Francisco se opone, como el Nazareno, resueltamente a esos poderes tan distantes del pesebre
(RyL).- Ya de regreso en Roma, este hombre de Dios puede estar seguro que millones de personas -creyentes o no- le estarán agradecidas por toda la humanidad derramada en esta extensa gira, por su inmenso servicio a las causas más nobles del hombre y la mujer insertos en medio de un mundo desigual, cruel y temeroso. Felizmente y gracias a Dios, han sido cumplidas todas las expectativas más allá de lo esperado por ambas naciones.
Deja en Cuba una estela de esperanza y consolidados puentes de entendimiento y diálogo entre todos sus ciudadanos para alcanzar mayores grados de democracia por un lado y, por otro, consolida una amplia conciencia mundial de que el nefasto «embargo» impuesto por los EEUU debe terminar lo antes posible, simplemente porque atenta a la calidad de vida de millones de cubanos. Varios minutos duraron los aplausos en la Plaza de la Revolución cuando Francisco concluyó su extraordinaria homilía con esta cita: «Quien no vive para servir, no sirve para vivir».
Respecto a su viaje al país más poderoso de la tierra, desde el primer momento que aterrizó el avión en Washington, Francisco tuvo un especial lenguaje equilibrado y matizado para exponer argumentos contundentes favorables a la democracia, el respeto a toda persona humana, a la ecología amenazada y resaltar que las esclavitudes y guerras en su esencia son condenables.
En su discurso en el Congreso de los EEUU, sorprendió a todos al recordar el legado social, político y religioso de cuatro personalidades destacadas en la historia de ese país; Abraham Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton. Al recordar el legado de estos ciudadanos sobresalientes, simplemente se ganó la audiencia no solo de congresistas demócratas y republicanos, sino la de todo un pueblo -en su mayoría cristiano- que quiere y anhela la paz.
Sobre su esperado discurso ante la Asamblea General de la ONU en New York, hay coincidencia en toda la prensa mundial, que fue un mensaje de alto impacto. En lenguaje sencillo, repasó todos los males que azotan al mundo de hoy, enumeró las consecuencias que produce la falta de cuidado a la casa común; señalando que «Cualquier daño al ambiente, por tanto, es un daño a la humanidad«.
Francisco ante el plenario de la ONU, resaltó una cuestión de fondo ante el grave momento que vive la humanidad por el abuso y el daño al medio ambiente, aunque ya lo había señalado en su memorable encíclica Laudato Si, le recordó al mundo que: «Los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir del descarte y deben sufrir injustamente las consecuencias del abuso del ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan difundida e inconscientemente consolidada «cultura del descarte».
Pero hubo un momento especial para nosotros los cristianos, este fue el notable discurso que Francisco pronunció en la Catedral de San Mateo en Washington. Dejó en claro que les hablaba «como Obispo de Roma», también que se sentía no como forastero, sino como hermano en comunión episcopal y, como buen misionero que ha sido Jorge Mario Bergoglio, puntualizó que «Conozco bien el reto de sembrar el Evangelio en el corazón de hombres procedentes de mundos diversos, a menudo endurecidos por el arduo camino recorrido antes de llegar».
Hemos de destacar que examinando con detención las valiosas palabras de Francisco a sus hermanos obispos norteamericanos, resaltan dos ejes centrales determinantes para la misión de la Iglesia y que tienen dimensión universal. La primera es que los invitó a aprender de Jesús; «aprender a ser como Jesús, manso y humilde; entrar en su mansedumbre y su humildad mediante la contemplación de su obrar». Sin duda alguna que estas palabras son de una contundencia excepcional, tanto por la crisis en que están envueltas las jerarquías católicas, como por la invitación al episcopado a llevar esa reflexión de profundo sustento teológico a una praxis creíble, permanente y de futuro.
La segunda dimensión de alta importancia en su encuentro con sus hermanos obispos fue un vehemente llamado al diálogo intra y extra eclesial. Pero lo que Francisco pide es un diálogo sincero, sin prejuicios ni imposiciones estratégicas, más bien lo que expone el sucesor de Pedro es ni más ni menos que un entendimiento respetuoso, justo y necesario para que en esta difícil coyuntura que vivimos todos en la Iglesia se superen tantas diferencias y descalificaciones. Para avanzar en esta línea el pontífice precisa; «Por tanto, la vía es el diálogo entre ustedes, diálogo en sus Presbiterios, diálogo con los laicos, diálogo con las familias, diálogo con la sociedad. No me cansaré de animarlos a dialogar sin miedo».
Finalmente, en este abanico de sorpresas y buenas nuevas que dejó Francisco en su histórica visita a Cuba y EEUU, se vivieron dos momentos dignos de destacar en que se reforzó el «estilo Francisco» de estar con los más débiles, desamparados o excluidos. Horas antes de asistir a la clausura del Encuentro Mundial de la Familia celebrado en el Franklin Parkway de Filadelfia, mantuvo una importante conversación con personas víctimas de abusos sexuales por parte de clérigos y una visita al penal de la ciudad, compartiendo en ambos casos con amabilidad y respeto sincero. La libertad de Dios hace llover sobre «justos e injustos»…
Estos encuentros hablan muy bien de lo que dice y hace este Papa sencillo, afable, dialogante, que se esfuerza por seguir en forma sincera los pasos de Jesús, pero que debe lidiar con la enorme burocracia vaticana y la oposición de no pocos obispos y cardenales que en estos signos proféticos de Francisco, ven una amenaza al poder, boato y privilegios de los que han gozado por casi dos mil años. Olvidando, lastimosamente, que el Nazareno fue castigado en Cruz, precisamente por oponerse resueltamente a esos poderes tan distantes del Pesebre y a lo que nos señala, con claridad y belleza infinita, el Evangelio.
«El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz» (Isaías 9,1).