Que cada lugar de la tierra diga con una única voz: No a la guerra, no a la violencia, sí al diálogo, sí a la paz. Con la guerra siempre se pierde. El único modo de vencer una guerra es no hacerla
(Jesús Bastante).- Hace 70 años, dos bombas nucleares destrozaron Hiroshima y Nagasaki, y removieron las conciencias de todo el mundo. «Fue un trágico evento, que suscita horror y repulsión», subrayó el Papa en el Angelus, incidiendo en que el desastre «se ha convertido en el símbolo del desmedido poder destructor del hombre cuando hace un uso distorsionado de la ciencia y la técnica», así como «una advertencia perenne a la Humanidad, para que repudie para siempre la guerra y destierre las armas nucleares y toda arma de destrucción masiva«.
«Este triste aniversario nos llama sobre todo a rezar y a implicarnos por la paz, para difundir una ética de fraternidad y un clima de serena convivencia entre los pueblos. Que cada lugar de la tierra diga con una única voz: No a la guerra, no a la violencia, sí al diálogo, sí a la paz», añadió el Papa en su saludo final, resaltando que «con la guerra siempre se pierde. El único modo de vencer una guerra es no hacerla».
Durante el Angelus, Francisco se refirió al momento en que Jesús explica el significado de la multiplicación de los panes, y el rechazo que sus palabras tuvieron en buena parte de sus seguidores. «Jesús parte de la experiencia del hambre y del signo del pan, para revelarse a sí mismo, e invitar a creer en él. La gente lo busca, lo escucha, porque se ha quedado entusiasmada por el milagro, querían hacerlo rey. Pero cuando Jesús afirma que el verdadero pan de Dios es él mismo, muchos se escandalizan, muchos no comprenden y empiezan a murmurar entre ellos».
«Decían: No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo puede decir que ha descendido del cielo? Y comienzan a murmurar. Jesús responde: nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado. Quien cree, tiene la vida eterna», recordó Bergoglio, quien pidió reflexionar sobre ello.
Y es que «no basta encontrar a Jesús para creer, en él, no basta leer la Biblia o el Evangelio, no basta asistir a milagros. Muchas personas han estado en estrecho contacto con Jesús y no le han creído, le han despreciado y condenado», señaló Francisco. «¿Por qué eso? Porque su corazón estaba cerrado a la acción del Espíritu de Dios. Si tú tienes el corazón cerrado la fe no entra. Dios Padre siempre nos atrae hacia Jesús. Somos nosotros, al abrir nuestro corazón, o al cerrarlo».
«En cambio, la fe, como una semilla en lo más profundo del corazón, que se abre cuando nos dejaos atraer a Jesús con el alma abierta, sin prejuicios, y reconocemos en su rostro, el rostro de Dios, y en sus palabras, la Palabra de Dios», añadió, incidiendo en que así «recibimos el don, el regalo de la fe». Y es así como «podemos comprender el sentido del pan de la vida que Jesús nos da». «El don de la fe no es un don privado, que no es propiedad privada, sino un don que hay que compartir, es un don para la vida del mundo», concluyó el Papa.
Al final de su intervención, Francisco mostró su «gran preocupación» las noticias que llegan desde el Salvador, «donde en los últimos tiempos se han agravado las penurias de la población a cuas de la crisis, de agudos contrastes sociales y de la creciente violencia. Animo al querido pueblo salvadoreño para que persevere unido en la esperanza, e imploro a que en la tierra del beato Óscar Romero vuelvan a florecer la justicia y la paz».