Siria, Libia, Irak, Yemen Egipto, Túnez, Congo, Burundi, Sudán, Colombia o Ucrania, citadas en el discurso papal
(Jesús Bastante).- «Donde nace Dios, nace la paz, nace la esperanza, y no hay lugar para el odio ni para la guerra». Feliz Navidad a Roma, y al mundo entero. Como es tradición, el Papa Francisco impartió la bendición «Urbi et Orbi» desde el balón central de la logia de la basílica de San Pedro, ante decenas de miles de fieles. En pleno año de la Misericordia, Bergoglio hizo un llamamiento a la paz entre israelíes y palestinos, condenó los «feroces atentados terroristas» del Estado Islámico y recordó «a los más indefensos, sobre todo a los niños soldado, a las mujeres que padecen violencia, a las víctimas de la trata de personas y del narcotráfico».
Como es tradición, el acto arrancó con los himnos de Italia y el Estado vaticano. Desde que Francisco es Papa, las bendiciones ya no se realizan en distintos idiomas, sino únicamente en italiano. El Niño Dios ha nacido, y el Papa así lo recordó. «Cristo ha nacido para nosotros. Abramos nuestro corazón para recibir la gracia de este día, que es el mismo Jesús, es el día luminoso que surgió en el horizonte de la humanidad».
Un día de luz, «que disipa las tinieblas de la angustia», un día de paz, en el que «es posible encontrarse, dialogar y sobre todo reconciliarse». Un día de alegría «para los pequeños y los humildes».
Dios ha nacido, «toma sobre sí el pecado del mundo», apuntó Francisco, quien señaló que «todos tenemos necesidad de Él. Sólo él nos puede salvar, sólo la misericordia de Dios puede liberar a la Humanidad de muchas formas de mal, a veces monstruosas, que el egoísmo genera en ella. La gracia de Dios pues convertir lo corazones y abrir nuevas perspectivas para realidades humanamente insuperables»
«Donde nace Dios, nace la esperanza. Donde nace Dios, nace la paz. Donde nace la paz, no hay lugar par el odio y para la guerra», clamó Francisco. Y, sin embargo, «justamente ahí donde vino al mundo el hijo de Dios, continúa la tensión y la violencia Y la paz queda como un don que se debe pedir y construir». Por ello, «pido que los israelíes y palestinos puedan retomar el diálogo directo, y alcanzar un entendimiento que permita a los dos pueblos convivir en armonía, superando un conflicto que les enfrenta desde hace tanto tiempo, con graves consecuencias para toda la región».
A su vez, instó a que «el acuerdo alcanzado en ONU logre cuanto antes acallar el fragor de las armas en Siria, y remediar la gravísima situación humanitaria de la población extenuada». De igual modo, «es urgente que el acuerdo sobre Libia encuentre el apoyo de todos, para que se superen las graves divisiones y violencias que afligen el país».
«Que toda la comunidad internacional ponga su atención de manera unánime en que cesen las atrocidades en estos países, como en Irak, Yemen y el África subsahariana, causa numerosas víctimas, provocan enormes sufrimientos y no respetan siquiera el patrimonio histórico y cultural de pueblos enteros», denunció Francisco, quien recordó los países que «han sido golpeados por los feroces atentados terroristas», especialmente los acaecidos recientemente en Egipto, Beirut, París, Bamako y Túnez.
Y, cómo no, un recuerdo para «nuestros hermanos perseguidos por la fe en el mundo», que «son nuestros mártires de hoy«. «Pidamos paz y concordia para las queridas poblaciones de la R. D Congo, de Burundi y Sudán del Sur», prosiguió, «para que mediante el diálogo se refuerce el compromiso común para sociedades civiles animadas por un sincero sentido de reconciliación y comprensión recíprocas». Un deseo que también tuvo para Ucrania y para «el pueblo colombiano, para que continúe buscando con tesón la anhelada paz».
