Debemos dejar un mundo mejor de cómo lo hemos encontrado. Y para favorecer este diálogo lo más importante que podemos hacer es rezar. Cada uno rece según la propia religión
(Jesús Bastante).- «Que todos los hombres se reconozcan hermanos y vivan como tales, formando la gran familia humana en la armonía de la diversidad«. El Papa Francisco hizo esta mañana un llamamiento «a colaborar entre todos los hombres y mujeres de buena voluntad, de cualquier religión» para acabar con «el hambre, la miseria, la crisis ambiental o la violencia, en particular la cometida en nombre de Dios», durante la Audiencia que sirvió para celebrar los 50 años de la declaración Nostra Aetate.
«El respeto recíproco es condición del diálogo religioso. Respetar el derecho del otro a la vida, a la integridad física, a las libertades fundamentales: de conciencia, pensamiento, expresión y religión», señaló el Papa, quien también denunció «la corrupción, la degradación moral, la crisis de la familia, la economía o la finanza, y sobre todo de la esperanza. Nosotros, creyentes, tenemos una gran responsabilidad».
Francisco animó a todos, creyentes y no creyentes, a custodiar a la gran familia humana, aunque se centró especialmente en las comunidades judía y musulmana. «el mundo nos mira a nosotros, creyentes, nos llama a colaborar con todos», proclamó el Papa, quien pidió «un diálogo interreligioso recíproco, que ayude a conocernos más» y a «dejar un mundo mejor que el que nos han dejado».
«Con el Señor todo es posible», incidió Francisco, quien animó a todos los creyentes, a orar «con sus propias tradiciones», pues la oración es el gran patrimonio de los hombres y mujeres de fe.
Recordando la Nostra Aetate, Bergoglio incidió en que «la Iglesia aprecia a todas las religiones, y está abierta al diálogo con todos, fiel a la verdad en la que cree». Aunque han sido incontables las iniciativas y encuentros interreligiosos en este último medio siglo, el Papa destacó el primer encuentro de Asís, el 27 de octubre de 1986. «La llama de Asís prendió en todo el mundo, y constituye un permanente signo de esperanza«.
Bergoglio destacó cómo cristianos y judíos, con la Nostra Aetate, se reconocieron y «de enemigos y extraños nos convertimos en amigos y hermanos». También tuvo palabras para los seguidores del Islam que, «como recuerda el Concilio, adoran al Dios único, viviente, misericordioso y omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres; que creen en la paternidad de Abraham, veneran a Jesús como profeta, honran a su madre María, esperan el día del Juicio y practican la oración y el ayuno».
En este punto, el Papa afirmó que «el respeto recíproco es condición del diálogo religioso», y recordó que «el mundo nos exhorta a colaborar hoy con los hombres y mujeres de buena voluntad» y lamentó que «la violencia y el terrorismo han difundido una actitud de sospecha y condena de las religiones«. «En realidad, ninguna religión está inmune al riesgo de desviaciones fundamentalistas o extremistas, en individuos o grupos», reconoció, para solicitar después «guardar el valor positivo que viven y proponen».
«El diálogo basado en el respeto puede aportarnos mucho bien (…) Podemos caminar juntos, tomándonos los unos de los otros, todos los creyentes, de cualquier religión. Podemos realizar proyectos en común para combatir la pobreza y asegurar a todos hombres y mujeres condiciones de vida mejores», incidió Bergoglio, quien apuntó que «el Jubileo de la Misericordia es una ocasión propicia parea trabajar juntos en el campo de las obras de la caridad». Un ámbito en el que «pueden unirse a nosotros tantas personas que no se sienten creyentes, que ponen en el centro el dolor del otro, del que sufre. La Misericordia a la que somos llamados abraza a todo lo creado, de lo que somos custodios, y no, como ahora, destructores».
«Tenemos la obligación de dejar el mundo mejor de como lo hemos encontrado, a partir del ambiente en que vivamos y los pequeños gestos de la vida cotidiana», insistió el Papa, quien reclamó que «lo primero que debemos hacer es rezar, y rezar los unos por los otros. Seamos hermanos. Sin el Señor, nada es posible. Con él, todo se puede hacer. Que nuestra oración pueda adherirse plenamente a la voluntad de Dios, que desea que todos los hombres se reconozcan hermanos y vivan como tales, formando la gran familia humana en la armonía de la diversidad».
Día lluvioso en Roma. La plaza de San Pedro aparecía algo menos llena que de costumbre. Falsa alarma, pues al cabo de diez minutos el centro de la Cristiandad volvió a llenarse de decenas de miles de personas saludando, gritando, chillando a Francisco, que continúa deteniéndose a saludar, recoger camisetas, besar niños, sonreír y bendecir a su grey.
