Nuestra débil obra, aparentemente pequeña, si está injertada en la de Dios, no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor está asegurada. Su amor hará surgir y crecer cada semilla de Dios en la tierra
(Jesús Bastante).- El Evangelio, la semilla que germina. Nosotros, la tierra. El Papa Francisco hizo una bellísima lectura de dos de las parábolas más breves y conocidas de la Palabra de Jesús: la de la semilla y la del grano de mostaza. «El amor de Dios hará brotar y crecer cada semilla de bien presente en la tierra«, subrayó el Papa en el Angelus de hoy.
A través de estas imágenes, «Jesús presenta la eficacia y las exigencias del Reino de Dios, mostrando las razones de nuestra esperanza y del compromiso en nuestra historia», subrayó Francisco, quien incidió en que «Dios está confiado en la potencia misma de la semilla, y la fertilidad del terreno«.
«La semilla es símbolo de la palabra de Dios. Como la humilde semilla se desarrolla en la tierra, así la palabra obra con la potencia de Dios en el corazón de quien la escucha«, incidió Bergoglio, quien añadió que el Padre «ha confiado su palabra a nuestra tierra, a cada uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad. Podemos confiar que la palabra de Dios es palabra creadora, destinada a convertirse en el grano en la espina».
«Si esta palabra es acogida produce sus frutos, porque Dios la hace madurar por caminos que no siempre podemos verificar, que no sabemos. Todo esto nos hace comprender que siempre Dios es quien hace crecer su Reino«, añadió, señalando que «Dios es el único que lo hace crecer. El hombre es su humilde colaborador, que contempla la creación divina y espera con paciencia sus frutos».
«La Palabra de Dios hace crecer, da vida«, concluyó Bergoglio, quien volvió a pedir a los fieles a que llevaran el Evangelio en el bolsillo, y lo leyeran cada día. «No os olvideis nunca de esto, de nutrirnos cada día con la palabra viva de Dios. Esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del Reino de Dios».
En cuanto al grano de mostaza, «aun siendo la más pequeña de todas las semillas, crece hasta convertirse en el más grande de los árboles del huerto. Así es el Reino de Dios. Para poder entrar, hay que ser pobre, y confiar no en nuestras capacidades, sino en las de Dios; somos preciosos a los ojos de Dios, que privilegia a los humildes y sencillos.»
«Cuando vivimos así, a través nuestro irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar la masa del mundo y la historia», añadió el Papa. Porque «el Reino de Dios pide nuestra colaboración«, aunque sea esencialmente «iniciativa y don del Señor». «Nuestra débil obra, aparentemente pequeña, si está injertada en la de Dios, no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor está asegurada. Su amor hará surgir y crecer cada semilla de Dios en la tierra«.
«Esto -concluyó- nos abre a la confianza y la esperanza, pese a los dramas y sufrimientos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla porque lo hace madurar el amor misericordioso de Dios».
En los saludos posteriores, el Papa reconoció la solidaridad de los donantes de sangre en todo el mundo, y aseguró sentirse cercano «a todos los trabajadores que defienden de manera solidaria su derecho al trabajo, ¡que es un derecho a la dignidad!».
Finalmente, recordó que el próximo jueves se publicará la encíclica «Laudato Si». «Invito a acompañar este acontecimiento con una atención renovada a las situaciones de degradación ambiental, pero también de recuperación en los territorios». La carta «está dirigida a todos. Recemos para que todos puedan recibir su mensaje, y crecer en la responsabilidad hacia la casa común que Dios nos ha confiado a todos».
Texto de la meditación del Papa Francisco antes de rezar el Ángelus del XI Domingo del tiempo ordinario:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy está formado por dos parábolas muy breves: la de la semilla que germina y crece sola, y la de la semilla de mostaza (Cfr. Mc 4, 26 – 34). A través de estas imágenes tomadas del mundo rural, Jesús presenta la eficacia de la Palabra de Dios y las exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso en la historia.
En la primera parábola la atención se pone sobre el hecho de que la semilla, tirada en la tierra, se arraiga y se desarrolla sola, independientemente de que el campesino duerma o vele. Él confía en el poder interno de la misma semilla y en la fertilidad del terreno.
En el lenguaje evangélico, la semilla es símbolo de la Palabra de Dios, cuya fecundidad recuerda esta parábola. Como la humilde semilla se desarrolla en la tierra, así la Palabra actúa con el poder de Dios en el corazón de quien la escucha. Dios ha encomendado su Palabra a nuestra tierra, es decir a cada uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad. Podemos ser confiados, porque la Palabra de Dios es palabra creadora, destinada a convertirse en el «grano abundante en la espiga» (v. 28).
Esta Palabra, si se la escucha, ciertamente da sus frutos, porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre podemos verificar y de un modo que no conocemos (Cfr. v. 27). Todo esto nos hace comprender que es siempre Dios, es siempre Dios, quien hace crecer su Reino. Por esto rezamos tanto , ‘¡venga a nosotros tu Reino!’. Es Él quien lo hace crecer. El hombre es su humilde colaborador, que contempla y se regocija por la acción creadora divina y espera sus frutos con paciencia.
La Palabra de Dios hace crecer, da vida, y aquí quisiera recordarles, otra vez, la importancia de tener el Evangelio, la Biblia, a mano. El Evangelio pequeño, en la cartera, en el bolsillo, y de alimentarnos cada día con esta Palabra viva de Dios. Leer cada día un pasaje del Evangelio, un pasaje de la Biblia. Jamás olviden esto, por favor. Porque esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del Reino de Dios.
La segunda parábola utiliza la imagen del granito de mostaza. Aun siendo la más pequeña de todas las semillas, está llena de vida y crece hasta llegar a ser «la más grande de todas las plantas de la huerta» (Mc 4, 32). Y así es el Reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante.
Para entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes. Cuando vivimos así, a través nuestro irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar la entera masa del mundo y de la historia.
De estas dos parábolas surge una enseñanza importante: el Reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre todo, iniciativa y don del Señor. Nuestra débil obra, aparentemente pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si se la coloca en la de Dios no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor es segura: su amor hará brotar y hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza, a pesar de los dramas, las injusticias y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque lo hace madurar el amor misericordioso de Dios.
Que la Santísima Virgen, que ha escuchado como «tierra fecunda» la semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que jamás nos decepciona.