Una de las exigencias esenciales de esta vocación es el amor a los enemigos, que advierte contra la tentación de la venganza y contra la espiral de las represalias sin fin
(José M. Vidal).- Apertura de la puerta santa del Año de la Misericordia en Bangui. El Jubileo de los últimos. Y la misa en la catedral, con otra homilía sentida y vibrante, en la que el Papa Francisco proclam a Bangui «capital espiritual del mundo» e invita a los suyos a ser «artesanos del perdón, especialistas de la reconciliación y expertos de la misericordia». Conscientes de que «se acerca la liberación» y «Dios lo puede todo».
El Papa llega a la esplanada de la catedral y, revestido de capa pluvial, se dispone a abrir la puerta santa, mientras suena el canto de entrada. Después, la invitación a reconocer los pecados.
Comienza el rito de apertura de la puerta santa de la misericordia. «Hoy Bangui se convierte en la capital espiritual del mundo», dice el Papa.
«El año santo de la misericordia viene anticipadamente a esta tierra, que sufre desde hace años el odio, la guerra, la incomprensión y la falta de paz».
«Bangui se convierte en la capital espiritual de la misericordia del Padre»
«Todos nosotros pedismo perdón, misericordia y amor»
«Para Bangui y para toda la República centroafricana y para todos los países que sufren la guerra pidamos la paz»
«Y todos juntos pidamos amor y paz. Pidamos paz».
«Y ahora, con esta oración comenzamos el Año Santo en esta capital espiritual del mundo»
Tras una oración, el Papa empuja con sus manos la sencilla puerta de madera que se abre. En el interior la gente, los curas y las monjas le acogen con gritos y ululares de alegría.
LLegado al altar, el Papa se quita la capa pluvial y monseñor Marini le coloca la casulla, mientras entran todos los obispos concelebrantes y ocupan su lugar en el presbiterio.
El Papa está serio y triste: Ante de comenzar la misa le anunciaron que, en el kilómetro cinco, el lugar donde mañana irá a visitar una mezquita, han muerto dos jóvenes por disparos de kalasnikov.
La catedral es como una iglesia grande de cualquiera de nuestro barrios, presidida por un enorme crucifijo y la Virgen de Fátima a la derecha. Sencilla y humilde. Sólo destaca la enorme sede de madera dorada que le prepararon al Papa.
Tras la lectura a los Tesalonicenses, el Evangelio de Lucas: «Habrá signos en el sol, la luna y las estrellas…Los hombres quedarán sin aliento por el miedo…Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube…Se acerca vuestra liberación…»
Algunas frases de la homilía del Papa
«Hoy hemos inciado el Año de la misericordia aquí»
«Estoy especialmente alegre de que mi visita pastoral coincida con la apertura en vuestro país de este año jubilar»
«Desde esta catedral, con el corazón y el pensamiento, querría llegar a todos los sacerdotes y consagrados de este país, especialmente unidos a nosotros en este momento»
«Por medio de vosotros querría saludar a todos los centroafricanos, los enfermos, los heridos de la vida. Algunos están desesperados y sólo esperan la limosna del pan y de la justicia y de un gesto de atención y de bondad. Y todos nosotros esperamos la gracia y la limosna de la paz»
«Pero, como los apóstoles, que subían el templo y no tenían ni oro ni plata, vengo a ofrecer el oro, la fuerza y la potencia de Dios que curan al hombre, lo ponen de pié y lo hacen comenzar una nueva vida, pasando a la otra orilla»
«Jesús no nos manda sólos a la otra orilla, sino a hacer la trevesía junto a él, respondiendo cada uno a una vocación específica»
«Tenemos que ser conscientes de que este paso a la otra orilla, sólo se puede hacer con él, para construir una Iglesia familia de Dios, abierta a todos, que cuida a los más necesitados, lo cual supone la proximidad a nuestros hermanos y hermanas e implica un espíritu de comunión»
«No se trata ante todo de medios financieros. Basta con compartir la vida del pueblo de Dios, dando razón de la esperanza que hay en nosotros y siendo testigos de la infinita misericordia de Dios, que es bueno e indica al pecador el camino justo».