Comenzó la audiencia con unas palabras del cardenal Tauran, recordando los 50 años de la declaración Nostra Aetate, que supuso el comienzo de las relaciones de respeto, amistad y diálogo con personas de distintas religiones. De hecho, miembros de distintas confesiones, que se encuentran reunidos en Roma, participaron de la audiencia papal de hoy. «Hoy vamos a orar por la paz y a demostrar a todo el mundo que la fraternidad universal es posible», subrayó un desmejoradísimo Tauran.
A la vez, el cardenal Koch habló de las conexiones, prejuicios y acuerdos entre judíos y cristianos a lo largo de la Historia, y cómo Nostra Aetate marcó el comienzo de un camino común. «No se puede ser cristiano y antisemita», subrayó el presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos.
«Quien no ama al prójimo, no conoce a Dios», decía la Nostra Aetate, en un párrafo que se recordó en distintos idiomas antes de la intervención papal.
Texto de la catequesis del Papa traducida del italiano:
Queridos hermanos y hermanas,
En las Audiencias generales hay a menudo personas o grupos pertenecientes a otras religiones; pero hoy esta presencia es del todo particular, para recordar juntos el 50º aniversario de la Declaración del Concilio Vaticano II Nostra aetate sobre las relaciones de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas. Este tema estaba fuertemente en el corazón del beato Papa Pablo VI, que en la fiesta de Pentecostés del año anterior al final del Concilio había instituido el Secretariado para los no cristianos, hoy Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Expreso por eso mi gratitud y mi calurosa bienvenida a personas y grupos de diferentes religiones, que hoy han querido estar presentes, especialmente a quienes vienen de lejos.
El Concilio Vaticano II ha sido un tiempo extraordinario de reflexión, diálogo y oración para renovar la mirada de la Iglesia Católica sobre sí misma y sobre el mundo. Una lectura de los signos de los tiempos en miras a una actualización orientada a una doble fidelidad: fidelidad a la tradición eclesial y fidelidad a la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. De hecho Dios, que se ha revelado en la creación y en la historia, que ha hablado por medio de los profetas y completamente en su Hijo hecho hombre (cfr Heb 1,1), se dirige al corazón y al espíritu de cada ser humano que busca la verdad y los caminos para practicarla.
El mensaje de la Declaración Nostra aetate es siempre actual. Recuerdo brevemente algunos puntos:
La creciente interdependencia de los pueblos ( cfr n. 1);
La búsqueda humana de un sentido de la vida, del sufrimiento, de la muerte, preguntas que siempre acompañan nuestro camino (cfr n.1);
El origen común y el destino común de la humanidad (cfr n. 1);
La unicidad de la familia humana (cfr n. 1);
Las religiones como búsqueda de Dios o del Absoluto, en el interior de las varias etnias y culturas (cfr n. 1);
La mirada benévola y atenta de la Iglesia sobre las religiones: ella no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de bello y verdadero (cfr n. 2);
La Iglesia mira con estima los creyentes de todas las religiones, apreciando su compromiso espiritual y moral (cfr n. 3);
La Iglesia abierta al diálogo con todos, y al mismo tiempo fiel a la verdad en la que cree, por comenzar en aquella que la salvación ofrecida a todos tiene su origen en Jesús, único salvador, y que el Espíritu Santo está a la obra, fuente de paz y amor.Son tantos los eventos, las iniciativas, las relaciones institucionales o personales con las religiones no cristianas de estos últimos cincuenta años, y es difícil recordar todos. Un hecho particularmente significativo ha sido el Encuentro de Asís del 27 de octubre de 1986. Este fue querido y promovido por san Juan Pablo II, quien un año antes, es decir hace treinta años, dirigiéndose a los jóvenes musulmanes en Casablanca deseaba que todos los creyentes en Dios favorecieran la amistad y la unión entre los hombres y los pueblos (19 de agosto de 1985). La llama, encendida en Asís, se ha extendido en todo el mundo y constituye un signo permanente de esperanza.
Una especial gratitud a Dios merece la verdadera y propia transformación que ha tenido en estos 50 años la relación entre cristianos y judíos. Indiferencia y oposición se transformaron en colaboración y benevolencia. De enemigos y extraños nos hemos transformado en amigos y hermanos. El Concilio, con la Declaración Nostra aetate, ha trazado el camino: «si» al redescubrimiento de las raíces judías del cristianismo; «no» a cualquier forma de antisemitismo y condena de todo insulto, discriminación y persecución que se derivan. El conocimiento, el respeto y la estima mutua constituyen el camino que, si vale en modo peculiar para la relación con los judíos, vale análogamente también para la relación con las otras religiones. Pienso en particular en los musulmanes, que -como recuerda el Concilio- «adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres» (Nostra aetate, 5). Ellos se refieren a la paternidad de Abraham, veneran a Jesús como profeta, honran a su Madre virgen, María, esperan el día del juicio, y practican la oración, la limosna y el ayuno (cfr ibid).
