No es lo mismo ver a un santo sobre un pedestal o sobre los altares celestes, que saber que hay un santo con el que te has hecho una fotografía
(José M. Vidal, Roma).- Encuentro al obispo de León, Julián López, en la librería Ancora, haciendo acopio de libros. Ha estado, como otros muchos prelados, en la canonización de los dos Papas. Como experto en liturgia alaba el desarrollo de la ceremonia de canonización, espera que Pablo VI suba también a los altares y asegura que Francisco nos está haciendo revivir «los años de Juan XXIII y el comienzo del pontificado de Pablo VI».
La canonización de los dos Papas fue una jornada histórica. ¿Qué es lo que más le llamó la atención?
La homilía del Papa Francisco, en la que presentó juntas las figuras de los dos santos, san Juan XXIII y san Juan Pablo II. En este momento no recuero ninguna frase literal, pero sé que fueron verdaderamente bellísimas. Como los dos santos, que son diferentes pero son ambos un regalo para la Iglesia. Creo que haber adelantado la canonización de Juan XXIII, haciendo uso de esa prerrogativa del Papa de dispensar el milagro que le faltaba, ha sido muy interesante. Porque creo que el milagro está, sólo que a la Congregación le lleva su tiempo…
Me parece muy importante haber mostrado a la Iglesia dos figuras tan diferentes, de contextos históricos también muy diferentes, y sin embargo tan unidas en el amor a la Iglesia y en el modo de responder al tiempo que les tocó vivir desde sus propias convicciones, siempre como auténticos pastores.
¿El hilo conductor entre ambos es el Vaticano II?
Yo creo que sí.
¿Cree que de alguna manera, el Concilio se está revitalizando?
Los concilios, como se ha dicho ya mil veces, no se ciñen exclusivamente a su época. Son atemporales. El Espíritu Santo es el que guía a la Iglesia, y por eso el Concilio no es sólo de Juan XXIII. Él fue el hombre elegido por el Espíritu para convocarlo. Para mí, y creo que para muchos, el Concilio Vaticano II es la gran obra de Pablo VI. Por eso también espero que algún día se haga justicia, en el mejor sentido del término, a Pablo VI. Un hombre que también supo estar a la altura de los tiempos, y al que le tocó sufrir mucho por la Iglesia.
Otras de las claves que destacó el Papa Francisco fue la misericordia. ¿Cree que ésa es la lectura que aporta Francisco, y que une al mismo tiempo a los otros dos papas?
Efectivamente. La misericordia hace posible dar respuesta a las situaciones de los hombres, por difíciles y distintas que puedan ser.
¿Cómo vio la celebración a nivel de liturgia, usted que es un experto en el tema?
Muy rica, muy bien llevada, con buen ritmo y con equilibrio entre las lenguas, reservando la lengua latina sobre todo para el canto, al estilo romano, alternando un verso en gregoriano y otro en polifonía, pero siempre con la misma melodía. Eso se empezó a hacer ya en los años de Pablo VI en atención al Pueblo de Dios, que es una asamblea universal. Y creo que ayer la mayoría de los asistentes pudieron escuchar la oración y las plegarias en su propia lengua.
Fue una solemnidad especial, de las más grandes, como el Domingo de Pascua. Y la proclamación del Evangelio en griego y en latín nos situó en la tradición de la gran Iglesia. Fue magnífico el diálogo que hubo antes de cantar el Evangelio entre el diácono y el celebrante.
De los dos papas ahora santos, ¿tiene alguno predilecto?
Los dos igual. Juan XXIII es el Papa de mis años de seminario. Juan Pablo II es el Papa que conocí personalmente y que me hizo obispo. Participé en dos visitas ad limina con él, y recuerdo esas entrevistas como entrañables y distendias. En 1997 yo era obispo de Ciudad Rodrigo y el Papa dialogó mucho con nosotros. En 2005 ya estaba muy mal. Fuimos el último grupo de obispos en ser recibidos por él y salimos con el corazón encogido.
También tuve la suerte de estar muy cerca de él durante el viaje que hizo a España en el 82. Yo trabajaba entonces para el secretario nacional de liturgia y tuve la suerte de escucharle y de verle celebrar. Evidentemente cada celebrante tiene su propia experiencia pastoral, pero Karol Wojtyla es un gigante de la fe. No hay duda. Aunque algunos puedan pensar que era más o menos conservador, para mí esas cuestiones son accidentales. Lo importante es cómo encarnó el ministerio. Yo creo que fue un hombre de profunda fe, y eso es lo esencial.
¿El hecho de que algunos hayamos compartido con estas figuras un trecho de nuestra vida les hace santos más cercanos? ¿Son más «nuestros»?
Humanizan la santidad de los santos de altar. Hay muchas personas de las que se dice, cuando mueren, que son santos. Pero para llegar a ser santo de altar hay que pasar un largo proceso y, por tanto, mucho tiempo. Y ya no se siente esa cercanía.
No es lo mismo ver a un santo sobre un pedestal, aunque sea una imagen bellísima, que saber que hay un santo con el que te has hecho una fotografía, por ejemplo. Eso te hace pensar que la santidad verdadera es la vida de cada día. Porque somos hijos de Dios y somos hermanos los unos de los otros. Lo otro queda para la relación con la Iglesia celeste.
¿Con Francisco está llegando a la Iglesia un nuevo aggiornamento?
Yo del Papa Franciso no sabía absolutamente nada. Dio ejercicios en el año 2006 a la Conferencia Episcopal, pero fue en el mes de enero y yo en esa época del año no podía participar. Pero con él he revivido, desde el primer momento, lo que viví siendo seminarista en los años de Juan XXIII y al comienzo de pontificado de Pablo VI.
¿Cree que le podremos tener en España en el 2015?
No me atrevo a decirlo, pero puede ser. Ciertamente me encantaría, y creo que él se sentiría muy a gusto hablando español.