Hoy hay mucha necesidad de misericordia, y es necesario que los laicos lo vivan en los distintos ambientes sociales. Estamos viviendo el tiempo de la misericordia
(Jesús Bastante).- Mediodía lluvioso en la plaza de San Pedro. Menos fieles que los acostumbrados para celebrar la solemnidad del Bautismo de Jesús. Aún así, fueron decenas de miles los que se congregaron en torno a la basílica para escuchar el Angelus de Francisco. «Estamos viviendo el tiempo de la misericordia«, apuntó el Papa en sus palabras finales, recordando también a los «pobres, los encarcelados, los prófugos«, imagen «viva de Dios».
Francisco recordó el momento en que Juan Bautista bautizó a Jesús, y se abrieron los cielos, y se escuchó la voz de Dios, diciendo «Éste es mi hijo amado». «Con el bautismo se ha terminado el tiempo de los cielos cerrados«, proclamó Francisco, quien insistió en que «el pecado nos aleja de Dios, interrumpe el vínculo entre la Tierra y el Cielo«.
«Los cielos abiertos -prosiguió el Papa significan que Dios ha entregado a su hijo para que la Tierra dé fruto, y así la Tierra se convierte en la casa de Dios para los hombres. Cada uno tiene la posibilidad de encontrar a los hijos de Dios, experimentando el amor».
Un amor de Dios que «podemos encontrar en los Sacramentos», pero también «en los rostros de los hermanos, especialmente en los más pobres, los encarcelados, los prófugos: ellos son carne viva del Cristo sufriente e imagen visible del Dios invisible».
Con el bautismo de Jesús, continuó el Ponítfice, «la voz del Padre proclama el misterio que se esconde en el hombre bautizado». Y después «la bajada del Espíritu Santo», el «gran olvidado de nuestras oraciones. Rezamos a Jesús, rezamos al Padre, pero no tan frecuentemente al Espíritu Santo. Es verdad, ¿no? Es el gran olvidado, Y tenemos necesidad de su ayuda, de su fortaleza, de su inspiración».
«El Espíritu Santo anima completamente la vida y el misterio de Jesús, y hoy guía la existencia cristiana, de un hombre y una mujer que quieren ser cristianos», añadió Bergoglio, quien recordó cómo «nuestra vida de cristianos es una misión que hemos recibido con el bautismo, y que pide el valor necesario para superar los momentos difíciles».
«Un cristiano y una comunidad sordos al Espíritu Santo, que no lleva el Evangelio a los fines de la Tierra, se convierten en cristianos mudos que no van a evangelizar. Hay que rezar a menudo al Espíritu Santo, que nos dé las fuerzas para ir hacia adelante».
En el saludo posterior al rezo, Francisco recordó que «hoy hay mucha necesidad de misericordia, y es necesario que los laicos lo vivan en los distintos ambientes sociales. Estamos viviendo el tiempo de la misericordia».
Finalmente, apuntó que «mañana partiré a Sri Lanka y Filipinas. Gracias por el deseo de ‘buen viaje’, gracias. Acompañadme con la oración. Pido a los de Sri Lanka y Filipinas que recen especialmente por mí, y por este viaje».
«Hoy es un día para recordar, con alegría, el propio bautismo. Recordad lo que os dije: cuándo habéis sido bautizado. Yo también fui bautizado. No olvidéis rezar por mí», culminó Bergoglio.
