Yo mismo había pedido que se hiciera ese estudio, y mis colaboradores y yo conocíamos muy bien esos papeles. De hecho, han sido tomadas medidas que han comenzado a dar sus frutos, algunos visibles
(Jesús Bastante).- Las cosas han cambiado, y para siempre, en la Iglesia católica. En lugar de ocultar los problemas, o lamentarse, el Papa Francisco compartió, al término del Angelus de hoy, sus impresiones tras el escándalo del «Vatileaks II». Y lo hizo asegurando que «este triste hecho no me distrae de la labor de reforma que estamos llevando a cabo«, con «el apoyo de toda la Iglesia, porque la Iglesia se renueva con la oración y la santidad cotidiana de todo bautizado».
«Sé que muchos estáis turbados por las noticias que han circulado sobre los documentos confidenciales de la Santa Sede robados y publicados», comenzó el Papa. «Quisiera deciros ante todo que robar estos documentos es un delito, un acto deplorable que no ayuda. Yo mismo había pedido que se hiciera ese estudio, y mis colaboradores y yo conocíamos muy bien esos papeles. De hecho, han sido tomadas medidas que han comenzado a dar sus frutos, algunos visibles», subrayó Francisco, arrancando la ovación de la plaza.
«Por eso, quiero asesguraros que este triste hecho no me distrae de la labor de reforma que estamos llevando a cabo con mis colaboradores, y con el apoyo de todos vosotros. Sí, con el apoyo de toda la Iglesia, porque la Iglesia se renueva con la oración y la santidad cotidiana de todo bautizado. Por eso os doy las gracias y os pido que sigais rezando por el Papa y por la Iglesia, sin dejaros preocupar, sino yendo adelante con voluntad y esperanza».
Los miles de fieles que abarrotaban san Pedro en «un buen día con este hermoso sol», como lo definió el Papa, aplaudieron a rabiar: con este hombre al frente de la Iglesia todo es posible, incluso afrontar escándalos que, en otro tiempo, costaron cabezas e, incluso, la dimisión de un Pontífice.
Antes, Bergoglio se refirió a dos pasajes del Evangelio, con los escribas -«lo que no se debe hacer»-, y la anciana viuda, «un ideal ejemplar de cristianos».
Así, señaló, «Jesús critica a los escribas, maestros de la ley, tres defectos que se manifiestan en su estilo de vida: soberbia, avidez e hipocresía. A ellos les gusta que les hagan reverencias en las plazas, les gustan los espacios de honor en las sinagogas y en los banquetes, Pero bajo esta apariencia solemne se esconde falsedad e injusticia».
«Mientras se pavoneaban en público -prosiguió-, usan su autoridad para devorar los bienes de las viudad, que eran consideradas, junto con los huérfanos y los extranjeros, las personas más indefensas y menos protegidas. Finalmente, los escribas, dice Jesús, rezan mucho para hacerse ver».
«Hoy también existe el riesgo de asumir estas actitudes», denunció Francisco, cuando «se separa la oración de la justicia, porque no se puede dar culto a Dios y causar daño a los pobres. O cuando se dice que se ama a Dios y en cambio se antepone a él la propia vanagloria, el propio beneficio».
Por el otro lado, la «pobre mujer viuda que arroja dos monedas al templo». Los ricos «han dado lo que les sobra con ostentación, mientras que la viuda, con discreción y humildad, ha dado todo lo que tenía para vivir. Por esto, dice Jesús, ella ha dado más que todos». Y es que «ella no quiere ir a mitad con Dios. En su pobreza ha comprendido que teniendo a Dios tiene todo. Se siente amada totalmente por Él, y a la vez le ama totalmente. ¡Qué bello ejemplo!»
«Jesús nos dice a nosotros hoy que el criterio de juicio no es la cantidad, sino la plenitud. Hay una diferencia: tú puedes tener mucho dinero, pero estar vacío, no hay plenitud en tu corazón. Pensad esta semana en la diferencia que hay entre cantidad y plenitud. No es cuestión de cartera, sino de corazón. Hay diferencia entre cartera y corazón. Desde hace años, hay enfermedades cardáicas que hacen bajar el corazón a la cartera«.
Y es que «amar a Dios con todo el corazón significa fiarse de su providencia, y servirlo en los hermanos más pobres, sin esperar nada a cambio», añadió el Papa, quien recordó una anécdota con una familia en Buenos Aires, que le ayudó a comprender que «al mirar de frente a las necesidades del prójimo estamos llamados a privarnos de algo indispensable, no sólo de lo que nos sobre».