La Iglesia no puede ni quiere conformarse a la mentalidad de indiferencia y de desprecio a la vejez
(José M. Vidal).- El día 13 de este mes hará dos años que el Papa Francisco llegó al solio pontificio. Desde entonces, sin fallar, la gente sigue llenando todos los miércoles y todos los domingos la Plaza de San Pedro. Con el mismo fervor y la misma ilusión. El pueblo de Dios es su coraza, en un referendum que gana dos veces por semana.
La gente le quiere y se lo dice. Y Francisco interactua con todos y con cada uno. Besa a los niños, recoge flores, saluda, bendice, intercambia el solideo, se baja del papamóvil a hablar con una anciana…Quiere y se deja querer.
Lectura Del Eclesiástico: «No te burles de los ancianos, también nosotros envejeceremos…»
Algunas frases del Papa
«La catequesis de hoy está dedicada a los ancianos, a los abuelos»
«Problemática condición actual de los ancianos. El próximo miércoles, en positivo, sobre la vocación de esta etapa de la vida»
«La vida se ha ampliado, pero la sociedad no se ha ampliado a la vida»
«El número de ancianos se ha multiplicado, pero en nuestras sociedades no se les respeta»
«La vejez como si fuese una enfermedad»
«Los ancianos, pobres, enfermos y solos, experimentamos las lagunas de una sociedad programada sobre la eficiencia y que, consiguientemente, ignora a los ancianos»
«Los ancianos son una riqueza, que no se puede ignorar»
«Palabras claras y proféticas de Benedicto XVI: ‘La calidad de una sociedad se juzga por cómo son tratados los ancianos'»
«¿En una civilización hay atención al anciano? Esa civilización irá adelante, porque sabe respetar la sabiduría de los ancianos»
«Cuando son descartados, esa sociedad lleva consigo el virus de la muerte. Así de claro»
«El siglo actual es el siglo del envejecimiento: disminuyen los hijos y aumentan los ancianos»
«Este es un desafío para la cultura contemporánea»
«Se muestra al anciano como un peso y como una carga»
«Y, como resultado, son descartados»
«Es algo feo, es pecado descartar a los ancianos»
«Nos hemos acostumbrado a descartar a la gente»
«Los ancianos son abandonados, no sólo en la precariedad material y en la incapacidad de aceptar sus límites, que reflejan nuestros límites»
«La cultura actual no les permite participar, en un modelo en el que sólo los jóvenes pueden ser útiles»
«Los ancianos son la reserva sapiencial de nuestro pueblo»
«Recuerdo cuando visitaba las residencias de ancianos, hablaba con algunos…Ocho meses sin ser visitada por el hijo. Esto se llama pecado mortal, ¿entendido?»
«La abuela nos contaba la historia de un anciano, que al comer, se manchaba. El hijo había decidido de apartarlo de la mesa común y le hizo una mesita en al cocina, para que comiese solo. Pocos días después llegó a casa y encontró a su propio hijo haciendo una mesa: Para cuando tú seas anciano puedas comer allí»
«La Iglesia no puede ni quiere conformarse a la mentalidad de indiferencia y de desprecio a la vejez»
«Despertar el sentido colectivo de gratitud, de aprecio y de hospitalidad»
«El anciano somos nosotros, dentro de poco o de mucho, inevitablemente».
«Si no tratamos bien a los ancianos, así nos tratarán a nosotros»
«Todos los viejos somos frágiles. Algunos más que otros…»
«Una sociedad sin proximidad, sin afecto es una sociedad perversa»
«La Iglesia no puede tolerar esta degeneración»
«Donde no se honra a los ancianos , no hay futuro para los jóvenes»
Texto completo de la catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
La catequesis de hoy y la del miércoles próximo están dedicadas a los ancianos que, en el ámbito de la familia, son los abuelos, tíos abuelos. Hoy reflexionamos sobre la problemática condición actual de los ancianos y la próxima vez, es decir el próximo miércoles, más en positivo, sobre la vocación contenida en esta edad de la vida.