Palabras del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Hoy celebramos la fiesta del bautismo del Señor, con el cual concluye el tiempo de Navidad. El Evangelio describe lo que sucede a orillas del Jordán. En el momento en el cual Juan el Bautista confiere el bautismo a Jesús, el cielo se abre. «Enseguida – dice san Marcos – al salir del agua, vio que los cielos se abrían» (1,10). Viene a la mente la dramática súplica del profeta Isaías: «Si tu abrieras los cielos y bajaras» (Is 63,19). Esta invocación ha sido escuchada en el evento del Bautismo de Jesús. Así se ha terminado el tiempo de los «cielos cerrados», que indican la separación entre Dios y el hombre, como consecuencia del pecado. El pecado nos aleja de Dios e interrumpe la relación entre la tierra y el cielo, determinando así nuestra miseria y el fracaso de nuestra vida. Los cielos abiertos indican que Dios ha donado su gracia para que la tierra de sus frutos (Cfr. Sal 85,13). Así la tierra se ha convertido en la morada de Dios entre los hombres y cada uno de nosotros tiene la posibilidad de encontrar el Hijo de Dios, experimentando todo el amor y la infinita misericordia. Lo podemos encontrar realmente presente en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Lo podemos reconocer en el rostro de nuestros hermanos, en especial en los pobres, en los enfermos, en los encarcelados, en los prófugos: ellos son la carne viva de Cristo sufriente e imagen visible del Dios invisible.
Con el bautismo de Jesús no solo se abren los cielos, sino Dios habla nuevamente haciendo resonar su voz: «Tu eres mi Hijo amado: en Ti me he complacido» (Mc 1,11). La voz del Padre proclama el misterio que se esconde en el Hombre bautizado por el Precursor.
Luego, la venida del Espíritu Santo, en forma de paloma, esto consiente a Cristo, el Consagrado del Señor, inaugurar su misión salvífica, que es nuestra salvación. El Espíritu Santo – el gran olvidado en nuestras oraciones: nosotros frecuentemente rezamos a Jesús, oramos al Padre, especialmente cuando rezamos el Padre Nuestro, pero no rezamos frecuentemente al Espíritu Santo, es verdad. ¿No? Es el olvidado. Y tenemos necesidad de pedir su ayuda, su fortaleza, su inspiración – el Espíritu Santo que ha animado enteramente la vida y el ministerio de Jesús, es el mismo Espíritu que hoy guía la existencia cristiana, la existencia de un hombre y de una mujer que dicen y que quieren ser cristianos. Poner bajo la acción del Espíritu Santo nuestra vida de cristianos y la misión, que todos hemos recibido en virtud del bautismo, significa redescubrir el coraje apostólico necesario para superar fáciles comodidades mundanas. En cambio, un cristiano y una comunidad «sordos» a la voz del Espíritu Santo, que nos impulsa a llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra y de la sociedad, se hacen también un cristiano y una comunidad «mudos» que no hablan y no evangelizan. Pero, recuerden esto: rezar frecuentemente al Espíritu Santo para que nos ayude, nos de la fuerza, nos de la inspiración y nos haga ir adelante.
María, Madre de Dios y de la Iglesia, acompañe el camino de todos nosotros bautizados; nos ayude a crecer en el amor hacia Dios y en la alegría de servir al Evangelio, para dar así sentido pleno a nuestra vida.
SALUDOS DEL PAPA AL FINALIZAR LA ORACIÓN MARIANA
Queridos hermanos y hermanas,
¡Los saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos!
Con mucho gusto saludo al grupo de estudiantes de los Estados Unidos de América, como también a la Asociación de Laicos Amor Misericordioso. Hay tanta necesidad hoy de misericordia, y es importante que los fieles laicos lo vivan y lo lleven a los diversos ambientes sociales. Adelante, nosotros estamos viviendo el tiempo de la misericordia, este es el tiempo de la misericordia.
Mañana por la tarde partiré para un viaje apostólico en Sri Lanka y en las Filipinas. Gracias de sus saludos en ese cartel, muchas gracias. Y les pido por favor de acompañarme con la oración y pido también a los esrilanqueses y a los filipinos que están aquí en Roma de orar especialmente por mí, por este viaje. ¡Gracias!
Les deseo a todos buen domingo, a pesar de que el tiempo está un poco feo, pero un buen domingo. Y también hoy es un día para recordar con alegría el bautismo. Recuerden aquello que les he pedido, busquen la fecha de su Bautizo así cada uno de nosotros podrá decir: yo he sido bautizado en este día. Que hoy sea la alegría del Bautismo. No se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!