Pablo VI supo de verdad dar a Dios lo que es de Dios dedicando toda su vida a la tarea de extender en la Tierra la misión de Cristo, guiando a la Iglesia para que sea al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación
(Jesús Bastante).- «Jesús no tiene miedo a las novedades, por eso continuamente nos sorprende llevándonos por caminos nuevos e imprevisibles. Nos renueva, nos hace siempre nuevos, porque el Evangelio es la novedad de Dios en el hombre y el mundo«. Francisco reivindicó la fuerza de los cambios durante la homilía con motivo de la beatificación de Pablo VI, quien «en el momento en que vivía una sociedad secularizada y hostil, supo conducir con sabiduría, visión de futuro, y quizá en solitario, la barca de Pedro, sin perder la alegría ni la fe en el Señor».
La de Bergoglio fue una homilía pensada, echando una mirada al pasado pero con los pasos ya encaminados al futuro, que se ha marcado durante el Sínodo de Obispos que hoy concluye y que tendrá continuación el año que viene. «Ha sido una gran experiencia en la que hemos vivido la sinodalidad y la colegialidad, hemos vivido la fuerza del Espíritu Santo, que renueva sin cesar a la Iglesia, llamada a hacerse cargo de las heridas abiertas y devolver la esperanza a tantas personas que la han perdido», subrayó
Benedicto XVI fue uno de los primeros en llegar. Algo alejado del resto de padres sinodales, el Papa emérito se detuvo a reflexionar largamente en una soleada y abarrotada plaza de San Pedro sobre la figura del Papa que le hizo cardenal. El abrazo de Ratzinger y Bergoglio volvió a hacer presente -pese a los intentos de los grupos más conservadores- la unidad y la comunión entre ambos papas.
Miles de peregrinos, especialmente de Brescia -lugar de nacimiento de Montini-, acudieron la ceremonia, que arrancó con el rito de la beatificación, una profusa biografía de Pablo VI y la aceptación por parte del Papa.
En ese momento, el velo del lienzo que presidía el frontal de la basílica se descorrió, y pudo verse el primer cuadro del nuevo beato, una preciosa imagen del Papa Montini en pie, con las manos abiertas al pueblo de Dios. Su fiesta será el 26 de septiembre, proclamó Francisco.
Tras ello, y en medio de una gran ovación, se colocaron junto al altar las reliquias del nuevo beato: una camiseta ensangrentada que llevaba en su viaje a Manila, en 1970, cuando fue víctima de un atentado por parte de un desequilibrado que le asestó dos puñaladas.
El Evangelio de este domingo, en el que también se celebra la Jornada del Domund, hablaba del momento en que los fariseos tratan de tentar a Jesús. «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios». La base de la necesaria separación y mutua independencia Iglesia-Estado desde los tiempos del Resucitado.
«Acabamos de escuchar una de las frases más famosas de todo el Evangelio», subrayó el Papa, quien incidió en la «respuesta irónica y genial de Jesús a la provocación de los fariseos, que querían hacerle un examen de Religión y ponerle a prueba».
«Esto sucede en todo tiempo, desde siempre. Jesús pone el acento en la segunda parte de la frase, lo que significa reconocer y creer firmemente, frente a cualquier tipo de poder, que sólo Dios es el Señor del hombre, y no otro», añadió Francisco.
«Jesús no tiene miedo a las novedades, por eso continuamente nos sorprende llevándonos por caminos nuevos e imprevisibles. Nos renueva, nos hace siempre nuevos, porque el Evangelio es la novedad de Dios en el hombre y el mundo».
«A Dios le gusta mucho la novedad», añadió el Papa. «Dar a Dios lo que es de Dios es estar dispuestos a hacer su voluntad y colaborar con su Reino de amor y de paz». En esto, añadió, «reside nuestra nueva fuerza ante el pesimismo generalizado que nos ofrece el mundo. En esto reside nuestra esperanza, porque la esperanza en Dios no es una huida de la realidad. Es ponerse manos a la obra para devolver a Dios lo que le pertenece».
Por eso, el cristiano mira a Dios «para vivir plenamente la vida, con los pies bien puestos en la tierra, y responder con valentía a los retos de hoy». Lo hemos visto, señaló el Papa, durante el Sínodo. «Pastores y laicos de todos los rincones del mundo han traído la voz de la Iglesia de todo el mundo, con la mirada fija en Jesús»
«Ha sido una gran experiencia en la que hemos vivido la sinodalidad y la colegialidad, hemos vivido la fuerza del Espíritu Santo, que renueva sin cesar a la Iglesia, llamada a hacerse cargo de las heridas abiertas y devolver la esperanza a tantas personas que la han perdido».
Francisco dio gracias por los dones del Sínodo de la Familia, y pidió al Espíritu, «que en estos días intensos, nos ha concedido trabajar con verdadera creatividad, nos acompañe al camino de preparación del Sínodo del próximo mes de octubre de 2015». «Hemos sembrado, y seguiremos sembrando, con paciencia y perseverancia, sabiendo que es Dios quien siembra«.
Recordando a Pablo VI, Francisco hizo suyas sus palabras con las que inauguró los sínodos. «Contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido y apóstol incansable, sólo podemos decir una palabra sincera e importante: Gracias», señaló Bergoglio, arrancando una ovación de los presentes. «Gracias a nuestro amado Papa Pablo VI, gracias».
«El que fuera gran timonel del Concilio anotaba en su diario personal: ‘El Señor me ha llamado y me ha puesto a este servicio no tanto para que salve a la Iglesia, sino para que sufra algo por la Iglesia. Y quede claro que Él, y no otros, es quien la guía y la salva‘», aclaró el Papa, tal vez haciendo suyas las palabras de Montini.
