Francisco reivindicó "la Eucaristía de una Iglesia familia, capaz de restituir a la comunidad y la hospitalidad recíproca", como " una escuela de inclusión humana que no tiene parangón
(Jesús Bastante).- «Una familia que no come unida, o que cuando lo hace no dialoga, o está con su televisor, con su telefonino, es una familia poco familiar… Yo diría, es una familia automática«. El Papa Francisco lanzó esta mañana un llamamiento a una Iglesia-familia, en la que se hable, se escuche, se «atienda» a todos, se «recupere», en definitiva, la «convivencia familiar«.
Bergoglio utilizó el término «convivialidad» para referirse a esa convivencia en confianza, la camaradería necesaria entre los cristianos, y también en las familias. El cuidado, la atención, el diálogo y la escucha en torno a la mesa, al convite, frente a aquellos momentos en que «los hijos, en la mesa, están ocupados con el smartphone, y no escuchan». Eso, en opinión del Papa, «no es una familia, ¡es una pensión!».
«Los cristianos tenemos una especial vocación a la convivialidad. Jesús no desdeñaba comer con sus amigos. Y representaba el Reino de Dios como un banquete alegre», subrayó Bergoglio, quien incidió en que «fue en el contexto de una cena donde Jesús entregó a los discípulos su testamento espiritual, e instituyó la Eucaristía. Y es precisamente en la celebración Eucarística donde la familia, inspirándose en su propia experiencia, se abre a la gracia de una convivialidad universal y a una fraternidad sin fronteras, según el corazón de Cristo, que entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por la salvación de todos».
«Saber convivir es una virtud preciosa, la familia reunida en torno a la familia doméstica, el compartir la comida es una experiencia fundamental», recordó el Papa, quien apuntó que las fiestas, los aniversarios… «se hacen en torno a una mesa».
«El cristianismo contiene una especial vocación a la convivencia. Todos los años Jesús enseñaba en la mesa, y representaba el Reino de Dios como un convite festivo», subrayó. En esta perspectiva, añadió, «podemos decir que la familia va de casa a la mesa, ofrece a la Eucaristía la propia experiencia de convivencia, que le abre a la gracia de una convivencia universal, del amor de Dios por el mundo».
«Participando en la Eucaristía, la familia se libra de la tentación de encerrarse en sí misma, fortalecida en el amor y la fraternidad según el corazón de Cristo», apuntó Francisco, denunciando cómo «en nuestro tiempo, vivimos encerrados en nuestros propios muros«, ante lo cual «la convivialidad generada desde la familia y la Eucaristía supone una oportunidad crucial para vencer el encierro y construir puentes de acogida y de caridad».
Así, Francisco reivindicó «la Eucaristía de una Iglesia familia, capaz de restituir a la comunidad y la hospitalidad recíproca», como » una escuela de inclusión humana que no tiene parangón», y en la que tienen cabida los más pequeños, «los huérfanos, los heridos, los desesperados, los abandonados».
«Hoy, muchos contextos sociales ponen obstáculos a la convivencia familiar. Hoy no es fácil. Debemos intentar el modo de recuperar. En la mesa se habla, se escucha, nunca haya silencio, el silencio que no es el de los monjes, ni el del egoísmo, el de cada uno a la suya… y no se habla, no. Nunca el silencio. Recuperemos la convivencia familiar, adaptándola a los tiempos».
Saludo del Papa en español:
Queridos hermanos y hermanas:
En la vida familiar aprendemos desde pequeños la convivialidad, bellísima virtud que nos enseña a compartir, con alegría, los bienes de la vida. El símbolo más evidente es la familia reunida entorno a la mesa doméstica, donde se comparte no sólo la comida, sino también los afectos, los acontecimientos alegres y también los tristes. Esta virtud constituye una experiencia fundamental en la vida de cada persona y es un termómetro seguro para medir la salud de las relaciones familiares. Una familia que no come unida o que mientras lo hace no dialoga es una familia «poco familiar».Los cristianos tenemos una especial vocación a la convivialidad. Jesús no desdeñaba comer con sus amigos. Y representaba el Reino de Dios como un banquete alegre. Fue también en el contexto de una cena donde entregó a los discípulos su testamento espiritual, e instituyó la Eucaristía. Y es precisamente en la celebración Eucarística donde la familia, inspirándose en su propia experiencia, se abre a la gracia de una convivialidad universal y a una fraternidad sin fronteras, según el corazón de Cristo, que entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por la salvación de todos.
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Saludo a los peregrinos de lengua española y a todos los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Roguemos para que cada familia participando en la Eucaristía, se abra al amor de Dios y del prójimo, especialmente para con quienes carecen de pan y de afecto. Que el próximo Jubileo de la Misericordia nos haga ver la belleza del compartir. Gracias.
