Francisco denuncia 'un hilo invisible que une a cada una de las exclusiones'
(Roberto Alifano).- Santo Tomás de Aquino en su Summa theologiae, hizo el primer compendio de la doctrina católica en la cual trata cuatrocientas noventa y cinco cuestiones divididas en artículos; luego, en la Summa contra gentiles, compendia la apología filosófica de la fe católica, que consta de más de cuatrocientos capítulos agrupados en cuatro libros, que fueron redactados a petición de Raimundo de Peñafort.
Santo Tomás fue asimismo muy popular por su aceptación y comentarios de las obras de Aristóteles, señalando, por primera vez en la historia, que eran compatibles con la fe católica. A Santo Tomás se le debe un rescate y reinterpretación de la «metafísica» y una obra de teología aún sin parangón.
Entre sus compañeros estaba Buenaventura de Fidanza, con quien mantuvo una singular relación de amistad, aunque también cierta polémica intelectual. Antes de que el «buen buey» acabara los estudios, Alberto Magno, sorprendido por el entendimiento de su alumno napolitano, le encargó un Acto escolástico, y a sus fortísimos argumentos el alumno respondió con perfecta distinción, deshaciendo el discurso del Doctor alemán, el cual dijo a la asamblea: Vosotros llamáis a éste el Buey mudo, pero yo os aseguro que este Buey dará tales mugidos con su saber que resonarán por el mundo entero.
Algo similar se está dando en nuestros complejos tiempos con el jesuita Jorge Bergoglio, que convertido en «Papa Francisco» está sacudiendo al mundo con su necesario impulso revolucionario, que cada vez se afianza más en sus discursos ecuménicos, hasta el límite de ser considerado populista y hasta marxista por sectores ultraconservadores.
Sin duda el que pronunció en Bolivia es el discurso de más fuerte contenido político y social de su pontificado. «El futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos», clamó en la clausura del Segundo Encuentro Mundial de los Movimientos Populares.
El Pontífice habló en Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más importante de este país que agrupa a diez millones de habitantes, y considerado uno de los más pobres de América latina. Lo hizo en una jornada marcada por la polémica que provocó una suerte de crucifijo tallado sobre una hoz y un martillo obsequiado por Evo Morales.
En ese discurso, Francisco volvió a hablar de un mundo sumergido en lo que él llama una «tercera guerra mundial en cuotas«. En la denuncia menciona a «un hilo invisible que une a cada una de las exclusiones: un sistema que ha impuesto la lógica de la ganancia a toda costa». Según sus palabras «este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan los pueblos», afirmó. «Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana madre Tierra», como la llamó en su reciente Encíclica.
Aclaró luego que estaba hablando no sólo de problemas de América latina, sino de toda la humanidad. «Se está castigando a la Tierra, a los pueblos, a las personas, de un modo casi salvaje».
El primer Encuentro Mundial de los Movimientos Populares había tenido lugar en octubre del año pasado en el Vaticano por voluntad de Francisco. Como recordó el propio Papa en su largo e intenso discurso, que duró más de una hora, volvió a reclamar por las «las tres t»: tierra, techo y trabajo para todos.
«Lo dije y lo repito, son un derecho sagrado -sostuvo Francisco-. Vale la pena luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en América latina y en todo el mundo», concluyó, provocando el aplauso unánime de la feligresía reunida. Entre esa gente que lo ovacionó, no sólo estaba el presidente Evo Morales, que antes había dado un discurso de media hora en el que reivindicó su pasado de lucha contra «el imperialismo castrador», sino también cartoneros, indígenas con el rostro pintado, obreros con casco y miembros y dirigentes de movimientos de todo el mundo, como el abogado argentino Juan Grabois, cercano a Bergoglio.
El Papa siguió elogiando a los movimientos populares, que definió como «poetas sociales» y los comprometió para impulsar el cambio. «Son ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, los que deben hacerlo. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en vuestras manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la busca cotidiana de las «tres t», que he mencionado. «¡No se achiquen!», los alentó con las manos en alto. Agregó después que ni el Papa ni la Iglesia tienen «una receta para solucionar los graves problemas de este mundo». Pero propuso tres grandes tareas: poner la economía al servicio de los pueblos; unir los pueblos en el camino de la paz y la justicia, y defender la madre Tierra.
Al denunciar el sistema actual, llamó a decirle «no a una economía de exclusión e inequidad» y aseguró que «el problema es un sistema que sigue negándoles a miles de millones de hermanos los más elementales derechos económicos, sociales y culturales». Denunció, además, que este sistema «atenta contra el proyecto de Jesús ya que el destino universal de los bienes no es un adorno discursivo de la doctrina social de la Iglesia, sino una realidad anterior a la propiedad privada.
Por otro lado -enfatizó-la propiedad, muy en especial cuando afecta los recursos naturales, debe estar siempre en función de las necesidades de los pueblos». Al hablar de la necesidad de unidad, destacó que «en estos últimos años, después de tantos desencuentros, muchos países latinoamericanos han visto crecer la fraternidad entre sus pueblos. Así, los gobiernos de la región aunaron esfuerzos para hacer respetar su soberanía, la de cada país y la del conjunto regional, que tan bellamente, como nuestros padres de antaño, llaman la Patria Grande», agregó.
Advirtió luego que «hay factores que atentan contra la soberanía de los países de esta Patria común y otras latitudes del planeta». Y arremetió con garra contra el «nuevo colonialismo que se esconde detrás del poder anónimo del ídolo dinero«, o «bajo el noble ropaje de la lucha contra la corrupción, el narcotráfico o el terrorismo cuando se imponen a los Estados medidas que poco tienen que ver con la resolución de esas problemáticas y muchas veces empeoran las cosas».
Sumó a estos conceptos «la concentración monopólica de los medios de comunicación social, que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural, es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo ideológico».
Tampoco pasó por alto los graves problemas de la humanidad que no se pueden resolver sin la interacción entre los Estados y los pueblos a nivel internacional», y destacó que «esa interacción no es sinónimo de imposición». A renglón seguido hizo un mea culpa «no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América».
Con este discurso revolucionario, de tono mucho más fuerte de lo que se esperaba, Francisco cerró otra jornada intensa, marcada por una ciudad paralizada para verlo pasar en papamóvil, obtener una bendición o simplemente gritarle «¡Papa, te queremos!».
Decía Gilbert Keith Chesterton que los milagros se producen todo el tiempo, pero nuestra desatención hace que no lleguemos a percibirlos. Francisco es un milagro que se nos está revelando en esto tiempos. Reconocerlo es quizá nuestro deber de buenos católicos.