«En esa humildad resplandece la grandeza de Pablo VI, quien en el momento en que vivía una sociedad secularizada y hostil, supo conducir con sabiduría, visión de futuro, y quizá en solitario, la barca de Pedro, sin perder la alegría ni la fe en el Señor».
«Pablo VI supo de verdad dar a Dios lo que es de Dios dedicando toda su vida a la sagrada, solemne y grave tarea de extender en la Tierra la misión de Cristo, guiando a la Iglesia para que sea al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación».
Ésta es la homilía íntegra de Francisco:
Acabamos de escuchar una de las frases más famosas de todo el Evangelio: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21).
Jesús responde con esta frase irónica y genial a la provocación de los fariseos que, por decirlo de alguna manera, querían hacerle el examen de religión y ponerlo a prueba. Es una respuesta inmediata que el Señor da a todos aquellos que tienen problemas de conciencia, sobre todo cuando están en juego su conveniencia, sus riquezas, su prestigio, su poder y su fama. Y esto ha sucedido siempre.
Evidentemente, Jesús pone el acento en la segunda parte de la frase: «Y [dar] a Dios lo que es de Dios». Lo cual quiere decir reconocer y creer firmemente -frente a cualquier tipo de poder- que sólo Dios es el Señor del hombre, y no hay ningún otro. Ésta es la novedad perenne que hemos de redescubrir cada día, superando el temor que a menudo nos atenaza ante las sorpresas de Dios.
¡Él no tiene miedo de las novedades! Por eso, continuamente nos sorprende, mostrándonos y llevándonos por caminos imprevistos. Nos renueva, es decir, nos hace siempre «nuevos». Un cristiano que vive el Evangelio es «la novedad de Dios» en la Iglesia y en el mundo. Y a Dios le gusta mucho esta «novedad».
«Dar a Dios lo que es de Dios» significa estar dispuesto a hacer su voluntad y dedicarle nuestra vida y colaborar con su Reino de misericordia, de amor y de paz. En eso reside nuestra verdadera fuerza, la levadura que fermenta y la sal que da sabor a todo esfuerzo humano contra el pesimismo generalizado que nos ofrece el mundo. En eso reside nuestra esperanza, porque la esperanza en Dios no es una huida de la realidad, no es un alibi: es ponerse manos a la obra para devolver a Dios lo que le pertenece. Por eso, el cristiano mira a la realidad futura, a la realidad de Dios, para vivir plenamente la vida -con los pies bien puestos en la tierra- y responder, con valentía, a los incesantes retos nuevos.
Lo hemos visto en estos días durante el Sínodo extraordinario de los Obispos -«sínodo» quiere decir «caminar juntos»-. Y, de hecho, pastores y laicos de todas las partes del mundo han traído aquí a Roma la voz de sus Iglesias particulares para ayudar a las familias de hoy a seguir el camino del Evangelio, con la mirada fija en Jesús. Ha sido una gran experiencia, en la que hemos vivido la sinodalidad y la colegialidad, y hemos sentido la fuerza del Espíritu Santo que guía y renueva sin cesar a la Iglesia, llamada, con premura, a hacerse cargo de las heridas abiertas y a devolver la esperanza a tantas personas que la han perdido. Por el don de este Sínodo y por el espíritu constructivo con que todos han colaborado, con el Apóstol Pablo, «damos gracias a Dios por todos ustedes y los tenemos presentes en nuestras oraciones» (1 Ts 1,2). Y que el Espíritu Santo que, en estos días intensos, nos ha concedido trabajar generosamente con verdadera libertad y humilde creatividad, acompañe ahora, en las Iglesias de toda la tierra, el camino de preparación del Sínodo Ordinario de los Obispos del próximo mes de octubre de 2015. Hemos sembrado y seguiremos sembrando con paciencia y perseverancia, con la certeza de que es el Señor quien da el crecimiento (cf. 1 Co 3,6). En este día de la beatificación del Papa Pablo VI, me vienen a la mente las palabras con que instituyó el Sínodo de los Obispos: «Después de haber observado atentamente los signos de los tiempos, nos esforzamos por adaptar los métodos de apostolado a las múltiples necesidades de nuestro tiempo y a las nuevas condiciones de la sociedad» (Carta ap. Motu proprio Apostolica sollicitudo).
Contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido, a este apóstol incansable, ante Dios hoy no podemos más que decir una palabra tan sencilla como sincera e importante: Gracias. Gracias a nuestro querido y amado Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia.
El que fuera gran timonel del Concilio, al día siguiente de su clausura, anotaba en su diario personal: «Quizás el Señor me ha llamado y me ha puesto en este servicio no tanto porque yo tenga algunas aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia de sus dificultades actuales, sino para que sufra algo por la Iglesia, y quede claro que Él, y no otros, es quien la guía y la salva» (P. Macchi, Paolo VI nella sua parola, Brescia 2001, 120-121). En esta humildad resplandece la grandeza del Beato Pablo VI que, en el momento en que estaba surgiendo una sociedad secularizada y hostil, supo conducir con sabiduría y con visión de futuro -y quizás en solitario- el timón de la barca de Pedro sin perder nunca la alegría y la fe en el Señor.
Pablo VI supo de verdad dar a Dios lo que es de Dios dedicando toda su vida a la «sagrada, solemne y grave tarea de continuar en el tiempo y extender en la tierra la misión de Cristo» (Homilía en el inicio del ministerio petrino, 30 junio 1963: AAS 55 [1963], 620), amando a la Iglesia y guiando a la Iglesia para que sea «al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación» (Carta enc. Ecclesiam Suam, Prólogo).