Gracias a los progresos de la medicina la vida se ha prolongado: ¡pero la sociedad no se ha «prolongado» a la vida! El número de los ancianos se ha multiplicado, pero nuestras sociedades no se han organizado suficientemente para hacerles lugar a ellos, con justo respeto y concreta consideración por su fragilidad y su dignidad. Mientras somos jóvenes, tenemos la tendencia a ignorar la vejez, como si fuera una enfermedad, una enfermedad que hay que tener lejos; luego cuando nos volvemos ancianos, especialmente si somos pobres, estamos enfermos, estamos solos, experimentamos las lagunas de una sociedad programada sobre la eficacia, que en consecuencia, ignora a los ancianos. Y los ancianos son una riqueza, no se pueden ignorar.
Benedicto XVI, visitando una casa para ancianos, usó palabras claras y proféticas, decía así: «La calidad de una sociedad, quisiera decir de una civilización, se juzga también por cómo se trata a los ancianos y por el lugar que se les reserva en la vida en común» (12 de noviembre 2012). Es verdad, la atención a los ancianos hace la diferencia de una civilización. ¿En una civilización hay atención al anciano? ¿Hay lugar para el anciano? Esta civilización seguirá adelante porque sabe respetar la sabiduría, la sabiduría de los ancianos. En una civilización en donde no hay lugar para los ancianos, en la que son descartados porque crean problemas… es una sociedad que lleva consigo el virus de la muerte.
En occidente, los estudiosos presentan el siglo actual como el siglo del envejecimiento: los hijos disminuyen, los viejos aumentan. Este desequilibrio nos interpela, es más, es un gran desafío para la sociedad contemporánea. Sin embargo una cierta cultura del provecho insiste en hacer ver a los viejos como un peso, una «lastre». No sólo no producen sino que son una carga: en fin, ¿cuál es el resultado de pensar así? Hay que descartarlos. ¡Es feo ver a los ancianos descartados, es una cosa fea, es pecado! ¡No nos atrevemos a decirlo abiertamente, pero se hace! Hay algo vil en este acostumbrarse a la cultura del descarte. Pero nosotros estamos acostumbrados a descartar a la gente.
Queremos remover nuestro acrecentado miedo a la debilidad y a la vulnerabilidad; pero de este modo aumentamos en los ancianos la angustia de ser mal soportados y abandonados.
Ya en mi ministerio en Buenos Aires toqué con la mano esta realidad con sus problemas: «Los ancianos son abandonados, y no sólo en la precariedad material. Son abandonados en la egoísta incapacidad de aceptar sus limitaciones que reflejan las nuestras, en los numerosos escollos que hoy deben superar para sobrevivir en una civilización que no los deja participar, opinar ni ser referentes según el modelo consumista de «sólo la juventud es aprovechable y puede gozar». Esos ancianos que deberían ser, para la sociedad toda, la reserva sapiencial de nuestro pueblo. ¡Los ancianos son la reserva sapiencial de nuestro pueblo! ¡Con qué facilidad, cuando no hay amor, se adormece la conciencia!» (Sólo el amor nos puede salvar, Ciudad del Vaticano 2013, p. 83). Y esto sucede. Recuerdo cuando visitaba las casas de ancianos, hablaba con cada uno de ellos y muchas veces escuché esto: «Ah, ¿cómo está usted? ¿Y sus hijos? – Bien, bien – ¿Cuántos tiene? – Muchos.- ¿Y vienen a visitarla? – Sí, sí, siempre. Vienen, vienen.- ¿Y cuándo fue la última vez que vinieron?» Y así la anciana, recuerdo especialmente una que dijo: «Para Navidad». ¡Y estábamos en agosto! Ocho meses sin ser visitada por sus hijos, ¡ocho meses abandonada! Esto se llama pecado mortal, ¿se entiende?