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy reflexionaremos sobre una cualidad característica de la vida familiar que se aprende desde los primeros años de vida: la convivialidad, es decir, la actitud de compartir los bienes de la vida y ser felices de poderlo hacer. ¡es un virtud preciosa! Su símbolo, su «ícono», es la familia reunida alrededor de la mesa doméstica. El compartir los alimentos – y por lo tanto, además que los alimentos, también los afectos, los cuentos, los eventos… – es una experiencia fundamental. Cuando hay una fiesta, un cumpleaños, un aniversario, nos reunimos alrededor de la mesa. En algunas culturas es habitual hacerlo también por el luto, para estar cercanos a quien se encuentra en el dolor por la pérdida de un familiar.
La convivialidad es un termómetro seguro para medir la salud de las relaciones: si en la familia hay algo que no está bien, o alguna herida escondida, en la mesa se entiende enseguida. Una familia que no come casi nunca juntos, o en cuya mesa no se habla pero se ve la televisión, o el móvil, es una familia «poco familia».
El Cristianismo tiene una especial vocación por la convivialidad, todos lo saben. El Señor Jesús enseñaba frecuentemente en la mesa, y representaba algunas veces el reino de Dios como un banquete festivo. Jesús escogió la comida también para entregar a sus discípulos su testamento espiritual, condensado en el gesto memorial de su Sacrificio: donación de su Cuerpo y de su Sangre como Alimento y bebida de salvación, que nutren el amor verdadero y duradero.
En esta perspectiva, podemos bien decir que la familia es «de casa» a la Misa, propio porque lleva a la Eucaristía la propia experiencia de convivencia y la abre a la gracia de una convivialidad universal, del amor de Dios por el mundo. Participando en la Eucaristía, la familia es purificada de la tentación de cerrarse en sí misma, fortalecida en el amor y en la fidelidad, y prolonga los confines de su propia fraternidad según el corazón de Cristo.
En nuestro tiempo, marcado por tantas cerrazones y tantos muros, la convivialidad, generada por la familia y dilatada en la Eucaristía, se convierte en una oportunidad crucial. La Eucaristía y la familia nutridas por ella pueden vencer las cerrazones y construir puentes de acogida y de caridad. Sí, la Eucaristía de una Iglesia de familias, capaces de restituir a la comunidad la levadura dinámica de la convivialidad y de hospitalidad recíproca, es una ¡escuela de inclusión humana que no teme confrontaciones! No existen pequeños, huérfanos, débiles, indefensos, heridos y desilusionados, desesperados y abandonados, que la convivialidad eucarística de las familias no pueda nutrir, restaurar, proteger y hospedar.
La memoria de las virtudes familiares nos ayuda a entender. Nosotros mismos hemos conocido, y todavía conocemos, que milagros pueden suceder cuando una madre tiene una mirada de atención, servicio y cuidado por los hijos ajenos, además que los propios. ¡Hasta ayer, bastaba una mamá para todos los niños del patio! Y además: sabemos bien la fuerza que adquiere un pueblo cuyos padres están preparados para movilizarse para proteger a sus hijos de todos, porque consideran a los hijos un bien indivisible, que son felices y orgullosos de proteger.
Hoy muchos contextos sociales ponen obstáculos a la convivialidad familiar. Debemos encontrar el modo de recuperarla, aunque sea adaptándola a los tiempos. La convivialidad parece que se ha convertido en una cosa que se compra y se vende, pero así es otra cosa. Y la nutrición no es siempre el símbolo de un justo compartir de los bienes, capaz de alcanzar a quien no tiene ni pan ni afectos. En los Países ricos somos estimulados a gastar en una nutrición excesiva, y luego lo hacemos de nuevo para remediar el exceso. Y este «negocio» insensato desvía nuestra atención del hambre verdadera, del cuerpo y del alma. Es tanto así que la publicidad la ha reducido a un deseo de galletas y dulces. Mientras tanto, muchos hermanos y hermanas se quedan fuera de la mesa. ¡Es una vergüenza!
Miremos el misterio del Banquete eucarístico. El Señor entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por todos. De verdad no existe división que pueda resistir a este Sacrificio de comunión; solo la actitud de falsedad, de complicidad con el mal puede excluir de ello. Cualquier otra distancia no puede resistir a la potencia indefensa de este pan partido y de este vino derramado, Sacramento del único Cuerpo del Señor. La alianza viva y vital de las familias cristianas, que precede, sostiene y abraza en el dinamismo de su hospitalidad las fatigas y las alegrías cotidianas, coopera con la gracia de la Eucaristía, que es capaz de crear comunión siempre nueva con la fuerza que incluye y que salva.
La familia cristiana mostrará así la amplitud de su verdadero horizonte, que es el horizonte de la Iglesia Madre de todos los hombres, de todos los abandonados y de los excluidos, en todos los pueblos. Oremos para que esta convivialidad familiar pueda crecer y madurar en el tiempo de gracia del próximo Jubileo de la Misericordia.