«Jesús nos enseña que el Padre celeste hace salir el sol sobre buenos y malos. Tras hacer la experiencia del perdón, tenemos que perdonar»
«Una de las exigencias esenciales de esta vocación es el amor a los enemigos, que advierte contra la tentación de la venganza y contra la espiral de las represalias sin fin»
«Jesús insitió sobre este aspecto del testimonio cristiano»
«Los evangelizadores deben ser ante todos artesanos del perdón, especialistas de la reconciliación y expertos de la misericordia»
«Así podemos ayudar a nuestros hermanos a pasar a la otra orilla, revelándoles el secreto de nuestra fuerza, de nuestra esperanza y de nuestra alegría, que tienen su fuente en Dios y se basa en la certeza de que Él está en la barca con nosotros»
«Como hizo con los apóstoles, es a nosotros a los que el Señor confía sus dones, para que los distribuyamos por todas partes…»
«Descubramos algunas características de la salvación de Dios»
«Ante todo, la felicidad prometida por Dios es anunciada en términos de justicia»
«El Adviento es tiempo de preparar el corazón, para acoger al Salvador»
«Aquí, muchos hombres y mujeres tienen sed de respeto, de justicia, de equidad, sin verlas en el horizonte»
«Nos manda anunciar sobre todo a los que están oprimiedos por los poderosos de este mundo su liberación…Sí, Dios es justicia, por eso los cristianos estamos llamados a ser artesanos de una paz fundada en la justicia»
«La salvación de Dios esperada tiene el sabor del amor»
«Dios no es sólo justicia, es ante todo amor»
«Donde reinan la violencia, el odio, la injusticia y la persecución, los cristianos están llamados a dar testimonio de este Dios que es Amor»
«Invito a todos los que viven aquí hasta el heroísmo las virtudes cristianas»
«Mirad cómo se aman. Se aman de verdad»
«Por último, la salvación de Dios reviste el carácter de una potencia invencible, que vence a todo»
«Vuestra liberación está cerca»
«El testimonio cristiano debe reflejar esta fuerza irresistible»
«Dios es más fuerte que todo»
«Esta convicción da al creyente serenidad, coraje y la fuerza de perseverar en el bien ante las peores adversidades»
«Lo scristianos deben responder con la cabez alta, dispuestos a resistir, porque saben que Dios tendrá la última palabra, que será de amor y de paz»
«A todos los que usan injustamente las armas les lanzo un llamamiento: deponed esos instrumentos de muerte»
«Armaos mejor de la justicia, del amor y de la misericordia auténtica, que son garantía de paz»
«Este país, situado en el corazón de África, aquí vuestra vocación es la de encarnar el corazón de Dios»
«Quiera el Señor hacernos a todos irreprensibles en la santidad»
«Reconcilición, perdón, amor y paz. Amén»
Y la catedral prorrumpe en una larga y sentida ovación.
Texto completo de las palabras del Papa en la homilía en la Catedral de Bangui
En este primer Domingo de Adviento, tiempo litúrgico de la espera del Salvador y símbolo de la esperanza cristiana, Dios ha guiado mis pasos hasta ustedes, en este tierra, mientras la Iglesia universal se prepara para inaugurar el Año Jubilar de la Misericordia. Me alegra de modo especial que mi visita pastoral coincida con la apertura de este Año Jubilar en su país. Desde esta Catedral, mi corazón y mi mente se extiende con afecto a todos los sacerdotes, consagrados y agentes de pastoral de este país, unidos espiritualmente a nosotros en este momento. Por medio de ustedes, saludo también a todos los centroafricanos, a los enfermos, a los ancianos, a los golpeados por la vida. Algunos de ellos tal vez están desesperados y no tienen ya ni siquiera fuerzas para actuar, y esperan sólo una limosna, la limosna del pan, la limosna de la justicia, la limosna de un gesto de atención y de bondad. Todos nosotros esperamos la gracia y la limosna de la paz.
Al igual que los apóstoles Pedro y Juan, cuando subían al templo y no tenían ni oro ni plata que dar al pobre paralítico, vengo a ofrecerles la fuerza y el poder de Dios que curan al hombre, lo levantan y lo hacen capaz de comenzar una nueva vida, «cruzando a la otra orilla» (Lc 8,22).
Jesús no nos manda solos a la otra orilla, sino que en cambio nos invita a realizar la travesía con Él, respondiendo cada uno a su vocación específica. Por eso, tenemos que ser conscientes de que si no es con Él no podemos pasar a la otra orilla, liberándonos de una concepción de familia y de sangre que divide, para construir una Iglesia-Familia de Dios abierta a todos, que se preocupa por los más necesitados. Esto supone estar más cerca de nuestros hermanos y hermanas, e implica un espíritu de comunión. No se trata principalmente de una cuestión de medios económicos, sino de compartir la vida del pueblo de Dios, dando razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3,15) y siendo testigos de la infinita misericordia de Dios que, como subraya el salmo responsorial de este domingo, «es bueno [y] enseña el camino a los pecadores» (Sal 24,8). Jesús nos enseña que el Padre celestial «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Nosotros también, después de haber experimentado el perdón, tenemos que perdonar. Esta es nuestra vocación fundamental: «Por tanto, sean perfectos, como es perfecto el Padre vuestro celestial» (Mt 5,48). Una de las exigencias fundamentales de esta vocación a la perfección es el amor a los enemigos, que nos previene de la tentación de la venganza y de la espiral de las represalias sin fin. Jesús ha insistido mucho sobre este aspecto particular del testimonio cristiano (cf. Mt 5,46-47). Los agentes de evangelización, por tanto, han de ser ante todo artesanos del perdón, especialistas de la reconciliación, expertos de la misericordia. Así podremos ayudar a nuestros hermanos y hermanas a «cruzar a la otra orilla», revelándoles el secreto de nuestra fuerza, de nuestra esperanza, de nuestra alegría, que tienen su fuente en Dios, porque están fundados en la certeza de que Él está en la barca con nosotros. Como hizo con los Apóstoles en la multiplicación de los panes, el Señor nos confía sus dones para que nosotros los distribuyamos por todas partes, proclamando su palabra que afirma: «Ya llegan días en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá» (Jr 33,14).
