Frente a las laceraciones del mundo y las heridas en las carnes de los hombres", es preciso "imitar a Jesús haciendo presente su reino con gestos de ternura, de confianza y misericordia"
(Jesús Bastante).- No hubo terror a los atentados. El Angelus de la festividad de Cristo Rey congregó, en torno a la ventana del palacio apostólico, a decenas de miles de peregrinos en una mañana gélida pero soleada, amenizada por decenas de músicos, y con la mirada puesta en el viaje a África, que arrancará este miércoles. En ella, Francisco animó a los fieles a construir el reino de Cristo «en este mundo», un reino basado en «la lógica del Evangelio», que «se basa en la humildad y en la gratuidad».
«Jesús se presenta a Pilato como rey de un reino que no es de este mundo. Esto no significa que Cristo sea rey de otro mundo, sino que es rey de otra manera, pero es rey en este mundo«, subrayó el Papa, quien abundó en la «contraposición entre dos lógicas: la lógica mundana, que se basa en la ambición y la competición, y combate con las armas del miedo y la manipulación de las conciencias; la lógica del Evangelio, la lógica de Jesús, en cambio, se basa en la humildad y en la gratuidad. Se afirma silenciosamente, pero de forma eficaz, con la fuerza de la verdad».
«Los reinos a veces se rigen con prepotencias, rivalidades, opresiones«, apuntó. Sin embargo, «el reino de Cristo es un reino de justicia, de amor y de paz«. «Jesús se ha revelado rey, ¿cuándo? En la cruz», lo que para muchos puede ser «un fracaso». Pero «en el fracaso de la cruz, se ve el triunfo del amor. En el amor gratuito que nos da Jesús».
«Hablar de fuerza para el cristiano significa hacer referencia a la fuerza de la cruz y del amor de Jesús, un amor que permanece firme. También frente al rechazo. Una vida gastada en la total ofrenda de sí por el bien de la humanidad». El Papa puso el ejemplo de Jesús en el calvario, cuando todos se burlaban de él y le decían que se salvase a sí mismo. «Pero paradójicamente la verdad de Jesús es aquella que le echaban en cara sus adversarios. No se puede salvar a sí mismo. Si Jesús hubiera descendido de la cruz habría cedido a la tentación del príncipe de este mundo».
«Jesús ha dado la vida por el mundo, es verdad, pero ha dado su vida por cada uno de nosotros», proclamó Bergoglio. «Cada uno de nosotros puede decir en su corazón: Ha dado su vida por mí. Para poder salvar a cada uno de nosotros de nuestros pecados. Esto, ¿quién lo ha comprendido? Uno de los dos malhechores, el buen ladrón, que le suplica que se acuerde de él cuando entre en su reino».
El buen ladrón, que «era un delincuente, un corrupto, un condenado a muerte por sus brutalidades. Pero ha mirado la actitud de Jesús, en la mansedumbre de Jesús, el amor. Y esta es la fuerza del reino de Cristo: el amor. Por esto, la realeza de Jesús no nos oprime, sino que nos libera de nuestras debilidades y miserias, animándonos a recorrer los caminos del bien la reconciliación y el perdón».
Por ello, el Papa animó a que «miremos a la cruz de Jesús, miremos al buen ladrón, y digamos todos juntos lo que ha dicho: ‘Acuérdate de mí cuando entres en tu reino’. No te olvides de mí.». Y es que «frente a las laceraciones del mundo y las heridas en las carnes de los hombres», es preciso «imitar a Jesús haciendo presente su reino con gestos de ternura, de confianza y misericordia».
En los saludos posteriores, el Papa recordó la beatificación de los mártires capuchinos, celebrada ayer en Barcelona. «Desgraciadamente, todavía hoy, son perseguidos a causa de la fe en Cristo en distintos lugares del mundo», añadió el Papa, quien concluyó pidiendo a los fieles «que recéis para que este viaje sea para todos estos queridos hermanos, y también para mí, un signo de acercamiento y amor. Pidamos juntos a la virgen que bendiga estas queridas tierras para que allí exista la paz y la prosperidad».
Texto del Angelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este último domingo del año litúrgico, celebramos la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo. Y el Evangelio de hoy nos hace contemplar a Jesús mientras se presenta ante Pilatos como rey de un reino que «no es de este mundo» (Jn 18,36). Esto no significa que Cristo sea rey de otro mundo, sino que es rey en otro modo. Se trata de una contraposición entre dos lógicas. La lógica mundana se apoya en la ambición y en la competición, combate con las armas del miedo, del chantaje y de la manipulación de las conciencias. La lógica evangélica, aquella de Jesús, en cambio se expresa en la humildad y en la gratuidad, se afirma silenciosamente pero eficazmente con la fuerza de la verdad. Los reinos de este mundo a veces se sostienen con la prepotencia, rivalidad, opresión; el reino de Cristo es un «reino de justicia, de amor y de paz» (Prefacio).
¡Jesús se ha revelado rey en el evento de la Cruz! Quien mira la Cruz de Cristo no puede no ver la sorprendente gratuidad del amor. Hablar de potencia y de fuerza, para el cristiano, significa hacer referencia a la potencia de la Cruz y a la fuerza del amor de Jesús: un amor que permanece firme e íntegro, incluso ante el rechazo, y que se presenta como el cumplimiento de una vida donada en la total entrega de sí en favor de la humanidad. En el Calvario, los presentes y los jefes se burlan de Jesús clavado en la cruz, y le lanzan el desafío: «¡Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!» (Mc 15,30). Pero paradójicamente la verdad de Jesús es aquella que en forma de ironía le lanzan sus adversarios: «¡No puede salvarse a sí mismo!» (v. 31). Si Jesús habría bajado de la cruz, habría cedido a las tentaciones del príncipe de este mundo; en cambio Él no puede salvar a sí mismo justamente para poder salvar a los demás, para poder salvar a cada uno de nosotros de nuestros pecados.
Esto lo entiende uno de los dos ladrones que son crucificados con Él, llamado el “buen ladrón”, que Le suplica: «Jesús, acuérdate de mí cuando entraras a tu reino» (Lc 23,42). La fuerza del reino de Cristo es el amor: por esto la majestad de Jesús no nos oprime, sino nos libera de nuestras debilidades y miserias, animándonos a recorrer los caminos del bien, de la reconciliación y del perdón. Cristo es un rey que no nos domina, no nos trata como súbditos, sino nos eleva a su misma dignidad. Jesús nos hace reinar junto a Él , porque, como dice el Libro del Apocalipsis, «ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes para su Dios y Padre» (1,6). Pero reinar como Él significa servir a Dios y a los hermanos; un servicio que surge del amor. Servir por amor es reinar: esta es la majestad de Jesús.
Ante tantas laceraciones en el mundo y tantas heridas en la carne de los hombres, pidamos a la Virgen María sostenernos en nuestro compromiso de imitar a Jesús, nuestro rey, haciendo presente su reino con gestos de ternura, de comprensión y de misericordia.