«Donde nace Dios, nace la esperanza. Donde nace la esperanza, las personas encuentran la dignidad», añadió. Pero «todavía hoy muchos hombres y mujeres son privados de su dignidad humana, y como el niño Jesús sufren el frío, la pobreza y el rechazo de los hombres«.
Por ello, pidió que «hoy llegue nuestra cercanía a los más indefensos, sobre todo a los niños soldado, a las mujeres que padecen violencia, a las víctimas de la trata de personas y del narcotráfico», y que «no falte nuestro consuelo a quienes huyen de la miseria y de la guerra, viajando en condiciones inhumanas, y con serie peligro de su vida. Que sean recompensados con abundantes bendiciones todos aquellos, personas o estados, que trabajan con generosidad para socorrer y acoger a los numerosos inmigrantes y refugiados, ayudándoles a construir un futuro para ellos y sus seres queridos, e integrarse en las sociedades que les reciben».
«Que el Señor vuelva a dar esperanza a quienes no tienen trabajo, y son muchos. Que sostenga el compromiso de los que tienen responsabilidad pública en el campo político y económico, para buscar el bien común, y tutelar la dignidad de toda vida humana«, concluyó el Papa, quien animó a hacer florecer la misericordia, especialmente durante este año jubilar. «Estamos llamados a descubrir la ternura que nuestro padre celestial tiene con cada uno de nosotros», fundamentalmente a los presos, para «escuchar el gemido del niño que nos susurra La paz sea contigo».
Tras la bendición, el Papa quiso leer un papel felicitando la Navidad a todos los presentes en la plaza, y a los que siguieron la retransmisión por los medios de comunicación. «Deseo a todos que puedan acoger en su vida la misericordia de Dios, que Jesucristo nos ha traído para ser misericordiosos con nuestros hermanos. Así haremos crecer la paz. ¡Feliz Navidad!«
Texto íntegro del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, feliz Navidad.
Cristo nos ha nacido, exultemos en el día de nuestra salvación.
Abramos nuestros corazones para recibir la gracia de este día, que es Él mismo: Jesús es el «día» luminoso que surgió en el horizonte de la humanidad. El día de la misericordia, en el cual Dios Padre ha revelado a la humanidad su inmensa ternura. Día de luz que disipa las tinieblas del miedo y de la angustia. Día de paz, en el que es posible encontrarse, dialogar, reconciliarse. Día de alegría: una «gran alegría» para los pequeños y los humildes, para todo el pueblo (cf. Lc 2,10).
En este día, ha nacido de la Virgen María Jesús, el Salvador. El pesebre nos muestra la «señal» que Dios nos ha dado: «un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). Como los pastores de Belén, también nosotros vamos a ver esta señal, este acontecimiento que cada año se renueva en la Iglesia. La Navidad es un acontecimiento que se renueva en cada familia, en cada parroquia, en cada comunidad que acoge el amor de Dios encarnado en Jesucristo. Como María, la Iglesia muestra a todos la «señal» de Dios: el niño que ella ha llevado en su seno y ha dado a luz, pero que es el Hijo del Altísimo, porque «proviene del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Por eso es el Salvador, porque es el Cordero de Dios que toma sobre sí el pecado del mundo (cf. Jn 1,29). Junto a los pastores, postrémonos ante el Cordero, adoremos la Bondad de Dios hecha carne, y dejemos que las lágrimas del arrepentimiento llenen nuestros ojos y laven nuestro corazón.
Sólo él, sólo él nos puede salvar. Sólo la misericordia de Dios puede liberar a la humanidad de tantas formas de mal, a veces monstruosas, que el egoísmo genera en ella. La gracia de Dios puede convertir los corazones y abrir nuevas perspectivas para realidades humanamente insuperables.