El diálogo que necesitamos no puede ser sino abierto y respetuoso, y entonces se revela fructífero. El respeto recíproco es condición y, al mismo tiempo, fin del diálogo interreligioso: respetar el derecho de otros a la vida, a la integridad física, a las libertades fundamentales, es decir a la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión y de religión.
El mundo nos mira a nosotros los creyentes, nos exhorta a colaborar entre nosotros y con los hombres y las mujeres de buena voluntad que no profesan alguna religión, nos pide respuestas efectivas sobre numerosos temas: la paz, el hambre, la miseria que aflige a millones de personas, la crisis ambiental, la violencia, en particular aquella cometida en nombre de la religión, la corrupción, el degrado moral, la crisis de la familia, de la economía, de las finanzas y sobre todo de la esperanza. Nosotros creyentes no tenemos recetas para estos problemas, pero tenemos un gran recurso: la oración. Y nosotros creyentes rezamos, debemos rezar. La oración es nuestro tesoro, a la que nos acercamos según nuestras respectivas tradiciones, para pedir los dones que anhela la humanidad.
A causa de la violencia y del terrorismo se ha difundido una actitud de sospecha o incluso de condena de las religiones. En realidad, aunque ninguna religión es inmune del riesgo de desviaciones fundamentalistas o extremistas en individuos o grupos (cfr Discurso al Congreso EEUU, 24 de septiembre de 2015), es necesario mirar los valores positivos que viven y proponen y que son fuentes de esperanza. Se trata de alzar la mirada para ir más allá. El diálogo basado sobre el confiado respeto puede llevar semillas de bien que se transforman en brotes de amistad y de colaboración en tantos campos, y sobre todo en el servicio a los pobres, a los pequeños, a los ancianos, en la acogida de los migrantes, en la atención a quien es excluido. Podemos caminar juntos cuidando los unos de los otros y de lo creado. Todos los creyentes de cada religión. Juntos podemos alabar al Creador por habernos dado el jardín del mundo para cultivar y cuidar como bien común, y podemos realizar proyectos compartidos para combatir la pobreza y asegurar a cada hombre y mujer condiciones de vida dignas.
El Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que está delante de nosotros, es una ocasión propicia para trabajar juntos en el campo de las obras de caridad. Y en este campo, donde cuenta sobretodo la compasión, pueden unirse a nosotros tantas personas que no se sienten creyentes o que están en búsqueda de Dios y de la verdad, personas que ponen al centro el rostro del otro, en particular el rostro del hermano y de la hermana necesitados. Pero la misericordia a la cual somos llamados abraza a todo el creado, que Dios nos ha confiado para ser cuidadores y no explotadores, o peor todavía, destructores. Debemos siempre proponernos dejar el mundo mejor de como lo hemos encontrado (cfr Enc. Laudato si’, 194), a partir del ambiente en el cual vivimos, de nuestros pequeños gestos de nuestra vida cotidiana.
Queridos hermanos y hermanas, en cuanto al futuro del diálogo interreligioso, la primera cosa que debemos hacer es rezar. Y rezar los unos por los otros, somos hermanos. Sin el Señor, nada es posible; con Él, ¡todo se convierte! Que nuestra oración pueda, cada uno según la propia tradición, pueda adherirse plenamente a la voluntad de Dios, quien desea que todos los hombres se reconozcan hermanos y vivan como tal, formando la gran familia humana en la armonía de la diversidad. Gracias.
Saludos en castellano:
Queridos hermanos y hermanas:
Doy la bienvenida y agradezco a todas las personas y grupos de diversas religiones presentes en este encuentro para recordar juntos el 50 aniversario de la Declaración del Concilio Vaticano II Nostra aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Con este importante documento, la Iglesia manifestaba su aprecio y estima por los creyentes de todas las religiones y todo lo que de bueno y de hermoso hay en ellas. En estos últimos años han sido numerosas las iniciativas, las relaciones institucionales o personales con las religiones no cristianas, encaminadas a promover la amistad y la unión entre los hombres. El Señor desea que todos los hombres se reconozcan hermanos y vivan como tales, formando la gran familia humana en la armonía de la diversidad.
El mundo nos mira a nosotros los creyentes, nos llama a colaborar entre nosotros y con los hombres y las mujeres de buena voluntad que no profesan alguna religión. Es importante continuar con un diálogo interreligioso abierto y respetuoso, que ayude a conocerse más y afrontar juntos muchos de los problemas que afligen a la humanidad, como el servicio a los pobres, a los excluidos, a los ancianos, la acogida a los emigrantes, el cuidado de la creación, así como asegurar a todas las personas una vida más digna. Debemos dejar un mundo mejor de cómo lo hemos encontrado. Y para favorecer este diálogo lo más importante que podemos hacer es rezar. Cada uno rece según la propia religión. Con el Señor todo es posible.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los participantes en el V Congreso de la Fundación Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, que se celebra en Madrid, así como a los grupos venidos de España y Latinoamérica. Muchas gracias.
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