En los textos litúrgicos de este domingo, descubrimos algunas características de esta salvación que Dios anuncia, y que se presentan como otros puntos de referencia para guiarnos en nuestra misión. Ante todo, la felicidad prometida por Dios se anuncia en términos de justicia. El Adviento es el tiempo para preparar nuestros corazones a recibir al Salvador, es decir el único Justo y el único Juez que puede dar a cada uno la suerte que merece. Aquí, como en otras partes, muchos hombres y mujeres tienen sed de respeto, de justicia, de equidad, y no ven en el horizonte señales positivas. A ellos, Él viene a traerles el don de su justicia (cf. Jr 33,15). Viene a hacer fecundas nuestras historias personales y colectivas, nuestras esperanzas frustradas y nuestros deseos estériles. Y nos manda a anunciar, sobre todo a los oprimidos por los poderosos de este mundo, y también a los que sucumben bajo el peso de sus pecados: «En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: «El Señor es nuestra justicia»» (Jr 33,16). Sí, Dios es Justicia. Por eso nosotros, cristianos, estamos llamados a ser en el mundo los artífices de una paz fundada en la justicia.
La salvación que se espera de Dios tiene también el sabor del amor. En efecto, preparándonos a la Navidad, hacemos nuestro de nuevo el camino del pueblo de Dios para acoger al Hijo que ha venido a revelarnos que Dios no es sólo Justicia sino también y sobre todo Amor (cf. 1 Jn 4,8). Por todas partes, y sobre todo allí donde reina la violencia, el odio, la injusticia y la persecución, los cristianos estamos llamados a ser testigos de este Dios que es Amor. Al mismo tiempo que animo a los sacerdotes, consagrados y laicos de este país, que viven las virtudes cristianas, incluso heroicamente, reconozco que a veces la distancia que nos separa de ese ideal tan exigente del testimonio cristiano es grande. Por eso rezo haciendo mías las palabras de san Pablo: «Que el Señor los colme y los haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos» (1 Ts 3,12). En este sentido, lo que decían los paganos sobre los cristianos de la Iglesia primitiva ha de estar presente en nuestro horizonte como un faro: «Miren cómo se aman, se aman de verdad» (Tertuliano, Apologetico, 39, 7).
Por último, la salvación de Dios proclamada tiene el carácter de un poder invencible que vencerá sobre todo. De hecho, después de haber anunciado a sus discípulos las terribles señales que precederán su venida, Jesús concluye: «Cuando empiece a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza; se acerca su liberación» (Lc 21,28). Y, si san Pablo habla de un amor «que crece y rebosa», es porque el testimonio cristiano debe reflejar esta fuerza irresistible que narra el Evangelio. Jesús, también en medio de una agitación sin precedentes, quiere mostrar su gran poder, su gloria incomparable (cf. Lc 21,27), y el poder del amor que no retrocede ante nada, ni frente al cielo en convulsión, ni frente a la tierra en llamas, ni frente al mar embravecido. Dios es más fuerte que cualquier otra cosa. Esta convicción da al creyente serenidad, valor y fuerza para perseverar en el bien frente a las peores adversidades. Incluso cuando se desatan las fuerzas del mal, los cristianos han de responder al llamado de frente, listos para aguantar en esta batalla en la que Dios tendrá la última palabra. Y será una palabra de amor.
Lanzo un llamamiento a todos los que empuñan injustamente las armas de este mundo: Depongan estos instrumentos de muerte; ármense más bien con la justicia, el amor y la misericordia, garantías de auténtica paz. Discípulos de Cristo, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos en este país que lleva un nombre tan sugerente, situado en el corazón de África, y que está llamado a descubrir al Señor como verdadero centro de todo lo que es bueno: la vocación de ustedes es la de encarnar el corazón de Dios en medio de sus conciudadanos. Que el Señor nos afiance y nos haga presentarnos ante «Dios nuestro Padre santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos» (1 Ts 3,13). Reconciliación, perdón, amor y paz. Que así sea.