sta parábola nos impulsa a no esconder nuestra fe, a no enterrar la Palabra del Evangelio, y a hacerla circular en nuestra vida, como fuerza que purifica, que renueva
(Jesús Bastante).- «Dios se fía de nosotros, Dios tiene esperanza en nosotros, y esto es lo mismo para todos. No le desilusionemos. No nos dejemos llevar por el miedo: devolvamos confianza con confianza». El Papa Francisco trazó este mediodía durante el Angelus el valor de la parábola de los talentos: el dueño (Jesús) que entrega a sus sirvientes (nosotros) sus objetos de valor, y la tesitura ante la que nos encontramos: arriesgarlos o esconderlos «en una caja fuerte».
«Los servidores somos nosotros, y los talentos, son el patrimonio que el Señor nos confía», apuntó el Papa, quien insistió en que el patrimonio de Dios es «su palabra, la Eucaristía, la fe, su perdón... Todos sus bienes más preciosos. Este es el patrimonio que nos confía y que no sólo tenemos que custodiar, sino que hacer crecer».
«El hoyo excavado en el terreno indica el miedo a arriesgar. El miedo al riesgo del amor nos bloquea. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte, no, esto no nos lo pide. Sí quiere que la usemos en beneficio de los demás. Todos los bienes que recibimos son para darlos a los demás, y así crecen«, proclamó el pontífice.
El Papa invitó a los presentes a preguntarse «¿qué hemos hecho? ¿A quién hemos contagiado con nuestra fe o esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo?». En cualquier lugar o circunstancia, pues «no hay situaciones o lugares que impidan la presencia y el testimonio cristiano«.
«El testimonio que Jesús nos pide -añadió Francisco- no está cerrado, depende de nosotros. Esta parábola nos impulsa a no esconder nuestra fe, a no enterrar la Palabra del Evangelio, y a hacerla circular en nuestra vida, como fuerza que purifica, que renueva». Lo mismo sucede, explicó Bergoglio, con el perdón: «No tengamos cerrado el perdón a nosotros mismos: dejemos que salga con fuerza y haga caer los muros que hemos levantado. Que nos permita dar el primer paso y retomar el diálogo«.
«Haced que estos talentos, estos regalos, estos dones que el Señor nos ha dado, sean para los demás, crezcan y den fruto. Con nuestro testimonio», pidió el Papa, quien pidió a los fieles que, al llegar a casa, tomaran el Evangelio de San Matero, capítulo 25, versículos 14-30. «Leedlo. Meditadlo. Mis talentos, mis riquezas, todo lo que Dios me ha dado, ¿cómo los hago crecer en los demás?».
«El Señor no da a todos la misma cosa, sino que nos confía aquello que es justo para nosotros. Pero en todos hay una cosa que coincide: la inmensa y la misma confianza«, porque «Dios se fía de nosotros, no le desilusionemos, no nos dejemos llevar por el miedo: devolvamos confianza con confianza».
Tras el rezo del Angelus el Papa recordó las «tensiones muy fuertes entre residentes e inmigrantes» que se han vivido en Roma en los últimos días, e invitó «a las instituciones, a todos los niveles, que asuman como prioridad esto, que constituye una emergencia social, y que si no se afrontar lo más rápido posible, puede degenerar». En este sentido, ofreció el trabajo de la comunidad cristiana para el encuentro, incluso, «en una sala de una parroquia», para «hablar juntos, no ceder a la tentación de desencuentro, rechazar todo tipo de violencia y construir una convivencia cada vez más segura, pacífica e incluyente».
Francisco también quiso recordar, antes de concluir, a las víctimas de accidentes de tráfico, cuya jornada se celebra hoy en todo el mundo.
Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de este domingo es la parábola de los talentos, tomada de san Mateo (25,14-30). Narra de un hombre que, antes de partir para un viaje, convoca a sus servidores y les confía su patrimonio en talentos, monedas antiguas de un gran valor. Ese hombre confía al primer servidor cinco talentos, al segundo dos, al tercero uno. Durante la ausencia del hombre, los tres servidores deben hacer fructificar este patrimonio. El primer y el segundo servidor duplican cada uno el capital inicial; el tercero, en cambio, por miedo a perder todo, entierra en un pozo el talento recibido. Al regreso del señor, los primeros dos reciben felicitaciones y la recompensa, mientras el tercero, que devuelve solamente la moneda recibida, es reprendido y castigado.
El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos son los discípulos y los talentos son el patrimonio que el Señor les confía: su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celeste, su perdón… en resumen, sus más preciosos bienes. Mientras en el lenguaje común el término «talento» indica una resaltante calidad individual – por ejemplo en la música, en el deporte, etcétera -, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El pozo cavado en el terreno por el «servidor malo y perezoso» (v. 26) indica el temor del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte, sino que quiere que la usemos para provecho de los demás. Es como si nos dijese: «He aquí mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y úsalos abundantemente». Y nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos «contagiado» con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Cualquier ambiente, también el más lejano y árido, puede convertirse en un lugar donde hacer fructificar los talentos. No existen situaciones o lugares excluidos a la presencia y al testimonio cristiano.
Esta parábola nos empuja a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica, que renueva. Así como también el perdón, que el Señor nos dona especialmente en el Sacramento de la Reconciliación: no lo tengamos encerrado en nosotros mismos, sino dejémoslo que desate su fuerza, que haga caer aquellos muros que nuestro egoísmo ha levantado, que nos haga dar el primer paso en las relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde no hay más comunicación…
El Señor no da a todos las mismas cosas y de la misma manera: nos conoce personalmente y nos confía aquello que es justo para nosotros; pero en todos coloca la misma, inmensa confianza ¡No lo defraudemos! ¡No nos dejemos engañar por el miedo, sino intercambiemos confianza con confianza! La Virgen María encarna esta actitud de la forma más bella y más plena. Ella ha recibido y acogido el don más sublime, Jesús en persona, y a su vez lo ha ofrecido a la humanidad con corazón generoso. Pidámosle ayudarnos a ser «servidores buenos y fieles», para participar «de la alegría de nuestro Señor».