada uno aporta con humildad y honradez la tesela propia al mosaico que pertenece a Dios.
6.- Obispos «kerigmáticos»
«Dado que la fe procede del anuncio necesitamos obispos kerigmáticos…Hombres custodios de la doctrina, no para medir cuanto viva distante el mundo de la verdad contenida en ella, sino para fascinar al mundo… con la belleza del amor… con la oferta de la libertad que da el Evangelio. La Iglesia no necesita apologistas de las propias causas ni cruzados de las propias batallas, sino sembradores humildes y confiados de la verdad que saben que cada vez les es nuevamente confiada y que se fían de su potencia…Hombres pacientes porque saben que la cizaña no será nunca tanta como para llenar el campo».
7.-Obispos orantes
«He hablado de los obispos kerigmáticos; ahora señalo el otro trazo de la identidad del obispo: hombre de oración. La misma parresia que debe tener en el anuncio de la Palabra, debe tener en la oración, tratando con Dios, nuestro Señor el bien de su pueblo, la salvación de su pueblo…Un hombre que no tiene valor de discutir con Dios en favor de su pueblo no puede ser obispo y tampoco el que no es capaz de asumir la misión de llevar al Pueblo de Dios hasta el lugar que El le indica…Y esto vale también para la paciencia apostólica…El obispo debe ser capaz de ‘entrar con paciencia’ ante Dios… buscando y dejándose encontrar».
8.-Obispos pastores
«Sean pastores cercanos a la gente, padres y hermanos, sean humildes, pacientes y misericordiosos; amen la pobreza, interna como libertad y también externa como sencillez y austeridad de vida,.. no tengan una filosofía de príncipes…que no sean ambiciosos y que no busquen el episcopado, que sean esposos de una Iglesia, sin estar a la búsqueda constante de otra; esto se llama adulterio. Sean capaces de ‘vigilar’ al rebaño que les será confiado, es decir, de preocuparse por todo lo que lo mantiene unido…Reafirmo que la Iglesia necesita Pastores auténticos…Observemos el testamento del apóstol Pablo…Nos habla…El confía los Pastores de la Iglesia a la ‘Palabra de la gracia que tiene el poder de edificar y conceder la herencia’. Por lo tanto, no padrones de la Palabra, sino entregados a ella, siervos de la Palabra. Solo así es posible edificar y obtener la herencia de los santos. A cuantos se atormentaban con la pregunta sobre su herencia:’¿Cual es la herencia de un obispo, el oro o la plata’? Pablo responde: La santidad. La Iglesia permanece cuando se dilata la santidad de Dios en sus miembros…El Concilio Vaticano II afirma que a los obispos ‘se les confía plenamente el oficio pastoral, o sea el cuidado habitual y cotidiano de sus ovejas’…En nuestra época lo habitual y lo cotidiano se asocian a menudo a la rutina y al aburrimiento. Por eso, con frecuencia, se intenta escapar hacia un permanente «otro lugar». Desgraciadamente tampoco en la Iglesia estamos exentes de este peligro..Pienso que en este tiempo de encuentros y congresos es muy actual el decreto de residencia del Concilio de Trento y estaría bien que la Congregación de los Obispos escribiera algo al respecto. El rebaño necesita encontrar sitio en el corazón del Pastor. Si éste no está sólidamente anclado en si mismo, en Cristo y en su Iglesia, estará continuamente a merced de las olas, en búsqueda de compensaciones efímeras y no ofrecerá al rebaño ningún refugio».
Conclusión
«Al final de estas palabras, me pregunto: ¿Dónde podemos encontrar hombres así?…No es fácil…Pienso en el profeta Samuel en búsqueda del sucesor de Saul que ,,,al saber que el pequeño David había llevado las ovejas a pastar al campo ordena: ‘Di que lo traigan’. También nosotros no podemos por menos que escrutar los campos de la Iglesia intentando presentar al Señor para que diga: ‘Ungelo: es el». Estoy seguro de que los hay porque el Señor no abandona a su Iglesia. Quizás somos nosotros los que no vamos bastante a los campos para buscarlos. Quizás nos hace falta la advertencia de Samuel : «No nos sentaremos a la mesa antes de que él venga». Con esa santa inquietud quisiera que viviera esta congregación».