Una vez, siendo niño, la abuela nos contaba una historia de un abuelo anciano que cuando comía se ensuciaba porque no podía llevarse bien la cuchara a la boca, con la sopa. Y el hijo, es decir, el papá de la familia, había tomado la decisión de pasarlo de la mesa común a una pequeña mesita de la cocina, donde no se veía, para que comiera solo. Pocos días después, llegó a casa y encontró a su hijo más pequeño que jugaba con la madera, el martillo y clavos, y hacía algo ahí, y le pregunta: Pero, ¿qué cosa haces?- «Hago una mesa, papá». ¿Una mesa para qué? «Para cuando tú te vuelvas anciano, así puedes comer ahí». ¡Los niños tienen más conciencia que nosotros!
En la tradición de la Iglesia hay un bagaje de sabiduría que siempre ha sostenido una cultura de cercanía a los ancianos, una disposición al acompañamiento afectuoso y solidario en esta parte final de la vida. Tal tradición está arraigada en la Sagrada Escritura, como lo demuestran, por ejemplo, estas expresiones del libro del Eclesiástico: «No te apartes de la conversación de los ancianos, porque ellos mismos aprendieron de sus padres: de ellos aprenderás a ser inteligente y a dar una respuesta en el momento justo» (Ecl 8,9).
La Iglesia no puede y no quiere adecuarse a una mentalidad de intolerancia, y menos aún de indiferencia y desprecio a los mayores. Debemos despertar el sentido colectivo de gratitud, de aprecio, de acogida, que haga sentir al anciano parte viva de su comunidad.
Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que nos han precedido en nuestras mismas calles, en nuestra misma casa, en nuestra batalla cotidiana por una vida digna. Son hombres y mujeres de quienes hemos recibido mucho. El anciano no es un extraterrestre. El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, inevitablemente de todos modos, aunque no lo pensemos. Y si nosotros no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos tratarán a nosotros.
Frágiles, somos un poco todos los viejos. Algunos, sin embargo, son particularmente débiles, muchos están solos, y marcados por la enfermedad. Algunos dependen de cuidados indispensables y de la atención de los demás. ¿Haremos por ello un paso atrás? ¿Los abandonaremos a su suerte? Una sociedad sin proximidad, en donde la gratuidad y el afecto sin compensación – incluso entre extraños – van desapareciendo, es una sociedad perversa. La Iglesia, fiel a la Palabra de Dios, no puede tolerar estas degeneraciones. Una comunidad cristiana en la cual la proximidad y gratuidad dejaran de ser consideradas indispensables, perdería con ellas su alma. Donde no hay honor para los ancianos, no hay futuro para los jóvenes.
Resumen de la catequesis del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy está dedicada a la situación de los ancianos en la sociedad actual.
Gracias a los avances de la medicina, la vida del hombre se ha prolongado, pero nuestras sociedades, a menudo basadas en el criterio de la eficacia, no se han alargao el corazòn a esta realidad.
La cultura del descarte considera a los mayores un lastre, un peso, pues no sólo no producen, sino que además constituyen una carga y, aunque no se diga abiertamente, se los desecha. Y muchas personas mayores viven con angustia esta situación de desvalimiento y abandono. Una sociedad sin proximidad, donde la gratuidad y el afecto sin contrapartidas van desapareciendo, es una sociedad perversa.
Fiel a la Palabra de Dios, la tradición de la Iglesia siempre ha valorado a los ancianos y ha dedicado un cuidado especial a esa etapa final de la vida. Por eso mismo, no puede tolerar una mentalidad distante, indiferente y, menos aún, de desprecio a los mayores, y pretende despertar el sentido colectivo de gratitud y acogida, para que los ancianos lleguen a ser parte viva de la sociedad.
Los jóvenes de hoy serán los ancianos de mañana. También ellos lucharon por una vida digna, recorriendo nuestras mismas calles y viviendo en nuestras casas. Tengamos bien oresente: donde los ancianos no son respetados, los jóvenes no tienen futuro.
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Saludo a los peregrinos de lengua española venidos de España, México, Argentina y otros países latinoamericanos. Queridos hermanos, recordemos hoy a los ancianos especialmente necesitados, que viven solos, enfermos, dependientes de los demás. Que puedan sentir la ternura del Padre a través de la amabilidad y delicadeza de todos. Muchas gracias.