Donde nace Dios, nace la esperanza. Donde nace Dios, nace la paz. Y donde nace la paz, no hay lugar para el odio ni para la guerra. Sin embargo, precisamente allí donde el Hijo de Dios vino al mundo, continúan las tensiones y las violencias y la paz queda como un don que se debe pedir y construir. Que los israelíes y palestinos puedan retomar el diálogo directo y alcanzar un entendimiento que permita a los dos pueblos convivir en armonía, superando un conflicto que les enfrenta desde hace tanto tiempo, con graves consecuencias para toda la región.
Pidamos al Señor que el acuerdo alcanzado en el seno de las Naciones Unidas logre cuanto antes acallar el fragor de las armas en Siria y remediar la gravísima situación humanitaria de la población extenuada. Es igualmente urgente que el acuerdo sobre Libia encuentre el apoyo de todos, para que se superen las graves divisiones y violencias que afligen el país. Que toda la Comunidad internacional ponga su atención de manera unánime en que cesen las atrocidades que, tanto en estos países como también en Irak, Yemen y en el África subsahariana, causan todavía numerosas víctimas, provocan enormes sufrimientos y no respetan ni siquiera el patrimonio histórico y cultural de pueblos enteros. Quiero recordar también a cuantos han sido golpeados por los atroces actos terroristas, particularmente en las recientes masacres sucedidas en los cielos de Egipto, en Beirut, París, Bamako y Túnez.
Que el Niño Jesús les dé consuelo y fuerza a nuestros hermanos, perseguidos por causa de su fe en distintas partes del mundo.
Pidamos Paz y concordia para las queridas poblaciones de la República Democrática del Congo, de Burundi y del Sudán del Sur para que, mediante el diálogo, se refuerce el compromiso
común en vista de la edificación de sociedades civiles animadas por un sincero espíritu de reconciliación y de comprensión recíproca.
Que la Navidad lleve la verdadera paz también a Ucrania, ofrezca alivio a quienes padecen las consecuencias del conflicto e inspire la voluntad de llevar a término los acuerdos tomados, para restablecer la concordia en todo el país.
Que la alegría de este día ilumine los esfuerzos del pueblo colombiano para que, animado por la esperanza, continúe buscando con tesón la anhelada paz.
Donde nace Dios, nace la esperanza¸ y donde nace la esperanza, las personas encuentran la dignidad. Sin embargo, todavía hoy muchos hombres y mujeres son privados de su dignidad humana y, como el Niño Jesús, sufren el frío, la pobreza y el rechazo de los hombres. Que hoy llegue nuestra cercanía a los más indefensos, sobre todo a los niños soldado, a las mujeres que padecen violencia, a las víctimas de la trata de personas y del narcotráfico.
Que no falte nuestro consuelo a cuantos huyen de la miseria y de la guerra, viajando en condiciones muchas veces inhumanas y con serio peligro de su vida. Que sean recompensados con abundantes bendiciones todos aquellos, personas privadas o Estados, que trabajan con generosidad para socorrer y acoger a los numerosos emigrantes y refugiados, ayudándoles a construir un futuro digno para ellos y para sus seres queridos, y a integrarse dentro de las sociedades que los reciben.
Que en este día de fiesta, el Señor vuelva a dar esperanza a cuantos no tienen trabajo y sostenga el compromiso de quienes tienen responsabilidad públicas en el campo político y económico para que se empeñen en buscar el bien común y tutelar la dignidad toda vida humana.
Donde nace Dios, florece la misericordia. Este es el don más precioso que Dios nos da, particularmente en este año jubilar, en el que estamos llamados a descubrir la ternura que nuestro Padre celestial tiene con cada uno de nosotros. Que el Señor conceda, especialmente a los presos, la experiencia de su amor misericordioso que sana las heridas y vence el mal.
Y de este modo, hoy todos juntos exultemos en el día de nuestra salvación. Contemplando el portal de Belén, fijemos la mirada en los brazos de Jesús que nos muestran el abrazo misericordioso de Dios, mientras escuchamos el gemido del Niño que nos susurra: «Por mis hermanos y compañeros voy a decir: «La paz contigo»» (Sal 121 [122], 8).
Palabras posteriores a la bendición: